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La Casa de Los Rojas

(%=Image(1525878,»L»)%) El lunes 14 de enero a primera hora de la mañana recibo en mi Smartfhone un mensaje de texto que a primera vista confundo con uno de esas decenas de newspeak que ingresan a mi buzón de entrada de mi asistente personal. A decir verdad no le asigné mayor importancia por la mala redacción del texto en referencia. No obstante, a media mañana del mismo día recibo otro mensaje, seguido de una llamada telefónica informándome que el día anterior, entes de despuntar el alba deltaica, por órdenes de la Gobernadora del Estado Delta Amacuro, Lcda. Yelitza Santaella Hernández, se procedió a la demolición total de uno de los pocos íconos de la riqueza patrimonial arquitectónica y cultural del Delta del Orinoco: la archiconocida y muy querida por todos los habitantes deltamacurenses «Casa de los Rojas».

Según Resolución número 003-05 emitida por el
(%=Link(«http://www.ministeriodelacultura.gob.ve/index.php?option=com_content&task=view&id=3128&Itemid=1″,»Instituto de Patrimonio Cultural»)%) esta discreta pequeña joya arquitectónica de la nación había sido oportunamente incorporada al Catálogo Nacional de Bienes Patrimoniales artísticos y culturales de Venezuela y como tal se había ganado el respeto y admiración ciudadana y cívica de los deltanos por derecho de primogenitura. Valga decirlo desde ya; era la única, quiero decir, la última expresión «viviente» que quedaba en pie como legado irremplazable de la memoria histórica-cultural del gentilicio que sociólogos, antropólogos, historiadores y cronistas, denominan «la deltanidad». Una edificación originalmente construida en madera con techos de teja que reflejaba el natural sincretismo socio-antropológico producido por efecto del concurso de manifestaciones culturales típicas de Guyana, Trinidad y Margarita a lo largo y ancho del devenir sociohistórico orinoquense. Confieso que mi reacción ante la noticia de tamaño crimen de lesa patria estuvo embargada de una inconmensurable ira ontológica; pues como deltano aventado en lejano exilio no me borra los sentimientos de coterraneidad que forja la identidad regional y local en el espíritu que alienta mi cansado cuerpo lacerado por prolongados padecimientos físicos. Aunque quisiera, la honra de ser deltano reclama el concurso de mis modestos esfuerzos y de mi humilde aporte intelectual en pro de la defensa de los rasgos identitarios de una condición que enorgullece más que averguenza. Desde estas breves líneas alzo mi voz de protesta enérgicamente y dejo constancia de mi desacuerdo cívico con una decisión que a todas luces está motivada por inconfesables intereses políticos y económicos que más temprano que tarde saldrá a la superficie y se hará del conocimiento público. La horrenda decisión de demoler «la casa de los Rojas» pesará en la conciencia de sus artífices como una imborrable mácula que la historia habrá de juzgar con todo el rigor y peso que el sabio juicio popular suele expresar en su justo y debido momento.

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