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J.A. Calzadilla Arreaza: La filosofía de bolsillo

Casi un centenar de páginas forman el libro “Conceptos para una filosofía de bolsillo” (Ediciones El Mar Arado, Caracas-Venezuela, 2004) del poeta, filósofo, narrador y docente Juan Antonio Calzadilla Arreaza, discreta pero bellamente editado en gesta heroica que apuntala el mismo autor a la cabeza de esta quijotesca nueva travesía por el turbulento y proceloso mar de las publicaciones en Venezuela.

La escueta noticia que trae el libro nos dice que el autor estudió Filosofía en la UCV y posteriormente continuó estudios en la legendaria Universidad de Nantérre (Francia). El poeta no oculta las trazas del pensamiento foucaultiano ni las influencias del filósofo suicida Gilles Deleuze. Es más, leyendo estos certeros intentos por definir lo que me gustaría definir como “una filosofía portátil” se advierte la huella inocultable de la idea reflexiva, del palpitante pensamiento que respira en la sintaxis ceñida pero no abigarrada ni abstrusa de este escritor venezolano que ahora nos sorprende gratamente a los lectores con este breviario conmovedor y hermoso que fusiona el destello poético de la imagen en la idea conceptuada de los temas de siempre de la filosofía.

Calzadilla Arreaza eligió el fragmento, el aforismo, la sentencia breve, el epigrama como molde de escritura para verter sus múltiples preocupaciones metafísicas, artísticas e ideológicas, no en el sentido doctrinario de esta última, si no en el sentido primero y primario de la ideología donde el logos que se piensa a sí mismo y se interroga incesantemente sobre sus limitaciones y posibilidades epistemológicas y estéticas. El formato del libro es fiel a su título: su tamaño cabe en el bolsillo de la chaqueta y se torna dócil su manejo. No así las ideas contenidas en él: “La desviación –dice el poeta- es el elemento creador. Los anormales deberían ser tratados como artistas”. El escritor advierte al lector que sus incursiones por los conceptos no tienen pretensión omniabarcante ni quiere dar cuenta de las últimas posibilidades de la definición. Tampoco advertimos los lectores un propósito académico de profetizar sobre “la dialectica”, “el sujeto”, “la verdad”, “el amor”, “la muerte” y otros corolarios de términos que informa el quehacer filosófico antiguo y presente. Como lector –esa única pretensión tengo- me gana para “su causa” (si tal cosa hubiera en el libro) el tono desenfadado de las conceptualizaciones que Calzadilla Arreaza va hilvanando a lo largo de este irreverente tratado sobre la dispersión. Aquí en este libro la lucidez y el pensamiento es una sola cosa que rasga el velo de la estulticia y banalidad a que nos tienen acostumbrados las escuelas de filosofía de las universidades venezolanas. Este libro deshace certezas pero no propone “verdades” en el lugar de las antiguas certidumbres derruidas y eso me agrada porque se aviene como anillo al dedo con mi temperamento de lector iconoclasta. Desde sus primeras páginas admiro la heterodoxia del escritor y lo tengo como uno de los míos. Su espontaneidad y sinceridad con que apunta las definiciones más provocadoras lo colocan en el privilegiado lugar de los estetas de las ideas en Venezuela sin que nos quede en el ánimo de los lectores esa áurea mediocritas que exhalan los profesores de Filosofía o Literatura cuando se toman demasiado en serio su labor de catequistas de la palabra poética o de propagandistas de la trapa que al fin de todo vienen siendo la misma cosa.

El autor de “Conceptos para una filosofía de bolsillo” se vale de una portentosa formación intelectual adquirida a lo largo de muchísimas lecturas de todas las corrientes y escuelas filosóficas de Occidente. Es evidente la huella de Heràclito de Éfeso, de Epicuro, Diógenes “el cínico”, Zenón de Elea, etc., en el reflexionar de este escritor y el lector agradece que no nos abrume con citas tediosas insufribles ni con el barroquismo de los insulsos “aparatos críticos” ni las notas al pie de página que la fachenda académica estila cuando quiere atemorizar al lector con sus usuales “ladrillos filosóficos”. Este es un libro para el ciudadano de a pie; un libro para leer en El Metro, en el parque, el la parada mientras aguardamos el bus; sólo que su comprensión exige al lector disponer de una cierto capital gnoseológico imprescindible para su cabal disfrute. Por ejemplo, el escritor coloca un niple en los sacrosantos conceptos de las nociones instituidas como consagraciones inamovibles. Tal el caso de la manoseada “libertad”, “la verdad”, el Derecho, “la sexualidad”. No observamos un expreso propósito de aprehensión intelectiva por parte del autor para dárselas de que sabe mucho del tema y que es un sabihondo del conocimiento y del saber. Si bien no hay estallidos hilarantes ni burlescos en este libro, aunque ciertamente encontramos hermosísimas perlas como: “El mejor amigo del animal político es el perro faldero” (pág 31) -sí estamos seguros que un fino humor, por lo demás corrosivo y deletéreo, lo recorre a lo largo de sus conmovedoras páginas. El poeta cuando cita puntualiza: “Decía un filósofo alemán que…” y no nos dice el nombre del filósofo, de modo que ello le confiere al texto leído un plus de interés cultural adicional a la lectura, pues la escritura de este autor ostenta un valor agregado que en sí mismo desafía la cauda de los referentes histórico-literarios del lector.

Expresiones tales como “sol de la ideas”, la negativa a emplear términos petulantes como “paradigmas” son pequeñas muestras de un escritor que saca brillo al lenguaje pero no se deja encandilar por él. Es de felicitar los aciertos inobjetables de la imaginación y el pensamiento de Calzadilla Arreaza con este obsequio a sus lectores. Lo que en España hace Savater o Umbral con libros como estos, en Venezuela tiene a Calzadilla Arreaza como maestro del silogismo inteligente y audaz capaz de despertar la conciencia de su sordo letargo en que se encuentra en la actualidad que como el mismo escritor afirma: “es para salir corriendo, en cualquier momento y desde cualquier punto”.

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