¿Cosechar sin sembrar?
Mi amigo Emeterio Gómez se preocupa porque yo considero que se puede hablar de economía capitalista, pero no de sociedad capitalista. «¡USA e Inglaterra son -dice- sin la menor duda Sociedades Capitalistas!» Sí y no. No tengo la menor duda de que la economía capitalista, como el totalitarismo estatista, son invasores y tratan de apoderarse de toda la sociedad e imponer su yugo económico o político. Pero no es menos cierto que en esas sociedades cientos de millones aman y viven con sentido y afectos no reducibles la economía.
Desde el Estado se construyen gallineros de felicidad donde a las aves no les falte comida, orden y abrigo, en espacios protegidos del zorro. ¡Hasta les dan veterinario gratis! A cambio de tanta felicidad, sólo se les pide sumisión.
Pero un día derrumban el muro de Berlín, perdón la cerca del gallinero, y las gallinas salen felices a correr riesgos y buscar la libertad que les pertenece. También la economía capitalista, invasora y absolutista, dice que la felicidad está asegurada con tal de que, con egoísmo, todos busquen maximizar su ganancia, elevar su consumo y responder sin resistencia a los estímulos económicos.
Economicismos y dictaduras convencen a no pocos, pero un día aparecen multitudes frustradas, aunque bien alimentadas, que quieren bajarse del sistema, o muchedumbres carentes y excluidas que se rebelan contra esos «paraísos».
Estados Unidos e Inglaterra son mundos ricos en humanidad, con millones de centros y vidas donde se vive con valor humano, la dignidad y solidaridad, más allá y a pesar de la política y de la economía. En la crisis aparece su indignación, su hambre de libertad, de dignidad y de solidaridad (¿por qué no decir de fraternidad y de trascendencia?), dejando al desnudo las falsas promesas de la granja, porque los humanos somos más que estómago lleno y orden.
Para hacer prevalecer los valores humanos y la vida con sentido, la sociedad necesita un «nosotros» con su fuente de solidaridad manando agua viva, que el totalitarismo político-económico no la puede secar. Pero tras décadas de siembra del individualismo y del utilitarismo más groseros, hay debilidad para resistir a los totalitarismos economicistas y estatistas. No basta la indignación, ni la denuncia; la solidaridad de millones es el único jinete que puede controlar los caballos desbocados de la economía y la política, hacerlos solidarios y construir, con moral, leyes e instituciones, un mundo para la dignidad y libertad humana de todos, compartido en paz.
La democracia, con todas sus limitaciones, es un invento maravilloso de las sociedades solidarias modernas para transformar el Estado-dictadura en instrumento democrático controlado por los ciudadanos, respetando la naturaleza de la autoridad política que es mandar (y a veces imponer); pero mandar para el bien común obedeciendo: con gobernantes, servidores públicos elegidos para períodos cortos, sometidos a la Constitución, con controles sociales, división de poderes, contrapesos y descentralización del poder.
Análogamente la sociedad solidaria necesita una economía de mercado (no hay otra exitosa) pero con metas sociales nacionales y globales claras, con límites legales para que el pez grande no se coma al pequeño y para evitar la destrucción del hábitat. Una economía donde los factores productivos, sobre todo los humanos, cuenten como sujetos y el capital no sea dictadura sin límites. Hay una diferencia feliz: en el gallinero no mandan las gallinas, pero en economía y política quienes actúan, con tendencia a establecer tiranías economico-políticas, son miembros de sociedades urgidas de solidaridad con aspiraciones y sentido, con afectos, valores e ideales humanos y espirituales. Los monstruos dictatoriales del poder y del dinero antes de serlo son (o eran) humanos, y eso cuenta.
La sociedad no necesita un colectivismo aplastante, sino un bien común efectivo que no ahoga, sino que ofrece las condiciones para el bien individual, donde la realización de unos contribuya a la de los otros. Para lograr una sociedad solidaria se requiere sembrar visión, espiritualidad y organización donde con espíritu fraterno afirmemos al otro como libre, con los mismos derechos y oportunidades. Solos no podemos; somos «nosotros» los que estamos en juego.