La renuncia de Falcón
Toda una propuesta país que el actual presidente de la república está existencial, intelectual y moralmente incapacitado de satisfacer. Si no ha tenido hasta ahora ni el coraje ni la grandeza de responder, encargando de ello a los bufones de palacio, es porque el golpe ha sido de mortal necesidad.
De la renuncia del gobernador Henry Falcón a su militancia en el PSUV no tengo otra constancia que su carta abierta al presidente de la república. No conozco los entretelones de esa historia de dimes y diretes, amores y desamores, afectos y desafectos. Solapados y encubiertos desde hace por lo menos dos años, cuando el presidente de la república y sus ujieres, el patético general Müller Rojas entre ellos, se vieran en la obligación de expulsarlo para inmediatamente reacogerlo con los brazos abiertos: Falcón demostró desde entonces para quienes aún no lo sabían, que como por cierto el gobernador de Monagas y otras muy escasas personalidades del entorno, no era una quisicosa absolutamente deletérea y espumante, como William Lara, su hermano Adán y todos los percusios que sin el portaviones no llegan a conserjes. Ni creo que importe, a la hora de evaluar los acontecimientos de relevancia política. Y esta renuncia, amparada en esta carta, es sin ningún lugar a dudas, un acontecimiento político. De cuya real magnitud se encargará el tiempo. Por cierto, dentro de ciertas coordenadas que marcan el contexto. Y ese contexto no es otro que la profunda e irreversible crisis que vive el régimen, que avanza desbocada y pone a los factores políticos que la protagonizan, incluido el propio gobernador Falcón, ante la disyuntiva existencial de tomar partido y ocupar posiciones. No para ahora mismo ni mucho menos: sino para el largo período de graves turbulencias que se nos viene encima y amenaza con descarrilar el rumbo de la república. Y muy en particular para el momento inevitable del mutis del teniente coronel y el alineamiento de las nuevas fuerzas en torno a las cuales se reagrupará la república y se reconstruirá la nación.
Digámoslo sin ambages: dado el contenido de esa carta, de gran altura política e ideológica, sobria, profunda, respetuosa y de indiscutible valor intelectual, Henry Falcón no está pensando en el momento, que despacha con el más grave de los diagnósticos de que haya sido objeto hasta hoy el presidente de la república por quien haya militado en las filas del llamado proceso. Pues la democracia en ella definida y las funciones acordadas a las autoridades en el concierto de su manejo en el marco del funcionamiento del Estado y el respeto a la Constitución queda claro que para Henry Falcón el presidente de la república es un déspota autocrático, que gobierna sin el menor respeto a la Constitución, que atropella a quienes disienten, divide al país, excluye a las mayorías y empuja al odio y el enfrentamiento: “Debo manifestarle mi total apego al proyecto de país plasmado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, de la cual soy firmante y con cuyo texto me siento absolutamente comprometido. Estimo que hoy ese texto constitucional sigue siendo el instrumento a partir del cual deben trazarse las metas que deriven en una Venezuela diferente, productiva, soberana, inclusiva y plenamente democrática, donde se haga realidad el sueño de justicia social”. Más claro imposible: tras once años de gobierno Venezuela no es diferente, no es productiva, no es soberana, no es inclusiva ni plenamente democrática ni, tras una década perdida, se ha hecho realidad el sueño de justicia social.
Tras ese diagnóstico descarnado del presente, que dudo haya quien pueda no compartir en las filas de los más amplios sectores democráticos de la Nación y que han venido siendo reiterados por grupos de reflexión de la seriedad y el compromiso del Movimiento Dos de Diciembre, adelanta el tema fundamental de la carta: su visión de futuro: “Adhiero la tesis según la cual los males de la democracia se curan con justicia y más democracia. Me aferro a la urgencia de propiciar la inclusión sin exclusión, la reconciliación nacional y el diálogo constructivo. La democracia se forja en la diversidad, en el reconocimiento del otro, en el respeto y en la conjunción de esfuerzos.”
Toda una propuesta país que el actual presidente de la república está existencial, intelectual y moralmente incapacitado de satisfacer. Si no ha tenido hasta ahora ni el coraje ni la grandeza de responder, encargando de ello a bufones de palacio, es porque el golpe ha sido de mortal necesidad. La carta abierta de Henry Falcón lo ha dejado al desnudo en medio del escenario. Sin escapatoria. Y por uno de los suyos. Ya era hora.