Metas claras
La realidad nacional está fuertemente influida y mediatizada por el poder desmedido del presidente Chávez como cabeza del poder ejecutivo. Nunca antes Venezuela registró tal concentración de poder en manos de un hombre o grupo, incluso ni en los casos paradigmáticos de Marcos Pérez Jiménez o anteriormente Juan Vicente Gómez. La situación de Venezuela es patética en muchos órdenes. Chávez es la expresión – paradójicamente en pleno siglo XXI – de la postración de las instituciones, de inobservancia de la Constitución y de unos poderes públicos que no sólo no sin autónomos, sino además adolecen de musculatura democrática y disciplina frente a los caprichos del ejecutivo que se impone cotidianamente amen de los poderes.
El año 2009 la asamblea nacional aprobó a trocha y mocha cuando panfleto y proyecto de Ley le fuese encomendado por parte del Ejecutivo bajo el rotulo de “leyes revolucionarias” que no son más que instrumentos con apariencia legal para acentuar el intervencionismo, promover expropiaciones y demás situaciones irregulares bajo cualquier punto de vista no vistas en ningún otro país a excepción de Cuba. Otro gallo cantaría si responsablemente la oposición como alternativa democrática hubiese acudido a las elecciones legislativas del 2004 y naturalmente tuviésemos una representación apreciable, en un espacio tan dinámico y vital para un país y una democracia como es el Parlamento, Congreso o Asamblea Nacional. Tal distorsión por nada del mundo puede repetirse, y más en la Venezuela contemporánea donde el poder y arena legislativa serán clave para recomponer el orden, para retomar la legalidad y el equilibrio, y ciertamente impulsar distintas iniciativas a fin de destrancar la postración de los poderes y de espacios ciudadanos claves como el CNE, el TSJ, Fiscalía, Contraloría General de la República y otros.
De tal manera que la elecciones legislativas del domingo 26 de septiembre de 2010 serán vitales y decisivas como único recurso ciudadano, cívico y democrático de todos y cada uno de quienes por las razones que sean, aspiramos un país sensato, una sociedad equilibrada, una ciudadanía proactiva, unas instituciones dignas y no al servicio de un proyecto especifico sino de todos los venezolanos. El país tiene que recentrarse en función de trabajo, justicia y respeto. El que quiera facilismo que abandone el barco el que quiera una tarea ardua quédese y trabaje, no tendremos otra manera de recomponer el caos dejado por la revolución sino a partir de muchas horas de trabajo, ingenio, sacrificios y compromisos que al fin podrán darle a Venezuela un aire de esperanza, cordura y mayor sosiego.
Es por ello que los venezolanos no podemos divagar. Nuestra mirada tiene que estar colocada en metas claras, en un único propósito como es recuperar la Asamblea Nacional como espacio de debate, razón por la cual requerimos de hombres y mujeres sensatos, prudentes y corajudos, que no extravíen el objetivo y el compromiso democrático con el país nacional y con unos venezolanos que albergamos todavía esperanzas de cambio frente a la estafa populista, militarista y actual que no empobrece materialmente e inmaterialmente cada día.