El Parlamento comunal y el Sóviet de Petrogrado
El teniente coronel desempolvó la Ley del Poder Popular (LPP), aprobada en primera discusión el 16 de diciembre de 2009, y puso sobre el tapete el tema del “Parlamento Comunal”, artículo 14, con el fin nada oculto de desanimar a los electores de la oposición para que no acudan de forma masiva y entusiasta a las elecciones del próximo 26 de septiembre. Otros dos propósitos muy claros persigue semejante desbarro: atacar de nuevo la descentralización y distraer la atención de los venezolanos para que no se ocupen del grave problema de la corrupción administrativa (patentizada en los contenedores), que su incompetente y descompuesto gobierno ha llevado a cotas nunca vistas en el pasado. La intervención del Banco Federal, el incremento de sus agresiones a la Polar, las cadenas diarias de los medios de comunicación, como si las plantas televisivas y las estaciones de radio fueran de su propiedad, forman parte del intento por desviar el olfato de los votantes para que no perciban la pestilencia que emana de ese grupo que se asoció para destruir al país.
Con el fulano “Parlamento Comunal”, Chávez pretende reproducir, en la forma de caricatura, el Sóviet de Petrogrado, símbolo de los bolcheviques. El “Parlamento” es un hijo bastardo de la Revolución Rusa. Ya lo hemos oído vociferar “desbaratemos el Estado burgués, ¡todo el poder a las comunas!”, emulando el grito de guerra de los leninistas en 1917, antes del golpe de Estado que los llevó al Kremlin. En aquel momento decían: ¡todo el poder a los soviets de obreros y campesinos! Lo que ocurre en Venezuela es que aquí casi no quedan ni obreros, ni campesinos. A casi todos los destruyó. Por eso recurre a las vaporosas “comunas”.
También el “Estado Comunal”, del cual forma parte el “Parlamento”, es una recreación degradada de las comunas maoístas. La “comuna” fue la gran propuesta de la revolución campesina que Mao le presentó a China. Mediante esta fórmula trató de acabar con la propiedad privada, colectivizar toda la economía e implantar la propiedad social. Este soberbio dislate provocó la ruina y muerte de millones de chinos durante el delirio colectivista del líder revolucionario. En Venezuela, el caudillo vernáculo aspira a hacer lo mismo. En el artículo 21 de la LPP se señalan las organizaciones socioproductivas comunitarias. Estas serán las empresas de propiedad social directa o comunal; de propiedad social indirecta; de autogestión; la unidad productiva familiar o grupos de intercambio solidarios (trueque). Con esta fórmula tan avanzada, el chavismo espera que Venezuela se inserte en condiciones ventajosas en el complejo mundo de la globalización. A Mao lo vemos resucitado en Venezuela.
Sin embargo, estos arcaísmos no deben hacernos olvidar que el comandante se propone un objetivo muy concreto en la coyuntura actual: desacreditar el voto como instrumento de castigo y mecanismo para cambiar el orden político. La gente tiene el legítimo derecho de preguntarse: ¿para que voy a votar por los candidatos de la MUD si el jefe del Estado va crear el Parlamento Comunal, figura que no existe en la Constitución nacional? La respuesta espontánea parece obvia: carece de todo sentido. Si esta fuera la contestación que le diesen muchos votantes, el caudillo habría logrado su objetivo. Con unas cuantas cortinas de humo habría inducido a la abstención a un sector significativo del electorado.
Al Presidente de la República hay que recordarle que los organismos chimbos que él crea para torpedear el funcionamiento de las instituciones constitucionales, no funcionan. A dos pruebas me remito. Cuando Antonio Ledezma ganó con más de 700 mil votos, inmediatamente nombró a Jacqueline Farías como Autoridad Única del Distrito Metropolitano. ¿Alguien recuerda a esa noble dama? ¿Tiene, acaso, el menor peso institucional? De esa funcionaria designada por el dedo presidencial no quiere acordarse ni siquiera el alcalde del municipio Libertador. La única figura que los ciudadanos de Caracas reconocen como alcalde Metropolitano es Ledezma. La otra sobra. El otro caso es el del Consejo Revolucionario del estado Táchira, órgano constituido hace algunos meses por los miembros oficialistas de la Asamblea Legislativa de ese estado con el firme propósito de acabar con la gestión de César Pérez Vivas. ¿Alguien se acuerda de esa mamarrachada? Nadie. Ese cuerpo se desintegró al nacer. Pérez Vivas sigue acosado, pero se mantiene a paso firme al igual que el caballero de etiqueta negra.
Le corresponde a la oposición impedir que los fuegos artificiales que lanza el primer mandatario no tapen el sol. En los próximos meses cosas veremos, según la conocida expresión del Quijote. Chávez en su afán por desmoralizar a la oposición, confundirla, distraerla, imponer la agenda del debate nacional y crear un clima donde parezca que el país se derrumbará si él pierde en la consulta del 26-S, llevará la tensión al clímax. No habrá exceso en el que no incurra. La desmesura será el tono de su campaña electoral. Decidió alejarse del centro político para buscar triunfar desde el polo más radical, y aquí se mantendrá.
Hay que insistir en que el voto de los electores democráticos no se perderá y que la democracia podrá recuperarse si todos salimos a sufragar y a cuidar las papeletas el 26-S. Contra la provocación, claridad de objetivos.