La enfermedad y las encuestas
No es extraño observar a regentes de encuestadoras en los medios de comunicación dictando cátedras de proceder y sustituyendo con mayorazgo a los mismísimos comandos de campañas. Esos cuasiprofetas autoencumbrados por su infalible sortilegio, bien podrían ofrecer sus servicios en el extranjero, cobrar en divisas y utilizar su genio para determinar con precisión a los elegibles de cualquier país.
La realidad es que ante la imposibilidad del candidato de gobierno de hacer una campaña intensa, por razones obvias, tal como lo hiciera en sufragios anteriores, los asesores cubanos han acordado ampliar la bisagra entre encuestas, visiblemente manipuladas, y la enorme cantidad de medios que el régimen controla, sobre todo la televisión, como fórmula para mantener el apoyo de los más necesitados, así sea con promesas incumplibles. No importa que se continúe con la estafa demagógica iniciada en 1999. La apuesta está centrada en que el dúo encuesta-televisión, tratado hasta con cinismo, relegue a la obsolescencia el estilo tradicional de la política no sólo en Venezuela sino en casi todos los países democráticos.
El plan tal como lo presenta el oficialismo, repentinamente analítico, empíricamente oportunista e intensamente manipulador, apuntalado por dudosos sondeos, intenta reeditar la teoría por demás demolida desde hace tiempo del llamado «efecto arrastre». Según esta tesis la presunta capacidad de las encuestadoras para retratar a un candidato como ganador o perdedor, convirtiendo en realidad sus propios pronósticos, se fundamenta en el hecho de que el candidato al que en los primeros sondeos se le atribuye mayor popularidad y una marcada ventaja, cobrará más fuerza en virtud de la tendencia de la gente a sumarse al ganador desestimando cualquier otra opción.
Algunas encuestas, por cierto muy picoteadas, deniegan de todo dato fidedigno, como por ejemplo elecciones anteriores, con tal de revalidar sus respectivos juicios. Unos, con singular descaro repiten, en medios oficialistas, que el candidato Capriles obtendría sólo el 30% en las presidenciales de octubre. Revisemos algunos datos.
Presidenciales 1998, sobre un universo de 6.537.304 votos efectivos, la oposición obtuvo 2.870.000 votos (casi el 45%).
Presidenciales 2000, sobre un universo de 6.288.578 votos efectivos, la oposición obtuvo 2.530.805 votos (casi el 41%).
Presidenciales 2006, sobre un universo de 11.790.937 votos efectivos, la oposición obtuvo 4.325.000 votos (más del 40%).
Elección de gobernadores 2008, sobre un universo de 11.400.085 de votos efectivos, la oposición obtuvo 5.311.147 votos (más del 48%).
Referéndum 2009, sobre un universo de 11.724.224 de votos efectivos, la oposición obtuvo 5.311.000 votos (más del 45%).
Parlamentarias 2010, sobre un universo de 10.097.667 votos efectivos, la oposición obtuvo 5.673.843 votos (más de 51,10%).
Ahora las encuestadoras, henchidas por un repentino hálito patriótico, luego de sesudos análisis, han confluido que el candidato de la MUD sobre un universo aproximado de 12.000.000 de votantes efectivos, obtendría 3.600.000 votos (30%). En otras palabras, el pueblo, haciendo gala de un masoquismo perverso y enfermizo, obviando el caos presente, está en armonía con los altos índices de criminalidad, corrupción, inflación, escasez y con la falta de viviendas, electricidad y agua, entre otras dignidades republicanas. ¿Qué dicen las encuestadoras del chasco sufrido cuando vaticinaron el triunfo de Diosdado Cabello en Miranda; Aristóbulo Istúriz en la Alcaldía Mayor, Jesse Chacón en la Alcaldía de Sucre, entre otros?
La degradación no sólo incumbe a las instituciones, también ha perturbado a entes con algún encargo cívico como las encuestadoras que ahora se asoman ante el público con el rostro escarbado por los beneficios derivados del capitalismo más perverso. No podemos caer en esa trampa y, por contrario, debemos estimular el voto para elegir como presidente a un candidato que ganó ese derecho en unas primarias con 3.000.000 de votos muy a pesar de las encuestas.