Opinión Nacional

El chavismo y el diagnóstico del doctor Navarrete

Debe gozar de mucha consideración y respeto el doctor, Salvador Navarrete, entre miembros del alto gobierno y dirigentes y cuadros del chavismo, para que no salieran a desmentir sus declaraciones al periodista, Víctor Flores García, de la revista “M Semanal” de México la semana pasada, afirmando que el presidente Chávez “padece un tumor muy agresivo de muy mal pronóstico” y que su expectativa de vida puede “ser de hasta dos años”.

Pero es que ni siquiera “insultadores de oficio” como Andrés Izarra, Cilia Flores o Tareck El Aisami salieron a decir “esta boca es mía”, y mucho menos los que de alguna manera ostentan la vocería oficial sobre la salud del presidente, como podrían ser el vicepresidente, Elías Jaua, el canciller, Nicolás Maduro, o la ministra de Salud, Eugenia Sader.

Todo lo cual, no puede sino llevarnos a la conclusión de que, para el chavismo, la opinión del doctor, Navarrete, es la de un dirigente o militante revolucionario con una hoja de servicio intachable, y que, como médico, no podría sino expresar una opinión autorizada, responsable, y que comparte, sino todo, si un sector numeroso y no desestimable del conglomerado bolivariano y socialista.

¿Dónde está ese conglomerado, quiénes son, quién los dirige y por qué salta en este momento, y no en otro a la palestra, y a revelar lo que es un sentimiento nacional sobre la salud presidencial y la inquietud de hacia dónde la puede conducir un tratamiento inadecuado, que le oculta verdades vitales al país y al paciente, y todo para sacarle ventajas políticas y económicas a un jefe de Estado que, lógicamente, dadas las tareas demiúrgicas y fundacionales que se ha autoimpuesto como caudillo político y revolucionario, quiere oír hablar de cualquier cosa, menos de su muerte?

El doctor Navarrete da en su entrevista algunas pistas para la respuesta a estas preguntas, cuando dice: “Hace un mes nos reunimos con gente muy cercana al Presidente y les dije lo mismo que le dije a él una vez en Miraflores, cuando fue mi paciente: que no hay conciencia del impacto político nacional del tema de la salud de Presidente. La respuesta de estas personas de su entorno fue la misma: que a él no se le puede decir nada sobre su salud, que no le hace caso a nadie y mucho menos a los venezolanos”.

En otras palabras: que “hay gente cercana al presidente” que no cree, ni está satisfecha con los reportes que periódicamente trasmite en cadenas de radio y televisión de su tratamiento en Cuba, le pide opinión a un médico que ya una vez trató al enfermo, y admite que, ostensiblemente, está enloquecido o mal de la cabeza, por cuánto no quiere oír nada sobre su salud que no sea el diagnóstico complaciente, politizado e ideologizado de los médicos cubanos.

También cita, Navarrete, a la familia Chávez, de Barinas, sin duda sus familiares más cercanos, de la cual es médico tratante porque ya una vez operó a la madre del presidente, la señora Elena de Chávez, y que, dadas la circunstancias, no solo expresa su angustia por la salud presidencial, sino que le da al doctor, Navarrete, su versión sobre el estado y la naturaleza del mal que padece el jefe de Estado:

“Voy a ofrecer la información” dice al periodista “que tengo sobre esa base que usted me propone. El presidente Chávez tiene un tumor de la pelvis que se llama sarcoma. Esos son tumores retro-peritonales, del suelo de la pelvis. Desde el punto de vista embriológico pueden ser de tres tipos: del mesodermo, del ectodermo o del endodermo. La información que yo tengo de la familia es que él tiene un sarcoma, un tumor muy agresivo de muy mal pronóstico y estoy casi seguro que esa es la realidad. Por eso le están aplicando una quimioterapia tan agresiva, porque si fuera un cáncer de próstata, le pones hormonas y ya, ni te das cuenta que está tomando tratamiento”.

