Opinión Nacional

Unidad imperfecta

El amor perfecto no existe y por ello es que la gente se casa, tiene hijos y compra un perolero a través de los años. Con la política pasa invariablemente lo mismo y  quienes la practican comienzan a madurar o a podrirse, dirá Usted, en la medida en que admiten que hasta los líderes históricos tienen en ocasiones derecho a esputar como cualquier  habitante de este reino. Aunque claro está que en ningún caso anda este escribidor justificando que a cuenta de prudentes dejemos pasar por debajo de la mesa todo lo que la putrefacción implica. Cualquier actividad humana está llena de caminos culebreros que no siempre conducen a Roma. Hasta Dios escribe torcido. Por eso es tan importante la ética, la brújula moral y los principios que guíen la acción aunque igualmente es bien sabido que lo mejor es enemigo de lo bueno, y a veces en este azaroso mundo es inaplazable lo suficiente frente a lo perfecto. La industria de lo provisional y de lo desechable no sólo es arte capitalista sino moneda común a todo bicho de uña incluyendo a los idólatras del refinamiento que no escatiman esfuerzo en inventar gulas para dar rienda suelta a sus mezquindades.

En la política como en cualquier otra película del hacer humano la unidad es una ambición de anteojitos, tanto para los que creen en ella como para los que tan sólo la soportan. Ostenta el término un componente idílico, sancocho en río, en el que todos volvemos a ser buenos. Es especie de agua bautismal que al ser regada produce el perdón de los pecados a quien la escucha y a quien la declama. Todos sospechamos que es ilusoria y distante hasta que se logra, pero la toleramos con un cierto culillo intelectual y orgánico que nos obliga a poner cara de pendejos cuando oímos hablar de ella y de estadistas cuando la declaramos. Es pues esto de la unidad, cuando se enchicla, discusión vaga y peligrosa. Las palabras son vacíos llenos de contenido. Aluden a cosas reales e imaginarias que cada quien rellena de sustancia. Vacío lleno, pues.

Y como se trata de tejer un hilo de opinión en estos momentos de la política venezolana en que se intenta construir un país distinto al que tenemos, resulta urgente, a tanta brevedad del septiembre electoral que se avecina, exigir a feudos y señoríos políticos sinceren sus espíritus, enseñen, está bien,  los colmillos y dejen las armas de la disolución para más tarde, cuando ya con la victoria cantada frente al chavismo, cada quien arrope a su muchacho y regrese a su ombligo si prefiere. Así son, querido lector, las leyes de la tribu. Aquí y en Pekín, respetando tiempos y distancias, la unidad es un continente demasiado etéreo al que sólo se le arriman amigos cuando florece. Mientras tanto, deberíamos darle contenido político específico que no es otro sino el de calcular francamente cuánto dejamos de ganar si vamos separados y cuánto vamos a obtener si vamos unidos. En todo caso, seguimos reclamando la unidad imperfecta, la única que existe.

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