Mafias y libertad
Aquello de que las mafias andaban ocultas murmurando en Palermo o Nueva York, Bogotá o Caracas, detrás de paredes húmedas y musgosas, perseguidas por “Los Intocables” es cuento viejo. Ahora, de termitas horadando las puertas de la casa, han pasado a ser sus insignes propietarios. Y vistosos además, todos los conocemos. Aparecen en las revistas de moda, ondean afiches por la calle, se dejan ver en todas partes, enseñando sus excesos sin el menor pudor. Sin tapujos miran de frente, son parte de la fiesta y no cometen el error de la culpa porque están perdonados de antemano. Nadie ya se disfraza de Al Capone. Dejaron de ser una cicatriz oculta para convertirse en estandartes o consignas. Van como hormigas marcando territorio y ¡ay! de aquél que intente aproximarse a sus comarcas.
Mafia dejó de ser aquél relato idílico llevado a la pantalla, no se sabe si para execrarla o encumbrarla. Mafia puede llamarse la hija de alguien. Todos ya pertenecemos a ellas. De alguna forma somos sus prestatarios. Sin ser sus militantes iracundos, nos vemos arrastrados por sus leyes, contoneos, formas y costumbres: Ya no es la “mano negra”, es convicto y confeso que lo somos. Así, la sociedad de escritores, el equipo de fútbol, la tendencia que sea dentro del partido cualquiera, las iglesias, el alcanfor, el pensamiento, la acción, son ramas de esa misma raíz.
Todo pareciera enmarcado en el cuadrilátero del proceso involutivo que nos lleva a la tribalización fatídica del presente. Países, Estados, grupos, fraternidades, dominantes y dominados. Por ese instinto de la supervivencia en un mundo cada día más escaso y ajeno, en donde la libertad individual pareciera pañuelito blanco de novia enlutada, cuento de tontos pasado ya de moda, se adhieren a esa evidencia. La patota, la rosca, la banda, el escuadrón, la pandilla, el gobierno, todos embisten hacia el botín que es el control del espacio ajeno. Como si la palabra “común” tuviese un sentido histérico y apesadumbrado porque la ley que prima es la de los que la imponen a sus anchas, gustos e intereses siempre de bolsillo porque ni de cartera tienen tiempo. Rapiña.
Me da susto decirlo pero la soledad, palabra desterrada injustamente del diccionario político, sería a todas éstas la impertinencia de no pertenecer a secta alguna y andar por la vida sin referentes ni tatuajes que el hormigueo social impone a través de sus doctos malhechores. Por eso es tan difícil y crucial pensar en una salida a la crisis existencial que atravesamos en todos los órdenes pero sobre todo en el personal e íngrimo que tiene que ver con ese sentimiento-realidad de estar atrapados por los designios de un hombre o una mafia que decide por sobre todos a través de su voluntad, capricho, títeres y comparsa que lo aplauden con chula baba.
Lo más preciado de lo que nos quitan es la libertad que es un principio y un fin, un valor y no un precio. La política es el barco de nuestro destino y sobre ella andamos.