Miranda y el cura en El Quijote cuerdo
Los parlamentos, tanto en prosa como en verso, tanto dichos como cantados, de Francisco de Miranda en el libreto de la ópera “El Quijote cuerdo”, son en casi su totalidad reproducciones literales o versiones libres de frases escritas por el propio Miranda, que están en sus Memorias, que llenan buena parte de los cincuenta y cinco tomos de su archivo. Pocas líneas del liberto son inventadas por mí, salvo las referidas a su relación con la Emperatriz Catalina de Todas las Rusias, que es un tema que don Pancho ocultó, no por pudor, puesto que en lo que dice de las muchas con quienes tuvo relaciones no se cohibió en absoluto, sino por la más elemental prudencia, porque dejar huellas escritas de su aventura con la regordeta y poderosísima dama habría sido condenarse a sí mismo a la persecución de las policías rusas y probablemente a una muerte segura. Miranda fue un grafómano. Contó por escrito casi todo lo que le tocó vivir desde los veinte años hasta poco antes de su muerte, con la excepción dicha de sus encuentros con la Emperatriz y algunos períodos en los que no tuvo tiempo de escribir, o no quiso hacerlo porque todo le salía mal. No fue por él, sino por varios testigos, que se conoce su famosa y terrible frase dicha cuando Bolívar, Soublette y otros lo arrestaron y lo entregaron a los españoles cuando cayó la república en manos de los realistas: Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche. Poner en negro sobre blanco, pues, un libreto (o una novela) con Miranda como personaje, no es nada difícil, él mismo puso a la disposición de los escritores un material magnífico, lleno de humor, de comentarios interesantes, de observaciones agudas y de enormes posibilidades. Basta con poetizar un poco ese material para lograr un buen resultado.
Otra cosa es lo del cura. Poco antes de la muerte de Miranda, cuando la apoplejía, eso que hoy se llama ACV, impidió que se fugara y lo convirtió en un moribundo, un cura dominico llamado Albarsánchez trató de darle los últimos sacramentos y de confesarlo. Don Pancho lo rechazó y pidió que lo dejaran morir en paz. Pero sobre el padre Albarsánchez no existe la más mínima información, lo único que se sabe es el nombre y que era dominico. Por eso, en el libreto de “El Quijote cuerdo” opté por inventarme un cura que pudiera estar junto a Miranda. Lo llamé “Fray Dionisio”, porque Dionisio, en la mitología griega, representaba la muerte y la resurrección, algo que quienes vean la obra entenderán muy bien, y por el notable elemento dionisíaco de don Pancho, condición que nunca pudo negar aunque hacía un esfuerzo inmenso por parecer apolíneo. Fray Dionisio, al comienzo de la obra, es enemigo declarado de Miranda, pero pronto, ante su influjo, pasa a compadecerlo, y finalmente a admirarlo y sentir por él una gran empatía, que lo lleva a querer ser su cronista y a asumir las ideas mirandinas, que son lo más noble y lo más bello que ha tenido nuestra América. Ideas de las que parcialmente trató de apropiarse Bolívar con muy pobres resultados, pero eso es harina de otro costal. El final de la ópera lo dice con un dúo sensacional.
En la obra, los parlamentos, tanto dichos como cantados, de Francisco de Miranda son en casi su totalidad reproducciones literales o versiones libres de frases escritas por el propio Miranda. Otra cosa es lo del cura.