O sea: que alguien está engañando al presidente sobre la situación real de su salud, virtualmente, preparando “su asesinato”, y creándole ilusiones sobre sus expectativas de vida basadas en razones, quizá no científicas, sino religiosas (o seudoreligiosas), y apartándolo de un tratamiento cuidadoso, calculado y prudente que podría ser la única garantía de que recupere su salud en el mediano plazo.

Pero ¿quiénes son, y dónde están estos “médicos asesinos” y por qué ensañarse con el presidente Chávez aplicándole prácticas iniciadas universalmente por la KGB (la policía de Stalin) en los años 30 del siglo pasado, cuando envenenaron al escritor, Máximo Gorki, le inocularon un virus que le provocó la muerte a la viuda de Lenin, Nadezhda Krupskaya, y dicen pudo causarle el derrame cerebral que liquidó al propio Stalin, y de la cual han resultado tan conspicuos alumnos los agentes del G-2 cubano?

Dejemos, de nuevo, que sea Navarrete, quien nos ofrezca algunas pistas al respecto: “El Presidente decidió cambiar de rumbo radicalmente meses después del golpe de Estado en su contra. Abandonó a todos los médicos venezolanos y se puso absolutamente en manos de los médicos cubanos…No confía en nadie que no sean los médicos cubanos. En Venezuela el presidente Chávez no confía en nadie, sólo en los cubanos. De hecho, en el Hospital Militar hay actualmente un piso preparado por si le pasa algo al Presidente y todo el personal es absolutamente cubano. Ni siquiera los camilleros son venezolanos”.

O sea, que no solo el país, sino también el gobierno y el partido de gobierno, tienen que resentirse de la situación extremadamente irregular de que un problema de estado, que incumbe a la seguridad y defensa de la nación, como es la vida o la muerte del presidente en ejercicio, la manejen médicos extranjeros sin ningún reconocimiento internacional, habitantes de un país con uno de los peores índices de salud en el mundo, y, lo más grave, que no le deben obediencia a las autoridades médicas venezolanas legalmente establecidas según la Constitución de la República.

Y eso en circunstancias de que, como dice Navarrete: “Nosotros pensamos que el pronóstico del presidente Chávez no es bueno. Y cuando digo que el pronóstico no es bueno, significa que la expectativa de vida puede ser de hasta dos años. Esto explica la decisión de adelantar las elecciones”.

La pregunta última, y quizá clave aquí es: ¿Por qué? ¿Qué impulsa a un país extranjero a sacar ventajas de la vulnerabilidad del presidente enfermo de otro país, a aprovecharse de la seducción que sobre él ejerce su caudillo mayor (un octogenario que está más enfermo que Chávez), o del fanatismo con que ciertas ideologías taladran a espíritus adolescentes e inmaduros, para imponerle soluciones a sus problemas de salud contrarios al interés de Venezuela, de su gobierno y del propio enfermo?

Indiscutiblemente que una buena respuesta puede ser esa que en criollo se llama “raspar la olla”, y que se grafica en la prisa de quien sabe que un bien se le acabará, y antes que suceda, efectúa una razzia de modo que al suceder lo inevitable, no haya nada que llevarse, porque ya “el vivo” se lo llevó todo.

Otro despeje de la (o de las) incógnitas, podría venir por el lado de que el gobierno cubano, y en especial Fidel y Raúl Castro, están jugando fuerte a la sucesión de Chávez, ligando la apuesta de que su heredero sea el hombre que les garantice, o les genere, menos problemas en la continuidad del dominio de una colonia que les es imprescindible hasta tanto el pueblo cubano no se sacuda la dinastía castrocomunista y emprenda la vía de restaurar el sistema de libertades, de democracia y de estado de derecho que perdieron hace 55 años.

Preocupaciones que parecen no son solo de los demócratas cubanos, sino también de la comunidad internacional que observa como las dictaduras de los enfermos Fidel Castro y Hugo Chávez se retroalimentan, y de los venezolanos de todas las clases, colores, partidos e ideologías que sospechan, aterrados, cómo los autócratas cubanos parecen estar cocinando un nuevo capítulo en su historia de la dominación de Venezuela: el “Después de Chávez”.

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