Opinión Nacional

Falso dilema

Nos obligan a considerar y elegir entre el capitalismo liberal y el socialismo estalinista, bajo versiones remozadas. Empero, solemos olvidar dos datos fundamentales: la sociedad ultrarrentista, compleja y plural que somos, y la realidad inevitable del mercado.

Resultan muy escasas las explicaciones, acostumbrados ya a no recibirlas o exigirlas. Así como el médico, plomero, abogado, electricista, técnico informático o mecánico automotriz no las da, por lo menos suficientemente, supeditándonos, tampoco los altos y medianos funcionarios del Estado se creen con el deber de rendir cuentas con la responsabilidad, sobriedad y exactitud que pautan la Constitución y leyes de la República.

Lo anecdótico se impone frente al argumento, el recurso de autoridad ante la comprobación, el eufemismo por encima del alegato. En consecuencia, los ministros comparecientes no lograron   convencer con las cifras reveladas en el mismo acto parlamentario, cuidando de no reportarlas previamente, aunque sí confundir a aquellos que sufren la inflación o el desempleo vivamente, como la víctima inconforme de un errado medicamento, tubería mal puesta, devolución registral, corto-circuito crónico, virus arraigado o amortiguador vencido: tendemos a padecer silenciosamente el problema,  a la espera de un razonamiento convincente, sin atrevernos a cambiar al profesional que sostenemos.

La maquinaria propagandística y publicitaria, convertido el gobierno en un espectáculo, nos tiñe de todo pretexto y falacia. Arrolladora, nos subestima con la confianza de un lenguaje que – estafándonos – exhibe una ficción que jamás responderá a la realidad, consagrando una confrontación maniquea: en el brevísimo tiempo empleado para las preguntas, resultaba – por ejemplo – difícil acudir a los más recientes textos del ministro Giordani sobre la estrategia gramsciana de una transición en la que se empeña a contrapelo del ex – ministro El Troudi, por ejemplo, largándose con una respuesta – además – obscena en el foro parlamentario.

La ausencia de un debate ideológico, político y programático, caricaturizado por otras versiones, es la clave de todos estos asuntos. Escasas individualidades se han tomado la molestia de exponer sus posturas oficialistas y opositoras, dejando al azar los planteamientos de fondo, los cuales – atados y desfigurados – apenas sirven de soporte a la prolongación o intento de prolongación de cada coyuntura que dice o puede beneficiar a uno y otro sector, por lo demás, también imposible de reducir a expresiones monolíticas, dramáticamente sesgadas, en permanente trance de complot. Una sociedad que no habla, tan solo emerge gracias a un verbalismo que no es diálogo y, lo que es peor, se ha hecho gobierno.

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