La quiebra de Cubazuela
Es increíble que la exangüe revolución cubana todavía tenga prestigio entre alguna izquierda antiglobalizadora y antiestadounidense, conocidos como son los resultados de 50 años de desprecio a los derechos humanos, mendacidad ideológica, ruina económica y retraso científico y tecnológico. La bandera antiimperialista del régimen castrista quedó arriada con la entrega a los intereses de la Unión Soviética. Ya a los pocos meses de instalado Castro en el poder, comenzó la estrecha relación cubano-soviética que concluyó en 1991, al desaparecer la Unión Soviética y su cuantiosa ayuda a La Habana.
Cuba, desde entonces, ha sobrevivido. En medio de un sistema que ha logrado el empobrecimiento total de su población y la destrucción de la estructura económica (no es capaz hoy ni siquiera de producir azúcar en abundancia), la dictadura sigue empecinada en el fracaso de su política. Hoy la inmensa mayoría del pueblo cubano, si pudiera, abandonaría la isla para huir de la miseria y de la pesadilla del régimen socialista hereditario.
Fidel Castro siempre trató de exportar su revolución al resto de América Latina. En cada uno de los países en los cuales intentó establecer gobiernos que siguieran sus dictados fue derrotado. Desde la Bolivia que capturó a su abandonado Che Guevara hasta la Venezuela que descalabró al movimiento guerrillero que él financiaba y dirigía.
No pudo triunfar mediante la receta del Che (“uno, dos, tres, muchos Vietnam”), pero ahora parece haber tenido victorias parciales por otros medios. Sin disparar un tiro, los hermanos Castro se erigen hoy como ductores de Evo Morales y Hugo Chávez. ¿Qué reciben a cambio los regímenes boliviano y venezolano (y en menor medida el nicaragüense)? Pues cierta supuesta “legitimidad” revolucionaria que viene dada por el padre de la ruina cubana.
Cuba vende la posibilidad de que alguien se mantenga en el poder por más de 50 años, con el control absoluto de las vidas de los ciudadanos (la valiente oposición política no representa ningún peligro para la permanencia del régimen). Es eso lo que deslumbra a Chávez, a Morales y a Ortega.
Pero la receta cubana tiene efectos no deseados para el mismo régimen castrista. En Venezuela el avance de la estatización de los servicios públicos (como el de la energía eléctrica a punto de colapsar gracias a la corrupción, la imprevisión y la ineficiencia de sus responsables) y del comercio y de la industria privados, la expropiación de transnacionales (a precios altísimos que el régimen ha pagado o se ha comprometido a hacerlo) que producían acero, cemento, electricidad y alguna cadena de automercados, el despojo de tierras a productores agropecuarios y de negocios de servicio petrolero a empresarios, la inseguridad jurídica que ahuyenta cualquier inversión, más el descalabro de la industria petrolera (gastando más produce mucho menos) ha generado la recesión y puede lograr el milagro negativo de quebrar el fisco nacional.
Venezuela se acerca a Cuba: desempleo, desinversión, dependencia de un solo rubro, exportación cada vez mayor de recursos humanos, persecución a la iniciativa privada, racionamiento de electricidad y de agua, escasez de algunos alimentos. Y el precio del petróleo nunca será suficiente para un régimen derrochador (se ha visto obligado a devaluar la moneda en un 100% y la deuda pública ha subido como nunca en medio de una bonanza), que entrega buena parte de sus ingresos a cambio de la bendición del gurú de la represión y el pensamiento anacrónico.
Si Venezuela continúa por este camino se verá sumida en la peor de sus crisis económicas y no podrá financiar a la Cuba de los Castro. ¿De quién vivirán entonces?