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Marquez de Sade (1740-1814)

Sobre Sade, Apollinaire dijo aquella conocida frase: “este hombre que parecía que apenas contaba para nada durante el siglo XIX podrá muy bien dominar al XX”. Baudelaire nos recuerda que siempre hemos de volver a Sade: sus libros le hacen –decía- constante compañía. Todos los surrealistas han tenido una constante y especial predilección por Sade.

Los sueños del constante prisionero (quince años encarcelado por “libertino” y otros tantos por “moderado”, y, por último, por inmoral o por loco) que pasó la mitad de su larga vida en prisión; sus sueños o pesadillas tienen para algunos, virtud poética de curación de espantos; para otros, por el contrario, son un peligro gravísimo, una enfermedad mortal, denominada con el conocido título de “sadismo”.

Donatien-Alphonse Francoise de Sade, Marqués de Sade, conocido como “el Divino Marqués”, nació en París el 2 de junio de 1740 y falleció en Charenton el 2 de diciembre de 1814. Hijo único del conde Jean-Bastiste de Sade y de su esposa Marie-Eléonore de Maillé. Se educó en la Provenza, bajo la tutela de su tío, el abad de Sade. Alumno del Instituto Louis-le-Grand, regentado por los jesuitas, se alistó al ejército en 1754 y participó como oficial en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). En 1763 contrajo matrimonio con Renée-Pélage de Montreuil, hija de un prestigioso magistrado. A partir de su boda, Sade emprendió una vida de libertinaje y, a los pocos meses, fue encarcelado por ver primera en el castillo de Vicennes, donde sólo estuvo quince días. En 1768, es denunciado por la joven Rose Séller, a la que supuestamente le había practicado determinadas torturas, siendo encarcelado durante unos tres meses. En 1772 fue sentenciado a muerte, por envenenamiento y sodomía, pero huyó a Italia con su cuñada. Poco después volvió a ser detenido, siendo encarcelado en el castillo de Miolans, de donde logró evadirse. En 1777, regresó a París y fue encarcelado nuevamente en Vicennes, de donde fue trasladado a la prisión de la Bastilla.

El 2 de julio de 1789 se pudo escuchar el grito que salía de una ventanita de la prisión de la Bastilla: “el Conde de Sade ha gritado desde su ventana repetidamente que estaban estrangulando a los presos de la Bastilla, que viniesen a libertarlos”. Dos días después, el 4 de julio, el preso es conducido al manicomio de Charenton y se clausura y sella su celda. Pero el grito de Sade tuvo una insospechada resonancia no prevista por sus carceleros: llegó hasta Inglaterra y tomó forma de admirable verso en la mente alucinada del místico Blake. “Ha nacido un nuevo espanto, escribe Blake, que desgarra el aire con su grito”. En 1790, Sade fue liberado de Charenton, pero, tres años más tarde, fue acusado de moderado y encarcelado cerca de un año. En 1801 fue nuevamente encarcelado, primeramente en la prisión de Sainte-Pélagie, y, más tarde, en el fuerte de Bicêtre. En 1803 fue declarado demente y recluido, una vez más, en el manicomio de Charenton.

Se ha dicho que a la alcoba del manicomio de Charenton, donde Sade anciano, agonizaba (octubre a diciembre de 1814), llegó la orden del Ministro y Director de la Policía, condenándole a reclusión perpetua en prisión del Estado. A la puerta de la habitación donde Sade agonizaba estaban esperando su decisión final un sepulturero y un policía. El 2 de diciembre de 1814, Sade se decidió, como prisión perpetua más segura, por la tumba.

Algunos moralistas superficiales suelen decir que algo tendrá Sade, cuando en vida tres regímenes políticos consecutivos tan diversos y contrarios: el Antiguo régimen, la Revolución, o la República, con el Terror y el Consulado con Napoleón coinciden en perseguirlo y encarcelarlo. Sin embargo, este argumento puede, no sólo ser desfavorable para Sade, sino al contrario. Oigamos sus propias palabras: “¡Oh imbéciles asesinos y carceleros de todos los regímenes –exclama- de todos los gobiernos! ¿Cuándo preferiréis la ciencia de conocer al hombre a la de encarcelarle para matarlo?”. Y también: “yo sólo me dirijo a gentes capaces de entenderme”. Convengamos con sus críticos defensores que no hay nada en la vida personal de Sade que justifique la feroz persecución de que fue víctima. Este profesor del libertinaje, tal vez cometió un solo error gravísimo para sus contemporáneos, más libertinos y criminales que él: querer imponerle su enseñanza. El error moral y literario, sobre todo, del Marqués de Sade fue la pedagogía de un soñador de pesadillas, de soñaciones visionarias de una razón que, como su contemporáneo, nuestro Goya, produce monstruos.

Entre su obra destacan las novelas Las ciento veinte jornadas de Sodoma (1785), llevada a la pantalla por Pier Paolo Pasolini, Justine o los infortunios de la virtud (1791), La filosofía en el tocador (1795), Aline y Valcour (1795), Valmor y Lidia, o viaje de dos amantes que se buscan (1795), La historia de Juliette (1797) y La marquesa de Gange (1813), la pieza teatral El conde Oxitern o los efectos del libertinaje (1800) y el volumen de cuentos Los crímenes del amor (1800).

Se ha perdido mucho, muchísimo de todo lo que Sade escribió, pero nos parece que con lo que nos ha quedado basta, y aun, a veces sobra. “Nada que no sea excesivo puede estar bien”, escribía Sade. No es sólo que escribió excesivamente el autor de Justine y Juliette -¿y qué otro remedio le quedaba durante treinta años de reclusión?-, es que pensó, sintió y soñó al hombre excesivamente. “Hay almas que parecen duras a fuerza de ser susceptibles a la emoción –nos dijo Sade-; estas almas suelen ir muy lejos: y lo que se interpreta en ellas como indiferencia o crueldad, no es sino una manera, solamente de ellas conocidas, de sentir más vivamente que las demás”.

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