10 guías para el diálogo
Pero ellos han declarado que no se niegan a dialogar si se cumplen ciertas lógicas condiciones. No creo imposible que el gobierno termine aceptándolas. ¿Quiere decir que el diálogo con quien reprime dejaría de ser inmoral?
Se repite hasta el aburrimiento que dialogar o participar en elecciones organizadas por un régimen autocrático son maneras de legitimarlo, impedir o retardar su colapso, permitirle que «gane tiempo» y violar la suprema exigencia de que con gobiernos represivos o incluso sanguinarios no es ético negociar. ¿Será cierto?
1 La legitimidad de un gobierno no depende de que sus opositores lo maldigan sin más o se abstengan de votar. Sufragar es una decisión política que depende de circunstancias particulares, para nada inmutables. No hay reglas ni recetas fijas que determinen a priori este tipo de decisiones, pero la experiencia universal indica que sean o no adversas las reglas electorales, votar ha sido normalmente mejor que no hacerlo.
Ningún tribunal de la opinión pública tiene por qué suponer que ello implique reconocer actos despóticos del poder o atentados contra los derechos humanos. Porque si así fuera la Concertación Democrática chilena habría favorecido a la sangrienta dictadura de Pinochet al echarla del mando mediante el voto. Para no «legitimarla», debió más bien permitirle que se perpetuara, eso sí: gritándole ¡ilegítima!, ¡ilegítima!
2 Nuestros últimos procesos electorales nos dicen que cuando la alternativa democrática se abstuvo perdió valiosos espacios institucionales y elevados caudales de popularidad. Comenzó a recuperarse desde que aprobó entrar en procesos electorales, a sabiendas incluso de las trampas y el ventajismo del otro.
Todos los líderes emergentes de la oposición, todas esas flamantes figuras, han brotado crepitado, –diría– del hirviente manadero electoral y de procesos de participación, incluidas las luchas estudiantiles y gremiales. De la abstención no salió ni podía salir nadie.
Y de allí que mientras en la acera democrática se fraguan sin cesar nuevos líderes, en la opuesta haya una sequía alarmante, un constante rotar de viejos y ya menguados nombres. El futuro le pertenece al movimiento democrático, el asunto es lograr que el presente también.
3 Incluso varios de los más renuentes a aceptar el actual diálogo con el régimen deben su notoriedad e influencia a que en su momento llamaron a votar aun denunciando ventajismos y fraudes. En casi ningún otro país latinoamericano la abstención moralina ha sido tomada en serio.
Desmarcándose de quienes aseguraban que entrar en el viejo Parlamento gomecista era convalidarlo, Rómulo Betancourt acuñó una fórmula que se hizo célebre: –Entraremos al Congreso con el pañuelo en la nariz.
Era un fuerte acto político en un espacio visible; era un salto adelante, una premisa de lo que vino después. ¿Hubiera sido mejor colocarse al margen del combate real alegando razones morales?
4 No pocas voces condenan el diálogo entre la MUD y el cuestionado régimen de Nicolás Maduro. Acusan a la oposición de proporcionar una tabla salvadora a la autocracia chavista, sumida como está en un lóbrego pantano. Las mismas voces que rechazaron las participaciones electorales extienden el radio de sus condenas.
Dialogar con el que agrede sería una perversa candidez que los absolvería de delitos. Domingo Alberto Rangel se mofaba de Cipriano Castro porque «no le hablaba a diplomáticos adversarios»; volteaba altivamente la cara cuando se tropezaba con alguno de ellos. Por sindéresis tendríamos que retirarnos de procesos electorales, judiciales, legislativos y hablarle al gobierno solo con señales de humo.
¡Pero es lo contrario! Lo incauto, lo perverso, es desarbolar las defensas que la democracia necesita para resistir y revertir la ofensiva totalitaria. Para lograrlo ha de trabajar en todos los escenarios. El piano se toca con los diez dedos.
5 Se nos dice que en nombre de los principios no vale tratar con quienes reprimen y torturan a los heroicos estudiantes. Pero ellos han declarado que no se niegan a dialogar si se cumplen ciertas lógicas condiciones. No creo imposible que el gobierno termine aceptándolas. ¿Quiere decir que el diálogo con quien reprime dejaría de ser inmoral? Se lo pregunto, por caso, a varios de mis respetados amigos.
6 De aceptarse semejante apotegma el mundo no hubiera avanzado ni un metro. Los gobiernos negociaron con la izquierda de los años 60 y el resultado está a la vista. Criminales como Stalin y Mao son casi irrepetibles, y sin embargo Roosevelt, Churchill y hasta Nixon resolvieron con ellos asuntos que la Humanidad reconoció.
7 La Política se ajusta a principios morales, sin olvidar que el más importante es la conquista del sistema democrático. Si por mucho que se adorne de alocuciones morales, la abstención consolida la dictadura, perderá fundamento ético.
8 El totalitarismo copa los espacios. Para derrotarlo deben usarse todas las formas constitucionales de lucha. Desistir del voto es entregar posiciones que el otro utilizará para ampliar sus dominios. Negarse al diálogo después de tanto exigirlo sería una inconsecuencia. Aquellos rechazaban hacerlo con la «ultraderecha», ¿y ahora que, obligados por la crisis, retroceden lo hará la oposición?
9 Si generalmente es correcto dialogar, actualmente lo es más. Maduro va contra la corriente, la oposición, con ella. No es válido contraponer diálogo a calle porque los heroicos estudiantes se representan a sí mismos.
El tiempo favorece a la oposición, a diferencia de las negociaciones de 2002. Chávez volcó inmensos recursos para Misiones. Su situación lo permitía. Maduro no tiene municiones en la faltriquera. No puede esperar.
10 Mundo de locos, que la autocracia cante loas al diálogo y la democracia lo evite. «La prueba del buñuelo –dice el refrán– consiste en comerlo». El miedo al contagio llevaba a la oposición al sepulcro. La participación cambió su suerte. Y es que los buñuelos, señores, cantan.