Opinión Nacional

Estudiantes

nvitado por la MUD a acompañar esta semana a los trabajadores de Guayana, escribo estas líneas hoy miércoles, cuatro días antes de que sean publicadas en la edición dominical de TalCual. Como no puedo anticipar lo que vaya a ocurrir con la heroica lucha estudiantil en los próximos días, iré a lo permanente, a lo que no caduca.

Que recuerde o haya leído, no tienen precedentes las acciones libradas por nuestro flamante movimiento estudiantil.

No rompen la tradición juvenil y por el contrario, la continúan, son de la misma naturaleza. No luchan exclusivamente para obtener legítimas ventajas gremiales, ni sólo la sana renovación académica.

La inspiración máxima es la democracia y la libertad. Pero como aprendieron a tocar el piano con los diez dedos, se mueven en esas tres dimensiones: la gremial, la académica y la política. Son el futuro y no descuidan las exigencias del presente.

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También nosotros distinguimos en las décadas de los 60 y 70 los tres niveles arriba mencionados, pero aquella era una época ­si bien brava y esforzada­ signada por el simplismo de las heridas dejadas por la guerra fría; nuestras batallas ideológicas proyectaban las escenificadas entre los dos grandes sistemas en pugna.

Ser de izquierda significaba entonces guardar una relación de simpatía, incondicional o no, con el bloque soviético o las revoluciones china y cubana, dirigida esta última por quien supuestamente sería absuelto por la historia.

De ese modo, pese a la originalidad e independencia de las que, con mucha razón nos jactábamos, formábamos parte de universos mundiales. Como las luchas de los hombres, proyectando las diferencias de los dioses, según escribieron Homero y Luis de Camöes.

El muro se derrumbó y con él las ideologías duras. Los conceptos de izquierda y derecha dejaron de ser discernibles y por lo tanto quedaron reducidos a etiquetas viejas sin clara significación, aunque todavía usadas por comprensible comodidad periodística. Los estudiantes de hoy no son tributarios de aquellos anacronismos. Todo tienen que inventarlo. De allí su gran frescura.

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Fuera de Hispanoamérica los movimientos estudiantiles no existen como tales o no gozan del prestigio alcanzado por los de esta parte del mundo.

Eso por supuesto no es casual. Los intelectuales de habla hispana más relevantes del planeta en la década de los veinte y los treinta, se deshicieron en elogios desbordados y brillantes, admirados por el vistoso sacudimiento iniciado en 1918 en la Universidad argentina de Córdoba. Hispanoamérica seguía en las tinieblas educativas.

Una oligarquía sempiterna con desmedida influencia religiosa, hacía de la enseñanza, no un ejercicio de doble vía: profesores instruyendo a y aprendiendo de los estudiantes, sino un dictak sobre una masa pasiva, sin libertad crítica, sin libertad de cátedra, sin autonomía frente a las imposiciones de gobiernos y grupos de poder.

La rebelión se expandió como azogue encendido por el cuerpo de Sur y Centroamérica y algunas islas del Caribe, notablemente la mayor de ellas, Cuba.

Pero como es natural, la reforma desbordó también las fronteras universitarias con una pléyade de líderes emergentes que rápidamente modernizaron la lucha política bajo un insobornable ideal democrático.

Ninguna dictadura, ninguna autocracia podía sentirse cómoda y por eso utilizaron contra los jóvenes armas que viajaban de la peinilla y el gas del bueno a la descalificación.

Llamarlos «hijos de papá», «élite privilegiada» o «rebeldes sin causa» fue el préstamo que le hicieron a sus congéneres los autócratas de aquella época.

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José Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors, Jiménez de Asúa, Marañón, Alfredo Palacios, José Ingenieros y Manuel González Prada, sembraron la idea de que los estudiantes latinoamericanos eran la vanguardia de la transformación de un subhemisferio oscurecido y carenciado.

El ilustre González Prada, maestro de Haya de la Torre, Mariátegui y generaciones de peruanos, lanzó un grito de batalla, exagerado, pero a tono con su tiempo: Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra.

La vida demostró que se podía ir a la obra sin enviar a los antecesores a la tumba, pero quedó para siempre la inclinación de nuestros jóvenes a romper el silencio, a poner el pellejo en juego.

Los retrógrados siguen con la zarandaja de que se trata de una élite no representativa. Historia vieja. En las universidades nacionales y experimentales estudian bastante más de un millón de almas.

A codo limpio se abrieron los espacios en hermosa alianza con las autoridades académicas y la causa democrática; si es necesario, cosiéndose los labios.

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