Globovisión y el ejemplo de Ledezma
No es éste momento para cobardes y pusilánimes, logreros y temerosos, maniobreros y disminuidos. No es el momento para achicopalarse y correr a esconderse en alguna covacha oportunista y rastrera. No es el momento para permitir que nos doblen el brazo y nos quiebren el más sagrado de nuestros valores, la máxima seña de nuestra identidad: la decencia y la moral. No es la hora de ceder al chantaje, a la intimidación, a la compra y venta de nuestras más importantes posiciones. No es la hora de ceder al miedo y entregar en bandeja de plata nuestra honra, nuestra herencia, nuestra humanidad: la Patria. No es la hora de doblegarse.
Marcel Granier ha dado el más grande y valeroso de los ejemplos. Empujado al borde del abismo por la inclemente maldad del teniente coronel, que vio en el canal 2 el espejo impoluto de las más grandes bondades de la decencia ciudadana y la más acerada de las oposiciones a su inmundicia hecha régimen, fue tentado con la compra fastuosa de su canal. Tantos cientos de millones de dólares que le hubieran resuelto a él y su descendencia la sobrevivencia material por varias de sus generaciones.
Esa tentadora y millonaria oferta cursó antes del zarpazo. No cometo una infidencia si cuento lo que entonces me dijera Marcel, de cuya amistad me precio: “¿con qué cara me miraría al espejo todas las mañanas si aceptaba una fortuna a cambio de mi integridad política y moral? ¿Con qué moral miraría a mi esposa, a mis hijos y nietos, traicionados en sus enseñanzas morales por quien tiene la obligación de educarlos en el amor a la verdad, a la bondad, a la patria?”.
He allí el resultado: primero le quitaron la señal abierta. Hoy le quitan todo derecho a seguir llevándole a los hogares la voz de la dignidad de sus grandes comunicadores, el sano entretenimiento de sus excelentes programas, los impecables noticieros, tan necesarios en esta hora aciaga en que la criminalidad se hace fuerte desde las alturas del Poder.
Siguiendo esa línea, la democracia venezolana ha podido sobrellevar esa canallada totalitaria gracias al coraje, la solidaridad y la grandeza de Guillermo Zuloaga, Nelson Mezerhane y Alberto Federico Ravel. Quienes han logrado sortear con sabiduría las mil y una trampas, celadas y chantajes del régimen contra Globovisión. Que no trepida en recurrir a las presiones judiciales, el arrebatón y la amenaza física, tanto a los propietarios del canal como a sus excelentes comunicadores. La figura de Leopoldo Castillo es, a ese respecto, emblemática.
Imaginamos la brutalidad de las presiones que se ejercen desde el entorno dictatorial de la presidencia contra la voz de la verdad en Venezuela. Que seguramente estará jugando al doble filo de la criminalidad: la amenaza bruta de la fuerza física, el cierre totalitario y las mazmorras o la tentación diabólica de la compra falsamente generosa. Debemos denunciarlo: estamos llegando al punto del todo o nada, pues en juego no está un canal. Está la Patria. No está una fortuna. Está la República. Una e indivisa, eterna e inmortal.
De allí el recuerdo magnífico del caballo de Ledesma. Al que un lejano homónimo, el líder indiscutido de la oposición democrática venezolana, nuestro Alcalde Metropolitano Antonio Ledezma, honra día a día con su vida y su ejemplo. Hoy exigió la expulsión del esbirro y torturador cubano Ramiro Valdés. Y ofreció todo su respaldo a los medios que luchan por la sobrevivencia en medio de esta borrasca de autoritarismo. Demandando la unidad insoslayable de todos los sectores democráticos: partidos, iglesias, estudiantes, trabajadores, empresarios, uniformados, madres y mujeres venezolanas. Se acerca el momento definitorio. Estamos ingresando a la hora más oscura de esta avasallante crisis existencial. No debemos temer ni claudicar: mientras más oscura la noche, más próximo el amanecer. El fin del régimen es inevitable y se aproxima. No cedamos ni un milímetro de nuestros espacios.
Es la hora de seguir el ejemplo de Ledezma.