Estoy Impresentable
Es el santo y seña del oficio de actor. Pregúntele a cualquier buen actor teatral amigo suyo y le dirá que eso es casi lo primero que se aprende en esa profesión, hasta hacerlo un reflejo maquinal, una segunda naturaleza.
Hay palabras que traen consigo gestos triviales y arrastran un ademán que el actor no tiene ni siquiera que elucubrar. Palabras como “impresentable”. Me explicaré.
Estás en escena, en trance de decir “estoy impresentable”, pero antes de soltar “estoy impresentable”, te llevas la mano al mentón y te palpas los carrillos sin afeitar, como tratando de borrar con una fricción seca la sombra que a los varones nos entristece la cara a las cinco de la tarde, aunque nos hayamos afeitado al ras esa misma mañana.
Otro gesto suele seguir al primero: con un enfático aleteo de ambas manos señalas tu cuerpo y haces ver que no te has cambiado. Entonces, y sólo entonces dices: “estoy impresentable”. Ahora detengámonos en la palabra propiamente dicha. ¿Cuándo y porqué decimos “estoy impresentable”?
¡Correcto! Ha dado usted con la respuesta correcta; me gustan los lectores despiertos y perspicaces como usted: decimos “estoy impresentable” cuando no queremos que nos vean. Cuando queremos aplazar un encuentro indeseado. Más precisamente, para evitar ser avistado de un modo nada halagador para la idea que nos hacemos de nosotros mismos. En esto se distingue el perfecto caballero, siempre atento a los detalles, del patán desaprensivo como yo. La verdad, no recuerdo haber dicho jamás “estoy impresentable” como excusa para no ir a alguna parte: creo que por eso me dejé la barba durante la pasada Navidad: para poder andar impresentable en toda ocasión.
Pero volvamos al breve manual de urbanidad en que se ha convertido este articulillo y consideremos los diversos tipos de ocasión que, en efecto, admiten “no estoy presentable” como respuesta. Esto último es sumamente importante porque no toda ocasión puede evadirse con un simple “estoy impresentable”. Veamos un ejemplo.
Supongamos que está usted enfermo de cáncer y ha cometido la indecible tontería de hacerse tratar en un país pobre y atrasado donde los matasanos, además de ser dogmáticos, apenas conocen técnicas médicas por completo inactuales. Un país como Corea del norte, digamos. Un país como la proverbial Myanmar o una isla de atraso como podría ser Haití; en fin, un país que vive en la edad de piedra en materia de oncología.
Ni la radioterapia ni la quimoterapia ni la dieta hipocalórica ni los ritos mágico-religiosos afroantillanos han dado resultado y, en consecuencia usted anda mal, y lo que es peor, se le nota. Está mal y luce peor. Añadamos una condición más al ejemplo: usted tiene que hacer acto de presencia en un inexcusable evento de tipo protocolar. Algo así como la entrega de los premios Goya, por no decir el Oscar de la Academia o el doctorado honoris causa que le ofrece una prestigiosa universidad.
Usted, desde luego, quiere asistir. No quiere defraudar a sus admiradores, demás deudos y amigos, pero su médico, o el vocero de sus equipo de médicos le dice : “Nada me gustaría mas que complacerte dándote permiso para que vayas, viejo, pero pasa que, además de responsable político de la Unidad Socialista de Terapia Intensiva Victoria de Girón, soy tu amigo, tu sangre, tu asere. Te quiero cantidá y me quedo corto, pero no puedes ir: no estás en condiciones. La gente que te vea con el bastón que te regaló el Comandante no va a saber interpretar con correción política porqué caminas con ese tumbaíto. Hazme caso, monina. ¿Porqué no mandas a otro compañero y nos ahorras la dosis de morfina?”
Tiene razón el compañero galeno. Mejor mandar a una persona de confianza, que inequívocamente te represente. Claro, puede ocurrir que, ciertamente, no haya en torno tuyo nadie que te represente inequívocamente. Es decir, todos quieren representarte inequívocamente. Todos quieren ser ungidos por tu voluntad personal de jefe máximo; pero ¿cómo saber cuál es el Judas?
Hay un método casi infalible. Judas es ese que dice : “ Está impresentable y vendrá por Internet”.