Leandro Fernández de Moratín (1760-1828)
LA VOZ DE UN PROGRESISTA MODERADO
La bella Sabina Conti tenía sólo diez años cuando Moratín –un tímido adolescente- se enamora de ella. Pero la niña le hizo poco caso al poeta, y a los pocos años se casó con su tío, que era mucho mayor que ella.
Gracias a su Diario sabemos de otros muchos amores de Moratín. Quizás su amor más duradero fuese el que profesó a Doña Paquita Muñoz, hija de un militar irascible. Doña Paquita tendría unos veinte abriles, cuando en la primavera de 1798, la conoció Moratín que tenía treinta y ocho años.
El 24 de enero de 1806 estrenó con éxito en el Teatro de la Cruz de Madrid El sí de las niñas. La protagonista se llama como Paquita. A fines de 1806, con cuarenta y siete años, Moratín decidió pedir la mano de Paquita, pero ya había otro pretendiente más afortunado, con el que años más tarde había de contraer matrimonio. El 22 de diciembre de 1822 escribe Moratìn a Paquita: “Exceptuando mi retrato pintado por Goya, venda usted todas las demás pinturas que fueron mías, y aproveche usted de lo que den por ellas”. El retrato de Moratín pintado por Goya se conserva en la actualidad en el Museo de la Real Academia de San Fernando, en Madrid. Moratín dedicó al insigne pintor, una famosa composición poética, que finaliza con estos versos: “Si en dudosa esperanza / culpé de temerosos mis deseos / tú me lo cumples, en la edad futura, / al mirar de tu mano los primores / y en ellos mi semblante, / voz sonará que al cielo se levante / con debidos honores, / venciendo de los años al desvío, / y asociando a tu gloria el nombre mío”.
Leandro Fernández de Moratín nació en Madrid el 10 de marzo de 1760. Hijo del poeta y dramaturgo Nicolás Fernández de Moratín, estudió dibujo y trabajó en un taller de joyería. Su Diario nos permite conocer la vida que llevó Moratín, no sólo en sus años de juventud, sino en sus numerosos viajes –Francia, Inglaterra, Italia-, y en sus años de plenitud en el Madrid de 1797 a 1808, en que estrenó con éxito sus comedias, El viejo y la niña (1790), La comedia nueva o El café (1792), El barón (1803), La mojigata (1804) y El sí de las niñas (1806), y tenía abiertas las puertas del palacio del Príncipe de la Paz, que le protegía con su amistad. Su obra en prosa es muy amplia. Destaca en primer lugar su obra satírica La derrota de los pedantes (1798), en la que arremete contra los malos escritores. Importante es también su obra Orígenes del teatro, en la que muestra un profundo conocimiento de la literatura dramática española, al mismo tiempo que defiende su credo estético. En 1779 la Real Academia Española premió su poema épico La toma de Granada por los Reyes Católicos y en 1782 volvió a premiarlo por Lección poética. Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, en tercetos, donde ataca en especial al teatro barroco.
“En medio de una crisis de conciencia española –nos dice Vicente Aleixandre-, la figura de Moratín es patética, como pocas”. Azorín, el primero en ver la modernidad de Moratín, habla también de una sensibilidad contradictoria, pues Moratín era reservado y alegre, tímido y decidido cuando lo necesitaba, liberal y conservador.
El Epistolario moratiniano que llena casi medio siglo –la primera carta es de 1872 y la última de 1828- es de un gran valor literario. Pocos españoles de su época escriben un castellano tan puro y a la vez tan sabroso. El drama de las España ilustrada, de la minoría que quería para España las luces de Europa, se revela transparente en muchas de sus cartas, y ese drama, afectaría gravemente el destino de Moratín, que prefirió como Goya, el exilio, antes que vivir en un país donde el control de pensamiento, de las publicaciones y de las conductas, funcionaba implacable y podía conducirle a uno a las cárceles de la Inquisición. Leandro Fernández de Moratín, muere en París el 21 de julio de 1828.
El Moratín juvenil, inquieto, curioso de todo, hábil y terco, perseguidor de puestos oficiales, acaba convirtiéndose, tras los años terribles de la guerra de la Independencia y la represión fernandina, en un Moratín constantemente preocupado y temeroso de perder su libertad, su tranquilidad, que acabó alcanzando en el exilio, y su independencia. Llegó un momento –los años del exilio en Burdeos- en que a Moratín lo único que le importaba –aparte de la literatura y la amistad- era que le dejaran tranquilo “gozando de aquella honesta libertad que sólo se adquiere en la moderación de los deseos “.
Moderado en sus deseos y moderado en política, reprocha a su amigo Melón su “exaltado liberalismo gaditano”. Políticamente, Moratín era un progresista moderado más bien escéptico. Y como nos dijo el poeta y dramaturgo madrileño: “Dócil, veraz: de muchos ofendido, / de ninguno ofensor, las Musas bellas / mi pasión fueron, el honor mi guía”.