Un llamado nada ético
Sorpresa alguna ha deparado el reciente discurso presidencial en la Asamblea Nacional, aunque nos pareció esencialmente bucólico en medio de sus conocidas distracciones, humoradas, contradicciones, consignas. Ha sucumbido la necesaria y básica formalidad del acto, convertido en otro mitin anual más. Otro ejercicio de cinismo, quizá porque el momento lo dejó en una suerte de vacío retórico, Hugo hizo un llamado al debate ético. Dirigida la mirada hacia la estoica bancada opositora, como si le sobrara moral para semejante planteamiento, hizo el respectivo saludo a la bandera.?¿Cuál debate, Hugo? Que sepamos, ni siquiera en el seno del movimiento chavista (¡cómo gustas del calificativo!, tú que hablas hasta de Chávez en tercera persona), lo permites. Y es que, por un lado, se ha impuesto ese artefacto verbal que llaman Socialismo del Siglo XXI, sin que jamás intentara una definición.
Está prohibido preguntarse sobre aquella elemental distinción entre socialismo utópico y socialismo científico, dando paso a la arrolladora maquinaria publicitaria y propagandística fundada en el culto a la personalidad. Nunca ha aclarado las distancias con el socialismo real, administrando lo mejor que le fue posible la denuncia del cardenal Urosa. El oficialismo tiene ese gigantesco miedo a la polémica clarificadora, también constatable en toda la discursiva parlamentaria, desenfundada la descalificación personal y temeraria hacia la oposición, ya que aquella significaría la autodestrucción ideológica, política y moral, o –mejor- la pérdida de los privilegios del poder: ofrecen un monumento constante a las consignas y emociones autocomplacientes. Además, por otro lado, bastará con revisar la subestimación y minimización de la propia Asamblea Nacional que emprendieron con el Reglamento Interior y de Debates, Ley de la República.
Destruida toda posibilidad de diálogo, ni siquiera la que fuerzan los intereses nacionales y populares, impiden la ordenada y acostumbrada celebración de las sesiones, al igual que la participación de todos aquellos que tienen una obligación principalísima: parlamentar. Huelga comentar sobre las presiones, amedrentamientos, agresiones físicas o verbales que atañen a la propia seguridad personal de los diputados de la oposición. De modo que, Hugo, nada ético es el llamado que hace a un debate que le propina tan descomunales temores.
Valga la coletilla, la larga y circense duración de los mensajes presidenciales, con más ruido que nueces trituradas, ayuda al deterioro cívico en el que tienen interés. Hemos escuchado a personas que tienen un admirado recuerdo de las prolongadas intervenciones públicas de Castro en los sesenta, pero -ahora- reconocen lo perjudicial de tan maratónicos esfuerzos: importa es el contenido y no la demostración ociosa o inútil de la resistencia física del orador y de su audiencia.