Opinión Nacional

La democracia participativa formal

La vieja crítica a la democracia representativa, hoy adquiere renovadas fuerzas a propósito de la participativa.  La sencilla distinción entre lo dicho o sugerido por el papel  y la realidad práctica de cada día, muy bien puede fundar el discurso incendiario que parece anidar y anida en todos los ámbitos y rincones del país.

El estudio pormenorizado o el paseo a volandillas por la Constitución de 1999,  revela toda la manipulación que ha hecho el régimen de una bandera que, por cierto, originalmente no le pertenece. Y, lo que es peor, puede ocurrir que las más representativas de las democracias en el mundo, sean eficaz y convincentemente más participadas que la nuestra.

El proceso de formación de las leyes, a lo largo de la década, ejemplifica muy bien cuán formal es el protagonismo participatorio del que se ufana el gobierno nacional, pues, a la hora de trabajar un determinado proyecto, aparecen – en el mejor de los casos – sendas fundaciones a la medida para cumplir con la fórmula de consulta.  Semejante artificio o prefabricación está en el fondo del llamado “parlamentarismo social de calle”, con poco o ningún disimulo en el caso de las superhabilitaciones del Ejecutivo Nacional.

El impuntual proceso revocatorio del mandato presidencial, postergado y obstaculizado – recordemos – por Chávez Frías hasta que lo autorizara la costosa democracia de sondeos que lo inspira, ilustra muy bien la materia. Mayor bofetada fue la derrota de la reforma constitucional oficialista por diciembre de 2010, convertida en un triunfo con la unilateral, inconsulta y descarada aprobado del plan de desarrollo económico y social por una Asamblea Nacional que resultó de una altísima abstención en los comicios de 2005.

Se dice del fenómeno de la comunalidad, pero es sabido hasta el hartazgo el condicionamiento financiero que le impone el poder central, eje de toda decisión por más distante, extraño  y apartado que sea el lugar donde surgen los problemas.  Por no citar vicisitudes como la del principal partido de gobierno que, por añadidura, nominó determinados nombres al parlamento, pero encontró el veto público e inmediato del que es su presidente y, a la vez, jefe de Estado, jefe de Gobierno, Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional, jefe de la Hacienda Pública Nacional, etc.

La  plebiscitación es el único instituto fortalecido, además, por el erario público y demás recursos materiales o simbólicos del Estado. La democracia directa en curso, más espectacularizada que subversiva, tiene poco de Rosseau o Schumpeter, por la participación ciudadana o la funcionalidad que puede adquirir, ni siquiera hallando una representación en el proletariado del que no se atreve a hacer mucha bulla el socialismo estrafalario que lo ha contaminado, camino a su desaparición real.

No hay representación, sin representación y viceversa. Democracia representativa participada, democracia participativa representada.

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