No creo en Chávez
En política se crean esperanzas sabiendo discursar. La dificultad radica en que si no se presentan resultados concretos esas esperanzas se esfuman y la fe perdida cunde entre los creyentes. Los estudios de opinión muestran claramente que el discurso tremendista y radical del presidente no entusiasma ni es compartido por la mayoría de los venezolanos.
La gente no cree en un país dividido entre revolucionarios y apátridas. Para la gente, por encima de líneas partidistas e ideológicas predomina el que todos somos venezolanos e iguales ante la ley como personas. El socialismo se percibe como solidaridad y para nada se identifica con el marxismo leninismo que el presidente quiere imponer. La propiedad que se anhela es la privada sobre la social. La democracia se entiende como alternabilidad y equilibrio de poder no como hegemonía de caudillo iluminado. La educación y salud se anhelan para superarse, progresar y salir de la pobreza. El ser rico se asocia con el trabajo y las oportunidades, de ahí, que no sea malo. La familia es más importante que la revolución y los valores morales más perdurables que las riquezas materiales.
El viento que baja de los barrios trae rabia insoslayable: “ya no creo” que seré respetado como hijo de Dios; ya no creo que poseeré vivienda con título de propiedad incluido ni creo que tendré empleo digno y bien remunerado; ya no creo que la seguridad sea motivo de preocupación oficial, te desmienten los muertos semanales y el estado de abandono de nuestras cárceles; ni creo en la calidad de vida ni en la justicia prometidas, te desenmascaran los corruptos de tu entorno desvergonzadamente enriquecidos con los recursos de la nación; ya no creo que viviré en paz pues compruebo con frustración que te dedicas a sembrar odio y prepararte para guerrear.
El “ya no te creo, Chávez” viene acompañado de la fe perdida en tu proyecto socialista, tu hombre nuevo y tu estatismo destructor.