Oswaldo Álvarez Paz
Estamos en cuerpo y alma con nuestros presos políticos, avanzada de nuestra dignidad. No los dejaremos solos. El destino nos ha atado, y como bien decía el hermoso verso de José Martí: «o nos condenan juntos o nos salvamos los dos.»
“¡Ay de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados!”
Talmud
También Hitler se creyó eterno. Por la sencilla razón de haber logrado, como todos los déspotas y autócratas que en el mundo han sido, haber envilecido y degradado la justicia a esas cotas de inmundicia que llevaran a los alemanes que le sobrevivieran más allá de los estrictos doce años a que finalmente se redujese su “reino de los mil años” a hablar de “la justicia del horror”.
Pobre de esa generación de alemanes que debió convivir con esos jueces del horror, que hubieran debido ser juzgados y severamente condenados, como recomendaba el Talmud. Cargan esos jueces con el oprobio y la vergüenza de haberse dejado seducir y envilecer por un autócrata delirante, por un narcisista contumaz y asesino que hundió en el fango al más culto de los pueblos. Un caudillo con las manos ensangrentadas por el asesinato, la corrupción, la violencia y la maldad. Pagó sus crímenes convertido en cenizas. Su reino devastado y convertido en la tierra de pastoreo de los más viles apetitos.
No es el caso de Venezuela. Nuestros jueces, cuya parcialidad e improcedencia es demostrada inequívocamente a diario por la prisión que sufren hombres buenos, mansos y dignos hasta lo irreductible, ni siquiera alcanzan a imaginar la grandeza de aquellos a quienes encarcelan y aherrojan por órdenes superiores. Son quienes con su entereza moral y su ejemplo cotidiano constituyen a estas alturas la avanzada de la dignidad de una inmensa e invencible mayoría nacional. Que avanza indetenible y a paso de vencedores hacia la libertad y la auténtica justicia. Ni ellos ni quien o quienes le dan o les dan las órdenes imaginan la grandeza de espíritu que se esconde tras la humildad de Richard Blanco o el temple y la entereza de Oswaldo Álvarez Paz. Por no hablar de las docenas de ciudadanos que pagan con prisión el derecho a pensar, a hablar y a actuar según los imperativos de su conciencia. No están abatidos. No están desesperados. Quienes sí debieran estarlo son sus carceleros y quienes los empujaran a las mazmorras. Pues tampoco son eternos. Y comienzan a vivir el ocaso. ¿Será por terror a ese ocaso que dan palos de ciego y cavan anticipadamente con estos monstruosos errores sus propias tumbas?
Están encarcelados y son nuestros mejores ciudadanos. Es el mundo al revés. Maculado por el peor de los pecados, la propia apostasía: un mundo en donde impera la injusticia, el desorden, el crimen, la impunidad, la anarquía. Donde campean los malos y en vez de un castigo ejemplar y ejemplarizante reciben el halago, la protección, la adulación e incluso la condecoración. Poco falta para que en Venezuela llueva de abajo hacia arriba.
Estamos en cuerpo y alma con nuestros presos políticos, avanzada de nuestra dignidad. No los dejaremos solos. El destino nos ha atado, y como bien decía el hermoso verso de José Martí, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos.
La respuesta es clara y categórica. No hay por donde equivocarse.