Vacilar es perder
Pocas veces en la historia ha tenido tanta vigencia la frase de El Libertador. Con él podríamos agregar que no hay espacio para la calma, la prudencia o el oportunismo cuando se derrumba la República. La destrucción nacional hay que detenerla actuando con claridad de objetivos, estrategia bien definida, con fe en el desenlace de la confrontación y, sobre todo, con el coraje indispensable para triunfar. Hay que actuar dejar a un lado las concesiones retóricas a la búsqueda de entendimientos con las cúpulas de un poder ineficiente, corrompido hasta los tuétanos e ideologizada en dirección contraria al interés nacional. Nuestra primera meta debe ser la de construir la unidad auténtica frente al socialismo del siglo XXI, coartada que esconde el comunismo a la cubana del castro-chavismo. Esa unidad puede ser dinámica y hasta diferenciada, pero con objetivos comunes para los sectores que la deben alimentar. No es unanimidad, sino el mayor grado de consenso posible frente a los peligros que nos amenazan a todos. La unidad que buscamos trasciende lo estrictamente electoral, aunque no pretende restarle importancia. Queremos darle contenido para que los candidatos a la Asamblea Nacional le den contenido al mensaje interpretando cabalmente el sentimiento general de la nación. Por buenos que sean, no basta con venderse individualmente como personas. Tienen que ser los voceros de una gran causa por la Libertad, con la cual las grandes mayorías puedan identificarse. Se de las dificultades para la escogencia de los candidatos opositores, pero con o sin reservas, hay que cerrar el capítulo, pasar la página y cumplir con las exigentes tareas aún pendientes. Con preocupación noto timidez y muchos complejos a la hora de cuestionar las actitudes oficiales de los últimos días, especialmente las referidas a la incontinencia verbal del señor Chávez. Temas como la propiedad privada, la libertad de trabajo, la libertad de empresa, la economía de mercado, la libertad de asociación de quienes representan intereses políticos, económicos o sociales para construir organizaciones intermedias entre la sociedad y el estado-gobierno, ofrecen suficiente material para reivindicar una desdibujada cultura sobre la responsabilidad de las personas naturales y jurídicas consigo mismas y para con la nación. También sobre los límites del poder público frente a ellas, en sus acciones para controlarlas o destruirlas. Es definitivamente inaceptable la política gubernamental. Cada día ratifico mi convicción de que la mejor política social que puede existir en cualquier país, bajo cualquier régimen o ideología, es una economía que funcione de manera autónoma, no dependiente del poder público, que respete las reglas básicas y la técnica de una actividad tenida como ciencia desde hace bastante tiempo. Sólo los bárbaros que gobiernan lo desconocen. El fracaso está a la vista. El desastre no tiene precedentes. No habrá borrón y cuenta nueva. Quien no la deba, que no la tema.