La canalla chavista
¿Sabe Chávez la torpeza que comete encarcelando a un demócrata ejemplar, que en un momento de su vida hasta estuviera dispuesto a respaldarlo, si con él llegaba por fin la anhelada justicia a nuestra patria? ¿Saben esos parlamentarios del encanallamiento que promueven, mintiendo, zahiriendo y ofendiendo a la moral ciudadana que él representa?
Conozco la revolución por dentro. La castrista. Milité en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR y di algunos años de mi vida a lograr su triunfo, imponiendo una dictadura totalitaria en Chile. La que en nuestra fatal, estúpida y criminal arrogancia creíamos personificaba la perfecta utopía, el paraíso de la igualdad y la auténtica libertad entre los hombres. El fin tan ansiado, desde los tempranos tiempos del cristianismo, de la explotación del hombre por el hombre, de la terrible diferencia entre ricos y pobres. Esa radicalidad nos llevó a menospreciar a Salvador Allende, a la Unidad Popular y a un proceso que considerábamos reformista. Uno de los adjetivos más despreciativos en boca de un marxista leninista de tomo y lomo. Aspirábamos a instaurar en Chile una dictadura tan feroz, tan aterradora y tan criminal como la cubana, que en nuestra infinita ignorancia nos parecía el desiderátum de la justicia y la bondad. “El socialismo con rostro humano”.
Hoy, a cuarenta años de distancia, no me cabe la menor duda de que de haberse implantado esa dictadura, Chile sería un país miserable, empobrecido, aherrojado y disminuido. Que tendría a sus espaldas miles y miles de muertos, perseguidos y encarcelados y que millones de sus ciudadanos, que hoy la han convertido en la sociedad más próspera y moderna, más justa y democrática de nuestra región, vivirían llorando su desgracia en el destierro. Que las cárceles se hubieran llenado de presos políticos. Y que sin la menor duda, llevado por la justa indignación de ver traicionado mis ideales por mis propios camaradas, también yo hubiera sido expulsado del partido, encarcelado y fusilado, si con ello se hubieran satisfecho las necesidades de entronización de un régimen dictatorial. Pues de haberse impuesto ese propósito, sin duda que la máxima dirección de la dictadura hubiera caído en manos de los sectores más radicales, a cuya élite dirigente pertenecía.
Acabo de estar en Chile. Acabo de tener el honor de acompañar a quien, a mi parecer, es el líder incuestionable de la causa democrática venezolana. Y acabo de estrecharle la mano a su nuevo presidente, Sebastián Piñera. Le he dicho textualmente: presidente, lo saluda un chileno venezolano que tras cuarenta años comprende la hazaña de la libertad que se ha cumplido en Chile y que se siente orgulloso de ver plenamente restituida la democracia, que puede permitirse sin traumas ni escándalos traspasar el mando de la presidencia de una socialista a un liberal. Es el sueño que esperamos alcanzar en Venezuela.
Dicho lo anterior, no puedo menos que reconocer la hidalguía, la decencia, la grandeza del tribuno democrático que fuera Salvador Allende. Así cayera prisionero de las grandes contradicciones que nos acechaban a todos los chilenos y fuera la víctima propiciatoria de sus propios errores, Allende no hubiera permitido jamás que la justicia chilena se rebajara al grado de envilecimiento al que el teniente coronel Hugo Chávez ha arrastrado a la justicia venezolana. Y que por satisfacer sus delirantes afanes de dominio – que jamás los tuvo – ordenara encarcelar a Eduardo Frei Montalva, llenando de paso las cárceles chilenas de militares y civiles opositores a su régimen. La canalla chavista – particularmente esos diputados y diputadas que deshonran el humanismo socialista convirtiéndose en perras y perros de presa de un militar golpista, que de las fiscalas y magistradas más vale guardar un honorable silencio – argumentará que, por no hacerlo, Allende debió suicidarse y la revolución chilena sería aplastada.
Nada más equivocado. Chile no sería el ejemplar país que es hoy, si no hubiera sido por la sabiduría de un hombre que prefirió asumir la plena responsabilidad del monstruoso error de la revolución socialista que trató de imponer descerrajándose las sienes. Pidiéndole a sus millones de seguidores que permanecieran en sus hogares e impidiendo con su sacrificio que en Chile se desatara la guerra civil y que el precio de tantos errores se saldara con cientos de miles de muertos.
¿Sabe Chávez la torpeza histórica que comete encarcelando a un demócrata ejemplar, que en un momento de su vida hasta estuviera dispuesto a respaldarlo, si con él llegaba por fin la anhelada justicia a nuestra patria? ¿Saben esos parlamentarios del encanallamiento que promueven, mintiendo, zahiriendo y ofendiendo la moral ciudadana que él representa? ¿Sabe el chavismo del abismo al que nos empuja con su canallería inconsciente y servil? Tensan la cuerda más allá de lo tolerable. Que después no pongan el grito en el cielo.