Opinión Nacional

Misión “¡Muera la Inteligencia!”

Las palabras encomilladas del título fueron exclamadas por el general franquista Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en ocasión de celebrarse “La Fiesta de la Raza”, el 12 de octubre de 1936, en plena Guerra Civil española. Memorable fue la respuesta digna, valiente y de enorme estatura moral del humanista Miguel de Unamuno, rector de esa milenaria casa de estudios, a semejante barbaridad: «Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha…”

En la noche del martes 16 de marzo fueron quemadas con un artefacto explosivo las oficinas del rectorado de la UCV por 15 fascinerosos encapuchados y armados, quienes sometieron a la vigilancia para lograr acceso al recinto. Semanas atrás, esas mismas oficinas habían sido tiroteadas en otra incursión cobarde a la oscuridad de la noche, esa vez desde la Plaza del Rectorado. Igual suerte corrió la Sala de Reuniones del Consejo Universitario a finales del año pasado. También debe mencionarse la colocación la semana pasada de una bomba llena de clavos en el gimnasio donde se ejercitan a diario niños que acuden para ello a la UCV y el lanzamiento de una bomba lacrimógena en plena realización de una obra musical muy concurrida en el Aula Magna, que hubiere ocasionado daños inimaginables de haberse desatado el pánico por salir de ahí.

En noviembre de 2009 un grupito de desadaptados había causado destrozos a las puertas y paredes del Edificio del Rectorado con pesadas estructuras metálicas arrancadas a la fuerza de las obras de construcción de las puertas de acceso al campus universitario por la Plaza de las Tres Gracias. Ante tal salvajismo, el máximo cuerpo de dirección acordó abrir expedientes a quienes fueron identificados como autores. Todo hace pensar que los actos terroristas mencionados arriba fueron perpetuados por los mismos sujetos con el fin de intimidar a las autoridades y disuadirlas de las medidas disciplinarias a que hubiera lugar.

A estas acciones violentas habría que sumar la quema del carro del coordinador del Vicerrectorado Administrativo, de dos unidades de transporte el día de la marcha universitaria en reclamo de un presupuesto justo ante el Ministerio de Educación Superior, la quema de la FCU, el tiroteo de sus oficinas, la quema del vehículo del anterior presidente de ese organismo, Ricardo Sánchez, y muchos incidentes más ocurridas durante los últimos años. Más allá de la UCV pueden mencionarse agresiones contra la ULA, LUZ, UDO, UNET y la UCAB.

Así como el fascismo español reconoció que el debate de ideas y la búsqueda de la verdad en un ambiente de libertad y pluralidad no podían sino ser antagónicos a sus aspiraciones de poder absoluto, sus herederos del siglo XXI en Venezuela no pueden tolerar instituciones que, en ejercicio de su autonomía, osan ejercer el pensamiento independiente y crítico ante los exabruptos del actual régimen militarista. Para muchos el señalamiento de “fascista” es sólo un descalificativo simplista y fácil de cierta “izquierda” contra todo aquel que no comulga con su prédica. Pero el fascismo fue un fenómeno real, incontrovertible (ver adenda abajo). Apela a la sinrazón de un pensamiento único con base a simbolismos y consignas huecas para producir una identificación emocional e incondicional con la epopeya que reclama conducir el líder indiscutido. Ahora, en pleno siglo XXI, acude a manidas frases de la retórica izquierdosa para “justificar” sus aspiraciones totalitarias.

En la tarde siguiente al acto terrorista (miércoles 17), el novel viceministro de Educación Superior, Luis Damiani, profesor de la UCV, se reunió con el Consejo Universitario, a petición de este cuerpo, con la esperanza de que el Gobierno se pronunciara ante los hechos de la noche anterior. Lamentablemente, fue penoso presenciar las contorsiones retóricas que esgrimió para “contextualizar” el problema y terminar prácticamente justificando los hechos violentos, dizque por tratarse de una “lucha entre posiciones contrarias”. Peor aun fue ver en los noticieros televisivos ese mismo día al nuevo ministro, Edgardo Ramírez –también UCVista-, insinuar sin remilgo alguno de vergüenza y con su uniforme “rojo-rojito” (incluida cachucha con estrella Texaco en el centro), que fue la Rectora quien se “auto agredió”. Todo obedecería, según la atropellada declaración de este vocero del régimen más retrógrada y primitivo que ha conocido Venezuela desde Juan Vicente Gómez, a que la Dra. Garcia-Arocha era expresión de fuerzas políticas “de derecha” (¡!). Que triste evidenciar cómo estos ex UCVistas botan por la borda la honestidad intelectual con la que les quiso formar su Alma Mater para plegarse a los designios de un teniente coronel fascista. Si tal falseamiento no fuese suficiente, el Diario Vea publicó el jueves 18 la versión de que, sí, el incidente tuvo como autoría a la Rectora (¡!). Y todavía hay quienes dudan de la afinidad entre estalinismo y fascismo: ¡Goebbles hubiera estado encantado con pupilos tan aventajados!

El fascismo es incompatible con la universidad libre, autónoma, plural y democrática, tan sencillo como eso. El asalto a la inteligencia que emana de las mentiras, falseamientos e inventos descarados con que el presidente Chávez nos apabulla a diario, encuentra complemento en estas tropelías cometidas por sus bandas terroristas contra la Universidad. ¿Qué opinan de esta funesta misión, “¡Muera la Inteligencia!”, los académicos que todavía albergan esperanzas en un “socialismo del siglo XXI”? O se desmarcan contundente y públicamente, o se convierten en cómplices del atraso y la barbarie. Porque deben saber que la UCV perdurará, con su apego por los valores libertarios, humanistas y democráticos, sus invalorables aportes a la sociedad, su pensamiento crítico y su orgullosa tradición de luchas. Pero la misión “¡Muera la inteligencia!” no pasará.

 Adenda:

El fascismo legitimó sus aspiraciones de poder absoluto apelando a mitos fundacionales que justificaba la división de la sociedad entre un “nosotros” –patriotas- y los “otros”, enemigos de la patria, contra quienes se desplegó una campaña de odios que justificó la negación de sus derechos. Estos “enemigos” eran acusados de cumplir los designios de potencias imperialistas que amenazaban las conquistas del pueblo, obligando a la militarización del país “en su defensa”. La violencia desatada contra ellos por escuadras partidistas uniformadas con camisas de un mismo color se convertía en una de las máximas expresiones del “hombre nuevo”, que debía sacrificar todo por la “revolución fascista”: “Todo dentro del Estado; nada fuera de él” (B. Mussolini). El culto a la personalidad justificó la destrucción del Estado de derecho, para enseñorear como verdad única la del líder: “el pueblo soy yo”. En nombre de ese “pueblo” se apresaba al disidente para luego buscar el “delito” con el cual inculparlo. Finalmente, la muerte se convirtió en instrumento de “limpieza” en ese terrible afán por la reingeniería social: sólo merecen quedarse los “buenos”, los “patriotas” -¡Patria, Socialismo o Muerte!

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