¡Armas no, viviendas!
Así exclamaba Le Corbusier en aquella Europa de la primera mitad del siglo XX ciegamente empeñada en autoexterminarse a cañonazos. Los hechos le dieron abundante razón: luego de haber gastado fortunas en construir el armamento más sofisticado de la época, los militares se dedicaron inmediatamente a destruirlo, arrasando de paso con los respectivos países y sus habitantes para luego tener que reconstruir todo lo reconstruible: una versión perversa del mito de Penélope, condenada a rehacer en el día lo que había desbaratado durante la noche.
Tres cuartos de siglo después los venezolanos no podemos sino repetir la exclamación, agravada por otros factores: por lo poco que pareciéramos haber aprendido del pasado y de las experiencias vividas y porque la actual carrera armamentista venezolana no es que carece de la excusa de la amenaza externa; ni siquiera tiene la de la generación de empleo: vamos al super-mercado ruso a coger de los estantes lo que esos angelicales ex-agentes de la KGB tengan a bien colocar al alcance de nuestras manos. Pero si no generará empleo (excepto en Rusia, desde luego) sí engordará las billeteras de los agentes que impulsan tan inútiles compras.
Los montos no son desdeñables: casi diez mil millones de dólares sólo en compras a Rusia (y quedan fuera España, China, Bielorrusia y quién sabe quién más) en un país que se cae a peda-zos: donde más de la mitad de la población vive en barrios de autoconstrucción, con serias caren-cias urbanísticas y en permanente situación de riesgo; donde los dirigentes de la “potencia energética mundial”, como bautizó a nuestro país la retórica del “Primer Plan Socialista 2007-2013”, se han revelado incapaces de garantizar la provisión de energía eléctrica demandada por la vida cotidiana de los venezolanos; donde infraestructuras de uso colectivo que en el pasado fue-ron motivo de orgullo como el Metro de Caracas, han terminado convertidas en una verdadera vergüenza; donde todos los proyectos de transporte masivo de las principales ciudades venezolanas, un factor clave en la redistribución del ingreso de la población, se encuentran paralizados desde que el gobierno central tomó su control: ¡armas no, viviendas!