Opinión Nacional

La seducción de la inmundicia

 La morbosa insistencia con que los medios opositores destacan hasta los más leves suspiros y excrecencias mentales del presidente de la república constituyen síntomas de una grave enfermedad nacional: puede que hayamos caído víctimas de la seducción de la inmundicia.

            La escatología y lo escatológico han perseguido al hombre desde sus más lejanos orígenes. No sólo genéricos, colectivos, aquellas fijaciones anales de la especie que nos vinculan a nuestra animalidad. Sino reproducidos en escala micro cósmica también a los de nuestro desarrollo individual. Dos olores impregnan la conformación de la individualidad desde nuestra más temprana niñez: el de la lactancia y el seno materno y el de la propia fecalidad. Claves en la conformación de nuestra sexualidad. Freud ha escrito deslumbrantes ensayos sobre la analidad, la fijación a esa etapa primera de nuestro desarrollo y el complejo anal con sus diversas expresiones en la personalidad, desde la avaricia a la egolatría. Y sus diversos morbos y perversiones. Así como al poder de la represión social sobre sus seducciones. Existen importantes obras de pensamiento sobre el poder de la memoria olfativa y la tabuización del olfato. Theodor Adorno atribuía a ese horror a escarbar tras los olores de la inmundicia la tabuización del cerdo en algunas culturas originarias.

            Si es así, particularmente en el universo de las pulsiones, los traumas, las fijaciones y las neurosis, también lo es a niveles superiores de la mediatización social. Si la inmundicia fecal y el placer morboso vinculado a ella han sido suficientemente descritas psicopatológica y antropológicamente,  apenas si se ha estudiado y escrito acerca de los efectos de la seducción y las fijaciones anales en el terreno de la política. Se han escrito deslumbrantes ensayos cobre la criminalidad política, particularmente en relación a los fascismos – de izquierdas y derechas – y el efecto de las perversiones psicopatológicas en los mecanismos represivos. Michel Foucault ha escrito extraordinarias obras dedicadas a la locura, al internamiento carcelario, al castigo y la penalización. El mismo Adorno, un estudio imprescindible sobre las determinaciones de la personalidad autoritaria. Que, por cierto, no estaría demás recomendárselos a la nueva ministro de cárceles y prisiones. No se debiera enfrentar tarea tan descomunal, que toca a la esencia del régimen y sus patológicas deficiencias, sin una elemental cultura respecto del tema. Si bien es difícil imaginar comprensión del fenómeno carcelario en quienes se proponen encarcelar a todo aquel que se resista a su sistema dominatorio.

            He insistido en recomendar una de las más importantes novelas de la literatura universal, El oscuro corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, porque entre muchas de sus lecturas posibles está la de la permanente latencia del retorno a los lejanos orígenes del sometimiento, la esclavitud  y la barbarie vinculados al poder de la analidad. La poderosa, irresistible y devastadora seducción de la inmundicia. Pienso en todo ello ante la conversión de un fenómeno lamentable como el cáncer presidencial, con todos sus anexos y derivados escatológicos,  en espectáculo circense. Toda enfermedad de cierta gravedad acarrea el morbo: aproximarse a la muerte es el más ancestral de los terrores. Pero endiosar a quien parece haber penetrado en el umbral de la muerte y hacer de ello motivo de jolgorio, de manipulación política, de enseña electoral es provocar, consciente y deliberadamente, la seducción de la inmundicia.

            ¿Hemos llegado al estado de primitivismo y barbarie como para que los intestinos presidenciales y los vómitos de su supuesta quimioterapia se conviertan en motivo de angustia colectiva, jolgorio continental, chascarro parlamentario y apología política? La morbosa insistencia con que los medios opositores destacan hasta los más leves suspiros y excrecencias mentales del presidente de la república constituyen síntomas de una grave enfermedad nacional: puede que hayamos caído víctimas de la seducción de la inmundicia.

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