La UCV azotada
La UCV ha sido castigada sin clemencia desde que la profesora Cecilia García Arocha y el resto del equipo rectoral asumieron la conducción del Alma Mater a mediados de 2008. Diecinueve atentados han perpetrado los azotes de barrio en igual número de meses. Una agresión por mes. En este largo ciclo de violencia han puesto bombas en la sede rectoral, han disparado contra las dependencias centrales, han quemado carros frente a las puertas de la edificación donde se encuentran las oficinas centrales. El único delito que les falta perpetrar a esos malhechores es el asesinato de alguna de las máximas autoridades de la institución o algún otro miembro de la comunidad universitaria. Esto podría ocurrir. Los miembros del M-28 actúan sin descanso.
El último atentado terrorista –al menos hasta el momento de escribir estas líneas- lo llevaron a cabo contra las hermosas y sobrias oficinas de la Rectora y del Secretario. Quienes hemos vivido y querido entrañablemente a la UCV sentimos una mezcla de indignación y profunda tristeza al ver esos espacios convertidos en cenizas y humo. La banda de forajidos que atacó cobardemente a la UCV -aprovechándose de la tranquilidad que brinda la noche y del estado de indefensión en que se encuentran los vigilantes que custodian el recinto universitario- le prendió fuego a esas oficinas. ¿Qué perseguían estos malvados? ¿Acaso buscaban desaparecer bajo las llamas los expedientes de los malhechores a los cuales el Consejo Universitario les está siguiendo juicio por destruir el patrimonio universitario y vulnerar la seguridad personal de miembros de la colectividad? El odio y la furia de esos psicópatas son muy sospechosos. Da la impresión de que además de buscar sembrar miedo en las máximas autoridades y en la colectividad, también trata de acabar con las evidencias que incrimina a la banda guerrerista que desola el campus universitario. Estos villanos son los mismos que se oponen a que se instalen la puertas de seguridad en las entradas de la UCV, con el pretexto de que la ofenden como patrimonio cultural de la humanidad. Hipocresía de la más ruda.
Quienes conspiran contra la UCV levantan las banderas de la revolución bolivariana, del poder popular, del poder constituyente originario, y de toda esa monserga grandilocuente y atrasada que vociferan los oficialistas. Esta coincidencia, aunque importante, no configura una prueba conclusiva de que el Gobierno tiene su mano negra metida en esos atentados. Sin embargo, sí resulta muy sospechosa la conducta tan tolerante y comprensiva del Ejecutivo con los tunantes a lo largo de este ciclo de violencia.
Ni el Presidente de la República, ni el Ministro de Relaciones Interiores, ni el Ministro de Educación Superior –todas autoridades directamente involucradas en la seguridad y destino de la UCV- han condenado enérgicamente los hechos de violencia, ni han cooperado con sus autoridades en el esclarecimiento de los hechos. Estos crímenes, cuyos responsables podrían ser fácilmente identificados y apresados por la desfachatez con la que actúan y por la cantidad de rastros que dejan, jamás tienen un culpable. La complicidad del Gobierno se extiende a los miembros del chavismo dentro de la universidad y, con mayor especificidad aún, a los integrantes del Consejo Universitario que representan la voz del Gobierno. De los labios de esos opacos personajes no sale una condena fulminante, ni un distanciamiento categórico, con respecto de los autores materiales e intelectuales de la violencia, algunos de los cuales -profesores y estudiantes- se pasean con el rostro descubierto por los jardines y pasillos de la universidad. El fariseísmo y la cobardía son los símbolos de esos mediocres.
La impudicia del chavismo resulta tan descarada que han puesto de moda decir que los atentados terroristas en realidad no son tales, sino tretas que inventan Cecilia García Arocha y las otras autoridades para acusar injustamente al Gobierno y a los chavista del clima de terror que se vive dentro de la universidad. Al día siguiente del incendio de las oficinas de la rectora una joven reportera de VTV –sus siglas podrían traducirse como Veneno Televisión- tuvo la desfachatez de sugerirle a la doctora García Arocha que ese episodio había sido provocado por la propia rectora. El odio y la estupidez que destila este régimen permea y modela hasta la conciencia de jóvenes profesionales. Cecilia le respondió con la severidad y la dignidad de una autoridad universitaria: la puso en su lugar por insolente y desvergonzada. El estilo avieso de esa periodista ejemplifica muy bien el comportamiento encubridor y cómplice del Gobierno.
La violencia contra la UCV forma parte de la campaña desatada por el régimen contra la Universidad venezolana. La LUZ, la ULA, la UDO, la UC, la USB y otras universidades, también han sido víctimas del asedio y el maltrato del Gobierno. El cerco no es solo financiero, también se les ataca con bandas de forajidos que buscan amedrentar.
Este es el precio que está pagando la Universidad pública por no someterse a los designios del caudillo. Pero, a pesar de las agresiones y el terror, no nos doblegaran. El equipo rectoral estará hasta 2012 cuando -al igual que Esteban- le entregarán la toga y el birrete de mando al nuevo equipo que elegiremos los demócratas en el Alma Mater. UUUCV.