Opinión Nacional

Nacionalidad preocupante

1.-Las autoridades de Caracas presumen que una heladería en una población del caluroso llano venezolano no es más que tapadera de los ires y venires de una pareja de espías de “nacionalidad preocupante”.

(Aunque podé este artículo antes de ofrecerlo a Analítica, es posible que todavía conserve un cierto aire de clable de agencia internacional. Lo explico porque ublicado ya en El Espectador de Bogotà, el apsado martes 13: tratándose de prensa extranjera, no es bueno dar todo por sabido. Así que el lector sabrá disculpar cualquier redudancia que le suene a lluvia sobre mojado.)
La expresión “nacionalidad preocupante” , usada a la hora de hablar de ciudadanos colombianos que circulan por nuestro país – un país, dicho sea de paso, sencillamente impensable sin los millones de colombianos que viven y trabajan en él desde hace más de medio siglo – , pulsa una tecla más de alarma y añade consternación al ya demencial clima de sobresalto e incertidumbre política que Hugo Chávez ha impuesto a los venezolanos.

Un lugar común del lenguaje “periodiqués” es la fórmula “retórica belicista”. Pues bien, partiendo de ese lugar común periodístico, ya puede decirse que la retórica – si es que pueden llamarse retóricas las cotidianas andanadas de escarnio e insulto – se ha deslizado últimamente, y esto sí de un modo más que preocupante, hacia una práctica belicista.

De sandia retórica anticolombiana y de abierta xenofobia han estado rociadas todas las campañas electorales venezolanas desde los años sesenta del siglo pasado. Sin mayor efecto en las urnas, a decir verdad y gracias sean dadas. La parla patriotera siempre fue el último recurso de facciones y candidatos relegados al sótano de las encuestas. Las elecciones que se avecinan, las parlamentarias de septiembre, no parecen ser la excepción.

2.-
Tanto es así, que resulta especialmente sugestivo que ya el chavismo no haga distinción entre Alvaro Uribe y cualquier otros colombiano, ya sea oligarca o “pata’en el suelo”, como aquí decimos. Distinción que, por cierto, cualquier venezolano sensato – ¡todavía los hay! – sabe hacer, en especial si en su barrio convive con colombianos. Hay, pues, sobrados indicios de que el recrudecer de los últimos días responde a la inquietud chavista de ver seriamente afectado, cuando no perdido, el control absoluto de la Asamblea Nacional.

Piénsese que, a pesar de que el régimen chavista ha evaporado las fronteras entre los poderes legislativo y judicial para condensarlos en una sola persona, el retorno de la oposición a la Asamblea, aun en el caso en que no llegase a hacer mayoría, significaría una grave derrota para los designios dictatoriales de quien se piensa Bolívar redivivo.

Ello desataría una crisis política de impredecibles consecuencias, visto el talante tiránico de las políticas de Chávez, pero que bien podría dar al traste con la aspiración reeleccionista en las presidenciales de 2012. El primero en advertirlo ha sido el propio Chávez en las diarias exhortaciones a los suyos.

De modo que cabría insistir en que la histeria implícita en andar viendo espías por doquier responde a la inminencia de unos comicios cruciales. Importa mucho, sin embargo, advertir que las detenciones y deportaciones que se vienen sucediendo a ambos lados de la frontera se añaden a hechos de sangre todavía no aclarados y al dinamitar de puentes colgantes, por citar sólo un par de conmociones fronterizas.

3.-
Los historiadores de los conflictos bélicos suelen llamar “incidente” a la conmoción, muchas veces pequeña en comparación con muchas de las que las ha precedido, pero que da origen a un abierto conflicto bélico. El incidente no tendría que ser cosa minuciosamente deliberada por el omnipresente instigador mediático que es Chávez: bastaría una incalculada consecuencia de sus extravíos. Así, un empellón propinado por un guardia fronterizo puede convertirse en algo mucho más grave y afrentoso. Dos nuevos elementos se añaden hoy a la volatilidad ambiente.

El primero tiende un manto de sospecha por sobre cualquier colombiano que viva en Venezuela, presentándolo como quintacolumnista de una invasión extranjera que no acaba de llegar.

No otra cosa se insinúa al decir que las fotografías halladas en una cámara incautada a un grupo de colombianos detenidos muestran instalaciones eléctricas. Resulta risible esa anacrónica figuración del espía como alguien que se acerca disimuladamente, como quien dice “en plan turístico”, a una instalación de producción o transmisión de energía eléctrica para tomarle fotos desde el otro lado de la verja. Tanto como el anunciado hallazgo de un documento –imaginamos un manual de instrucciones, una minuta de sabotajes a cumplir– escrito en inglés. Risible, en efecto, si no fuesen tan graves las posibles consecuencias.

Chávez enfrenta una seria crisis energética de la que hasta ahora había culpado a la sequía que este año trajo consigo el fenómeno de El Niño y no a la imprevisión de su inepta burocracia. De un tiempo acá, sin embargo, viene sugiriendo que tras los apagones está el sabotaje de la oposición que, para derrocarlo, busca desesperadamente provocar una sacudida del orden público semejante al tristemente célebre “caracazo” de 1989.

Américo Martí afirmaba no hace mucho en una columna de prensa que Chávez “ sabe que puede perder y si Colombia no califica ya como ardid para suspender las parlamentarias, en su imaginación no faltarán otros. Tomemos nota: acaba de culpar a la oposición por sabotaje eléctrico y asegura que la tragedia eléctrica es parte de la lucha entre la revolución y la contrarrevolución.”
Lo cual engasta bien con el segundo elemento añadido: mostrar a los colombianos residentes en nuestro país, ilegalmente o no, como sospechosos de estar en insidiosa colusión con la oposición interna.

La oposición democrática venezolana ha sido penalizada de mil formas, una y otra vez, no importa cuán atenida a las leyes se conduzca. La orientación schmittiana del régimen necesita hacer del adversario político un enemigo a muerte. Ahora puede presumirse que los “caliches” de nuestras ciudades son también parte de la oposición «veneca» y, por ello están expuestos a las mismas inconstitucionales privaciones de libertad que sufre, por ejemplo, el exgobernador del Zulia y excandidato a la presidencia, Oswaldo Alvarez Paz.

La masiva cedulación de centenas de miles de colombianos, fue denuciada en su momento por la oposición como un avieso recurso electorero. Se presume que muchos de esos colombianos, cedulados e inscritos en el registro electoral, han votado hasta ahora unánime y repetidamente por Chávez.

Ahora que son teórica y prácticamente cómplices de los protervos designios de la oposicón y se exponen a ser tratados como enemigos, cabe preguntarse por quién votarán los colombianos de origen y sus descendientes venezolanos en las parlamentarias de septiembre. En especial aquellos que habitan en los estados fronterizos.

¿Se lo habrán preguntado Chávez y los suyos?

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