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Edgar Allan Poe (1809-1849)

(%=Image(2118924,»L»)%)El trabajo del escritor Edgar Allan Poe ha sobrevivido brillantemente a la corrosión del tiempo para ocupar un lugar en la literatura universal. Pero lo más extraordinario en su caso es tal vez lo que le ha ocurrido en estos 158 años de después de su muerte, el mito que se ha creado en torno a él, la influencia que ha ejercido en muchos países, tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, su transfiguración en símbolo de esa clase de genio que, tras una vida de miseria y frustración, gana una fama imperecedera. En el caso de Poe, nos encontramos menos ante un hombre que ante una leyenda, menos antes una actuación real que ante una teoría, menos ante la poesía que realmente escribió que ante la que hubiera querido o podido escribir. Como escritor en prosa tiene un puesto asegurado. Lo que escribió en forma de historias cortas, ya fuesen de horror o de aventura o de intriga policíaca, es completo y original y no necesita de defensa. Pero respecto a su poesía, el caso es diferente. Ha sido juzgada más diversamente que la de cualquier otro poeta de igual pervivencia. Por un lado, Poe ha sido considerado como el escritor más creador y original del siglo XIX; por otro, se le ha conceptuado como una figura menor, que puede haber tenido ideas interesantes, pero que no supo realizarlas, ni dejó ninguna obra de valor incuestionable.

De su enorme fama no hay duda alguna. La historia de la poesía francesa del siglo XIX lo testifica plenamente. Es verdad que Baudelaire, que descubrió, y en cierto modo inventó a Poe prestó más atención a sus cuentos que a su poesía, pero sentía por ésta una verdadera veneración. Era para él “una cosa profunda y reverberante como un sueño, misteriosa y perfecta como el cristal”. Mallarmé siguió el camino de Baudelaire traduciendo en su prosa inimitable los poemas de Poe. Para él, Poe era “el príncipe espiritual de la época”.

El culto de Poe, iniciado en Francia, se extendió a todas partes. Adquirió una especial prominencia en América Latina, donde influyó marcadamente en el uruguayo Julio Herrera y Reissig, en el colombiano José Asunción Silva y en el nicaragüense Rubén Darío.

El asombroso prestigio de Poe está fundado, tanto en su teoría de la poesía como en su práctica. Mientras su teoría incita a los poetas a emprender nuevas aventuras, su práctica les sirve de estímulo y ambas son inseparables en Poe. La teoría no es difícil y la mayor parte de sus fundamentos pueden encontrarse en El principio poético, conferencia pronunciada por Poe en Lowel y en Providence, en diciembre de 1848. Puede ser complementada por ensayos tales como La racionalidad del verso y La filosofía de la composición, y por varios artículos publicados en revistas. La teoría poética de Poe está basada en una simple proposición. Ve el ser humano como dividido nítidamente en intelecto, conciencia y alma. El primero se ocupa de la verdad, la segunda del deber, y la tercera de la belleza. En poesía, sólo entra en acción la tercera. De aquí se siguen importantes consecuencias. Puesto que la poesía es el producto del alma y un medio de descubrir la belleza, no tiene nada que ver con la verdad ni con la moral. En una época en que los poetas trataban de instruir y moralizar, Poe hablaba sólo de belleza. La teoría poética de Poe coincide con su práctica, y puede ser considerada como una descripción fiel de lo que él pensaba que estaba haciendo. Su ars poética es, a su modo, la última palabra de la doctrina romántica. Los románticos buscaban otro mundo, pero no precisaron ni sus perfiles ni su carácter. Poe, que sabía de ese mundo, lo situó más allá de la tumba. Los románticos estaban de acuerdo en que la poesía se relacionaba en cierto sentido con la belleza; Poe afirmó que se relacionaba exclusivamente con ella, y que esa belleza tenía que ser hallada a través de la busca de una realidad superna o celestial. En Poe, la teoría romántica de la poesía alcanzó su climax.

En Baltimore, entre la densa y desatada multitud del 3 de octubre de 1849, un hombre yacía en la acera sin que nadie le prestara atención. Cuando Edgar Allan Poe fue hallado por un viandante ya era demasiado tarde: le llevaron a morir al Washington College Hospital, donde falleció el 7 de octubre. Poe vivió siempre acosado por la pobreza y obligado por ella a ejecutar tareas que malgastaban su energía creadora. La pobreza le llevó a la bebida y ésta a la pobreza, por lo que no es de extrañar que el poeta no pudiera consagrar a la poesía toda la concentración necesaria. En realidad, considerando lo que hizo en prosa es admirable que pudiera hacer tanta poesía excelente.

Edgar Allan Poe nació en Boston el 19 de enero de 1809. Fue el segundo hijo de la actriz inglesa Elisabeth Hopkins Poe y del actor David Poe. Su padre desapareció en Nueva York, en 1810. Huérfano de madre a los tres años, fue acogido por el acaudalado matrimonio Allan, con quienes vivió en Gran Bretaña (1815-1820), donde comenzó su educación, que continuaría, durante breve tiempo, en la universidad de Virginia, que abandona antes de terminar los estudios. A los 18 años publicó su primer libro, Tamerlán y otros poemas. En 1830 ingresó en la academia militar West Point, de la que fue expulsado por indisciplina. Comenzó a publicar cuentos y artículos en el Courier de Baltimore y, posteriormente, en el Southern Literary Messenger. En 1836 se casó con su prima de 14 años, Virginia Clemm. En 1838 publicó su única novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, a la que siguió en 1840 una primera recopilación de sus narraciones con el título Cuentos de lo grotesco y lo arabesco; en 1845, El cuervo y otros poemas, y en 1848 el poema cosmogónico en prosa Eureka. Su vida privada, acosada continuamente por la miseria y el alcoholismo, entró en franca descomposición a partir del fallecimiento de Virginia en 1847. Publicó cerca de 70 cuentos, en los que combina el horror necrófilo, el humor y la lucubración. Algunos de los más inolvidables son: Ligeia, El hundimiento de la casa Usher, El pozo y el péndulo, El corazón delator, El gato negro, El barril del amontillado, Un descenso al Maëlstrom, El diablo en el campanario, Los hechos sobre el caso del señor Valdemar y tres que inauguran la literatura detectivesca, El escarabajo de oro, Los crímenes de la rue Morgue y La carta robada.

Poe es una figura importante en la historia del movimiento romántico, porque llevó al extremo ciertas ideas y aspiraciones que otros sintieron menos intensamente. Tanto en sus éxitos como en sus fracasos, en la indudable penetración de sus teorías y en la ambigüedad de algunas de sus prácticas, Poe fue un verdadero romántico, siempre en busca de otro mundo. El romanticismo favorecía una enfermedad peligrosa. Al poner sus más altas esperanzas en un mundo sobrenatural, acabó por romper los lazos que unen al poeta a la tierra, con lo cual hizo a su vez de la poesía algo innecesario. Si lo único que importa es la visión final y si este mundo es una farsa innoble, no hay necesidad de que el poeta exprese su experiencia con palabras. Puede vivir más felizmente entre sus sueños y desdeñar su arte. Tal vez Poe hizo algo de esto. Tal vez conociera momentos que trascendían de tal modo de las palabras que guardó silencio ante ellos. O tal vez, lo que más deseara es la liberación de verse lejos de las perturbaciones de la vida. Y es que, como dijo el poeta: “Gracias sean dadas al cielo; la crisis / y el peligro han pasado, / la larga enfermedad terminó, / y he dominado, al fin, / esa fiebre llamada vivir”.

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