José María de Pereda (1833-1906)
LA VOZ DE UN LIRICO DE LA NATURALEZA
José María de Pereda es el novelista de la generación del 68, que puede servir de nexo explicativo entre el dualismo prerrealista de Fernán Caballero y el gran realismo de Pérez Galdós. Pereda comienza su carrera militando en las filas del costumbrismo de mediados de siglo y como un costumbrista más, escribe escenas, tipos, bocetos. Pereda pinta su montaña natal casi al modo naturalista: sin evitar ningún detalle, incluso los más desagradables, y, novedad grande en los años 64, a la pintura fiel de la realidad va unido un dramatismo antirromántico.
El regionalismo que Pereda defiende en todas sus novelas tiene en él una base lírica y sentimental más bien que política y filosófica, que le hace refugiarse en un tradicionalismo pasivo cuajado de bellos recuerdos, pero incapaz de realizar una obra amplia y creadora. Sería, sin embargo, injusto no reconocer la gran deuda que con Pereda tiene la novela española contemporánea. Él la alejó del dulzón sermoneo, de las embrolladas extravagancias y del convencionalismo de la escuela de los novelistas románticos; la tonificó con el vigor de su lengua y con el firme dibujo de rudas pasiones y primitivos caracteres; por último, la llevó a un rango más elevado, ensimismándose (como de él dijo Galdós) para encarnar en sí la España soñadora de lo pasado.
José María de Pereda y Sánchez Porrúa nace en Polanco , pueblo cántabro, el 6 de febrero de 1833, el mismo año en que nació Pedro Antonio de Alarcón. Tres novelistas forman con Pereda, el grupo de novelistas de la generación de 1868: Alarcón, Valera y Galdós.
Pereda fue el hijo número 21 de una familia rural, aunque acomodada, que le educó en el catolicismo estricto y en una rígida separación de clases, ideas que perduraran a lo largo de toda su obra. Cursó el bachillerato en el Instituto de Santander y en 1852 marchó a Madrid con intención de ingresar en la escuela de artillería, pero desistió para dedicarse a la literatura. De regreso a su tierra colaboró en La Abeja Montañesa y fundó El Tío Cayetano.Pereda apenas salió en toda su vida de Santander, salvo contadas excursiones a Madrid, Barcelona, Andalucía y Portugal. En 1896 ingresó como miembro de número en la Real Academia Española, versando su discurso sobre la novela regional.
Católico convencido, antiliberal, carlista, se autolimitará, cerrará su mundo a cualquier idea que pueda oler a liberalismo, a progreso; en esa cerrazón sólo abre las ventanas de su casona para contemplar y describir un mundo provinciano, hecho de tipos populares bien observados, de pintoresquismo, de menudas pasiones; lo cual no quiere decir que suprima la aspereza de la realidad: el mundo de sus montañeses es brusco, hecho de vigorosos arrebatos que, pese a la pauta, muy simple, llegan hasta el final.
El amor por la tradición y por la naturaleza, por el mar y la montaña se expresa con una pluma nítidamente lírica, transida por la emoción de un hombre que conocía los elementos del arte de escribir. Así es Pereda: un escritor enamorado de su región natal, perspicaz para el detalle, que delinea luego perfectamente a base de palabras; un lírico de la naturaleza, a la que consigue arrancar colores y tonalidades que alcanzan de lleno la emoción del lector.
“No fue Pereda –decía su íntimo amigo Menéndez Pelayo- un literato profesional, sino un hidalgo que escribía libros, donde se refleja su espíritu creyente y castizo, donde se aprende a vivir bien y a morir mejor”.
Limitóse al principio Pereda a escribir cuadros costumbristas en que pintaba la vida de Cantabria. Las Escenas montañesas, primer libro publicado por Pereda en 1864, le atrajo la atención y felicitaciones de la crítica. En 1863 intervino en política defendiendo en la prensa sus ideas religiosas y tradicionalistas y sus opiniones antiparlamentarias. Fue elegido diputado carlista.
En 1871 publicó su segundo libro Tipos y paisajes. Siguieron Bocetos al temple (1876), Tipos trashumantes (1877) y Esbozos y rasguños (1881), colecciones también de cortes campesinas en que afirma sus dotes de observador, su sentido satírico y su talento para pintar la naturaleza que le rodea.. Con El buey suelto (1878), Pereda sale de la narración corta para entrar algo más en el terreno de la novela, género que al fin abordó francamente con su primera obra larga publicada en 1879: Don Gonzalo González de la Gonzalera, donde proclama la necesidad de una doctrina política intransigente. En la heroína de la novela Del tal palo tal astilla (1880) la fe es más poderosa que el amor, dando así respuesta, a la novela Gloria de Galdós, en la que el amor triunfa de la intransigencia religiosa. Con El sabor de la tierruca (1882) vuelve Pereda a explotar su tema regional, tema que vuelve a inspirar, y con éxito siempre creciente, sus novelas Sotileza (1885), La puchera (1889), Nubes de estío (1891), Al primer vuelo (1891), Peñas arriba (1895) y Pachín González (1896).
Pero dentro de este período Pereda se desvía dos veces del tema regional y publica las novelas Pedro Sánchez (1883) y La Montálvez (1888). La primera escrita en forma autobiográfica, cuenta su viaje a Madrid y aventuras periodísticas y políticas en la corte. El mismo Pereda dice que al escribir La Montálvez quiso probar su capacidad para tratar de temas no regionales, saliéndose así del limitado huerto donde le había recluido la Pardo Bazán. Con esta novela quiso Pereda construir una obra más moderna pero no logró realizar esta aspiración. Esta obra resulta ser un sermón emocionado de alta y sincera moral. En 1904, Pereda viaja a Andalucía, a visitar a su hija. En Jerez sufre un ataque de apoplejía que le deja paralizado el lado izquierdo. José María de Pereda muere en Santander el 1 de marzo de 1906.
“Creo, con la opinión más común –decía Clarín-, que el señor Pereda sabrá siempre describir mejor que narrar; verá cuadros mejor que inventará planes; pero no por esto dejará de ser novelista”.
Sotileza es, con Peñas arriba, una de las dos obras maestras de Pereda. Si Sotileza es el poema del mar, Peñas arriba es el poema de la montaña. A todas las novelas regionales de Pereda puede aplicarse lo que Galdós dijo hablando de Sotileza: “Es al mismo tiempo montañesa y universal, porque los seres retratados en ella son casi los mismos que en todos los países”.