Una reflexión frente a la guadaña
El Consejo de Estado o de Gobierno como también se le denominó, es una institución constitucional que figura en los textos desde la Gran Colombia. Con el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora fue derogada por el General Cipriano Castro, para ser restituida por el General Juan Vicente Gómez quien la usó como potrero para encerrar a los cerriles chafarotes por él derrotados (1903) en la Batalla de Ciudad Bolívar. Luego de la muerte del inconmovible tirano la figura desapareció de nuestra Carta Magna hasta que fue rescatada en la de 1999; vigente y violada a placer.
Las funciones del Consejo recién nombrado no van más allá de aportar al Presidente de la República luces para la solución de problemas de Estado que escapan a su unívoca percepción. Sin injerencia en la instrumentación de las propuestas.
Cuando un individuo entra en agonía de pre-difunto se desliza a las profundidades del éxtasis. En ese estadio de misticismo se inclina por igual al bien y al mal. Promulga una Ley del Trabajo que devastará la economía del país. Castiga al inversionista con desembolsos financieros insoportables para la mediana y pequeña empresa, más el encarcelamiento previsto por el incumplimiento de su articulado. Igualmente lesiona los intereses de los trabajadores, por cuanto frena la inversión y con ello la generación de nuevos puestos de trabajo. Además los empleadores liquidarán al trabajador antes que acumule muchos años de servicio pues, por efecto de la retroactividad calculada a razón de 30 días por año, le será menos oneroso mantenerlo el menor tiempo posible. La producción y la productividad decrecerán dramáticamente debido al horario impuesto. Habrá fuerte reducción de personal. Aumentará el desempleo. El hambre comenzará a derrumbar las puertas de los hogares humildes.
De pronto el pre-difunto abre los ojos y en un oscuro rincón de la habitación logra distinguir la descarnada figura de la parca que, guadaña en mano, le hace guiños. Lo asalta el temor a Dios aprendido cuando niño. No quiere sufrir el martirio del achicharramiento reservado a los malditos. Reflexiona que si muere sin dejar mecanismos apropiados para el apaciguamiento de los exacerbados, jamás logrará la paz eterna. Y, pretendiendo embaucar a la divinidad, por arte de birlibirloque firma un Decreto nombrando los integrantes del Consejo de Estado, después de 13 años de tenerlo engavetado.
Es sabido que no se trata de una Junta de Gobierno para la transición. A lo mejor el miedo a las llamas del infierno se lo hizo visualizar como bisagra capaz de viabilizar el transito hacia la democracia, sin que la sangría vaticinada y tan del gusto de Fidel Castro corra a borbotones por calles y caminos de Venezuela.
Claro, como maldad e ignorancia le son consustanciales, su último desvarío internacional se materializó en la orden de retirar a Venezuela de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, paso previo para sacarla de la OEA, junto con todos los países latinoamericanos y del Caribe para así enterrar la organización continental.
Le escuece no haberlo proclamado de viva y altisonante voz en la VI Cumbre de Cartagena. Pero no importa porque siempre existirán tontos útiles y pueriles a lo María Emma Mejía, dándole inmerecida prestancia a los criminales gobernantes de Cuba y al bellaco pre-difundo que nos desgobierna, estimulándoles el absurdo propósito de resucitar la URSS en la Unión de Repúblicas Bolivarianas Socialistas Latinoamericanas.