Opinión Nacional

La cubanización de la vida cotidiana

El decreto que regula la emergencia eléctrica posee un carácter  abiertamente represivo y un perfil inequívocamente fidelista y cubanoide. El anciano dictador caribeño, tan admirado por el autócrata vernáculo, siente nostalgia por la vida primitiva, por las comunas medievales, donde la gente andaba semidesnuda y no existían la luz eléctrica, los automóviles, Internet,  las computadoras, ni ninguno de los aparatos que simbolizan el bienestar y la prosperidad de la  vida moderna, que surgen con el capitalismo. Hugo Chávez propone reproducir la “isla de la felicidad” en Venezuela para que los venezolanos nos acostumbremos a pasar los días sin esas comodidades que convirtieron a los ciudadanos de nuestro país en ejemplo de una sociedad urbana y moderna.

         El teniente coronel apela al castigo, su arma favorita de los últimos tiempos, con el fin de reducir el consumo eléctrico. Este propósito luce paradójico en un país que, precisamente, requiere con urgencia crecer y revertir  la caída  de 2.9% del PIB registrado en 2009. El año pasado, debido a ese retroceso tan acentuado del PIB, se redujo la demanda de energía eléctrica o, en todo caso, no estuvo a la altura de las expectativas del Gobierno, pues en sus predicciones para ese mismo período se contemplaba un crecimiento de al menos 3% del PIB. Si este aumento hubiese ocurrido la demanda del fluido se habría expandido, pues se habrían instalado mayor cantidad de empresas de bienes y servicios, se habrían construido más viviendas y, en fin, el desarrollo habría requerido más energía. Los chapuceros que forman parte de la camarilla gubernamental hoy estarán dándole gracias a Dios porque nuestra economía fue una de las pocas de la región que retrocedió en 2009.

         “El Niño” tiene muy poco que ver con la crisis eléctrica. La causa fundamental del desastre se encuentra en la desidia e improvisación del equipo gubernamental. Para colmo de males en los pomposos planes elaborados por el Ministerio para la Planificación y Desarrollo, aprobados y difundidos por el Presidente de la República, se proponen metas de crecimiento económico ambiciosas. Lo que ocurre es que ni siquiera sus promotores se tomaron la molestia de ver cómo se reflejaban esos objetivos en el campo eléctrico y qué debían hacer en consecuencia. ¡Imaginemos  la cómica que esos señores pondrían si les tocase gobernar una ciudad como Las Vegas, asentada en medio de un desierto y donde todo se mueve con electricidad  las 24 horas del día los 365 días del año!

         Un gobierno que se ha caracterizado por la desmesura, la improvisación y el derroche, ahora pretende darles clases de ahorro a los venezolanos. El país podría entender, e incluso debe hacerlo,  que la preservación del planeta, de su ecosistema, exige el uso responsable y racional de la energía eléctrica, y que resulta indispensable compatibilizar la modernidad y el desarrollo con la utilización eficiente de fuentes energéticas que no dañen el ambiente, no vulneren  la capa de ozono y minimicen todos esos problemas en los cuales han insistido los ecologista y el Club de Roma desde hace décadas. Por cierto que aquí hay que recordarle al primer mandatario que es en el capitalismo donde estos temas se han discutido durante décadas, donde han surgido grupos y partidos ecologistas con representación parlamentaria, y donde se han aprobado legislaciones que fomentan la preservación del medio ambiente. En cambio en los países comunistas, los de antes y los de ahora, las voces de protesta son silenciadas, a pesar de los desastres ambientales que provocan sus gobiernos, empezando por el habitad humano.

         En las actuales circunstancias el racionamiento -sin mucho razonamiento como dice Zapata- resulta inevitable. Todos los ciudadanos estamos obligados a contribuir para que la crisis no acarree las consecuencias tan graves que se avizoran y para que dure menos tiempo de lo previsto. Sin embargo, este compromiso colectivo con el medio ambiente y con  el país no puede utilizarse para ocultar la responsabilidad esencial de Hugo Chávez  por las penurias que atraviesa la nación y el descalabro inevitable de la economía que la escasez eléctrica conlleva. Estos padecimientos constituyen el resultado inevitable de  la acción de un gobierno obtuso, prepotente y sectario, que ha excluido a los mejores recursos humanos del país, que se ha apoyado en cuadros incondicionales del proyecto hegemónico chavista, que no realizó en su momento la inversiones necesarias que habrían evitado el colapso y que ha favorecido impúdicamente a gobiernos extranjeros en detrimento del bienestar nacional. La bonanza petrolera la han disfrutado los cubanos, los nicaragüenses, los bolivianos y los esposos Kirchner. Todo el mundo, menos los venezolanos. En cambio la crisis deben padecerla los compatriotas más pobres.

         El 26 de septiembre representa una oportunidad excepcional para impedir que Venezuela siga cubanizándose. No la desperdiciemos.

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