El letargo de un gigante
El letargo de un gigante devenido en pigmeo. Esa es la escabrosa conclusión que podemos hacer en el marco de los aniversarios bicentenarios de nuestras independencias comunes. Independencia que logró apartarse del régimen monárquico hispano hacia unas nuevas nacionalidades aunque bajo el signo del extravío.
La Historia, en su vertiente reflexiva, ha sido un mecanismo compensatorio antes reiterados fracasos por construir la gran patria. Hoy el mito suplanta a la historia y se transforma en descarada propaganda. ¿Qué puede exhibir la América Latina como signos positivo de su desarrollo? En primer lugar una buena camada de artistas plásticos y grandes escritores, por otro lado, grandes futbolistas. Por lo demás, el resto de las noticias apuntan hacia lo negativo. Y ya no se trata de “una década perdida”, sino de completas décadas y generaciones perdidas. Y la pregunta obvia: ¿Por qué nos hemos equivocado tanto? ¿Qué mecanismos impiden nuestra natural aspiración hacia el progreso?
Una vez más acudimos a Oscar Arias, lucido estadista, cuyo mensaje transpira una sincera autocritica acerca lo que ha sido el devenir de nuestra historia común. Dice Oscar Arias: “Honrar la deuda con la democracia quiere decir mucho más que promulgar constituciones políticas, firmar cartas democráticas o celebrar elecciones periódicas. Quiere decir construir una institucionalidad confiable, más allá de las anémicas estructuras que actualmente sostienen nuestros aparatos estatales. Quiere decir garantizar la supremacía de la ley y la vigencia del Estado de Derecho, que algunos insisten en saltar con garrocha”.
Definitivamente nuestra clase política dirigente no ha sabido jugar limpio. Ni en el pasado ni ahora, salvo una que otra honrosa excepción, se ha actuado de acuerdo a los intereses nacionales. Mucha retórica hueca y sin sustancia. Pocos ejemplos que manifiesten virtuosismo en el manejo de los asuntos públicos. El pragmático y “salvaje” Calibán demostró ser mucho más eficiente que el soñador y aéreo Ariel. No en vano, nuestro Bolívar dijo desconsolado, que toda la obra de su generación gloriosa: había sido un inútil arar en el mar. Lo imperdonable es que éste acto se haya seguido repitiendo una y otra vez.
¿Cuándo alcanzaremos nuestra grandeza continental? Volvemos a Oscar Arias: “Mi experiencia como gobernante me ha comprobado que los nuestros son Estados escleróticos e hipertrofiados, incapaces de satisfacer las necesidades de nuestros pueblos y de brindar los frutos que la democracia está obligada a entregar”.
No soy de los creen en soluciones mágicas y mucho menos en atajos históricos al estilo de caudillos carismáticos ya sean de derecha o izquierda. Considero que el transito a la modernidad política de nuestro continente está asociado a conductas éticas ejemplares bajo el imperio de la ley. Nuestro déficit democrático tiene como correspondencia una quiebra en el ámbito de la justicia social. Somos países de posibilidades siempre frustradas donde todo se recomienza. Y a pesar de todo, el optimismo, fundamentado en nuestra idiosincrasia de pueblos alegres y entregados a una existencia en comunión con valores mestizos solidarios que nos confirman la pertenencia a un destino histórico común. Sólo, que ya es hora, de concretar las viejas aspiraciones que surgieron doscientos años atrás.