Un nuevo mercado a pesar de la mezquindad política
No hace mucho visité el nuevo Mercado de Chacao con su arquitecto Alberto Manrique en día de receso de sus recién iniciadas actividades. Durante la visita a un edificio digno, moderno, construido con los mejores standards, una obra de arquitectura que merece ser reseñada y discutida, hacía memoria de la lucha que hemos sostenido durante años a favor de una arquitectura pública que señale caminos, que en cierto modo establezca pautas, tal como ha ocurrido en el ejemplo más emblemático del siglo veinte que es España. Y en ese marcar pautas las Alcaldías tienen, deben tener, un papel ejemplar, como lo tuvo en Europa y el mundo la de Barcelona y como no puede negarse que lo han venido teniendo, en clave mucho más modesta pero no menos pionera las dos de Caracas que mejor han entendido sus responsabilidades reales, que son las de Baruta y Chacao.
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A muchos se les escapa el valor clave de la decisión tomada por la Alcaldía de Baruta de construir su sede en el viejo y deteriorado casco del pueblo. Desde que en mis años de universidad, hace casi medio siglo, cuando junto a tres de mis compañeros, dos de ellos ya fallecidos, asumimos como tema de estudio el Centro Cívico de Baruta siendo nuestro profesor Julián Ferris, pensaba, año tras año, en la necesidad de atender ese pedazo de historia, Baruta, golpeado y avasallado por todo tipo de erosiones, y veía como esos sueños juveniles se convertían en utopías. Pero hoy está para refutar mi desencanto el muy buen edificio de Franco Micucci, su arquitecto, y retorna nuestra fe en las instituciones y en dirigentes que, por fin, se han salido de la vieja política populista y han aceptado su papel de preservadores y promotores del espacio ciudadano.
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El mercado de Chacao forma parte de un conjunto más amplio que es el Centro Cívico, en el cual han tenido responsabilidad, llamados por Manrique y su esposa y colaboradora Guadalupe Tamayo, arquitectos de alto nivel profesional como Joel Sanz y Juan Carlos Parilli, conjunto que se construirá al este del nuevo Mercado, donde habrá una necesaria plaza y distintas facilidades públicas, áreas que han estado parcialmente ocupadas por el viejo mercado. Que siempre fue, y lo es hoy de modo más marcado por el contraste con el nuevo, una asociación de tarantines bajo techos de lata, muestra de la ínfima calidad de los servicios públicos que ha caracterizado a nuestra ciudad.
Y es aquí donde quiero detenerme para dejar el debate sobre la calidad de la arquitectura para otra oportunidad y otros espacios. Porque ese degradado mercado, que, repito, es muestra de un modo despectivo de ver la ciudad, ha sido declarado nada menos que Patrimonio Nacional por la Dirección de Patrimonio del gobierno central, con el ostensible propósito de evitar la construcción del Centro Cívico.
Si uno ve lo que es hoy el viejo mercado y sobre todo recuerda lo que siempre fue (algo que me consta porque era vecino de la zona cuando nos mudamos a Caracas), le resulta esta decisión del todo incomprensible. Podría ser interesante ver las razones que se esgrimen, pero a simple vista el asunto resulta risible y digno de ser presentado internacionalmente como un caso más de la mezquindad política del régimen político venezolano.
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Porque el camino recorrido para construir el mercado de Chacao ha sido extremadamente difícil en virtud de las interferencias presentadas una y otra vez por representantes de un oficialismo inspirado sobre todo en el deseo de impedir la obra, de oponerse a ella como si se tratara de un objetivo de alto contenido político.
Y lo peor es que quienes dirigen estas interferencias son arquitectos, con lo cual se confirma algo que he hablado muchas veces con mis estudiantes y parece ser la tentación mayor de quien ha rozado la arquitectura pero nunca ha podido encontrarla, o que, como decía el joven arquitecto de Barquisimeto, Paúl Alejos, de quien hace poco publiqué un texto, no la aman, no han abierto su espíritu hacia sus valores. Esos, vaya paradoja, se convierten en enemigos de cualquier posible arquitectura, se dejan amargar el alma por los celos (grave problema del arquitecto frente a otro arquitecto, como me decía frecuentemente el ingeniero Augusto Komendant) y obstruyen, intrigan, devalúan con fruición.
¿Cómo pueden dejarse llevar las instituciones de un país por ese tipo de sentimientos? Bueno, amigos extranjeros, ese es el drama actual venezolano. Las instituciones gubernamentales han sido presas de la exclusión, del desequilibrio, de la ausencia de perspectivas, de la fe en unos esquemas políticos que justifican toda triquiñuela, toda mezquindad, todo confabulación que supuestamente cierre el paso a unos enemigos inventados por cualquier funcionarillo, por cualquier personaje menor. Qué situación tan triste para un país que necesita de todas las voluntades. Fue parte del drama de la cuarta república pero ahora la quinta lo revive y acentúa de manera suicida…y sobre todo estúpida.
Pero veremos mejores tiempos. Y el Centro Cívico de Chacao se construirá porque la ciudad lo exige.