Indignación y cambios
La crisis económica que afecta al mundo ha traído al centro del debate, junto a otras cosas que buscan explicarla y la ansiedad general respecto a las medidas de ayuda de los gobiernos al sistema bancario, el tema de los límites éticos dentro de los que se mueve la dinámica financiera del mundo capitalista. El movimiento de “los Indignados” que se ha ido extendiendo en el mundo hasta llegar a las puertas de Wall Street es una expresión clara de la aspiración de muchos para que la codicia de los poderosos no siga siendo el motor de la expansión económica. Los “indignados” abogan por nociones que parecían superadas por la inercia de la globalización, como las de solidaridad, de equilibrio entre intereses opuestos, de respeto a las minorías que viven en la dificultad, de la apertura de oportunidades para todos, sin olvidar el imprescindible rescate de los desheredados del mundo y la consolidación de la democracia. Un movimiento que apunta en una dirección contraria a la de economistas como Milton Friedman (1912-2006), figura tutelar de los ya olvidados “Chicago Boys” de tiempos de Augusto Pinochet en Chile, a quien veíamos en un viejo video (You Tube) hace poco sostener entre sonrisas que la codicia es esencial al progreso económico. Si, la codicia, ese Pecado Capital. Y sin embargo creyentes convencidos diseminaron el video considerándolo un espaldarazo a la manipulación financiera, no necesariamente lo que quiso implicar Friedman.
Para nosotros los arquitectos este regreso a las preocupaciones éticas (regreso aparente porque nunca estuvieron de baja) tendría mucho que decirnos. Por una parte nos recuerda que los anuncios de la muerte del espíritu moderno eran simples conveniencias ideológicas coyunturales. Que, tal como he insistido a través de estos escritos semanales, los postulados de la modernidad han evolucionado como parte del proceso de cambio inherente al tiempo y la experiencia, pero muchos de ellos conservan su validez y piden su desarrollo.
Compromiso Ético
Pero no sólo se trata de que la disciplina nunca haya dejado de ser parte inseparable de un todo marcado por compromisos éticos, sino que por razones culturales uno tiene la obligación de situarse en ese escenario. Todo arquitecto, como intelectual que es, establece su ejercicio desde una perspectiva de diálogo, por acción u omisión, con ese marco ético. Ya no se trata de la vieja discusión del “arte comprometido” sino del conocimiento reflexivo de las circunstancias en las que la arquitectura se da. Pasar por alto esa reflexión, ser indiferente a ella, puede ser posible, pero en la medida en que así sea el arquitecto se convierte en un simple profesional por encargo, sean cuales sean sus destrezas.
El panorama actual está lleno de arquitectos así, que nada tienen que decir aparte de las simplezas útiles para impulsar su prestigio personal. Sus referencias se agotan en una visión inflada del sí mismo, en un esfuerzo por despojar a la arquitectura de las servidumbres que la hacen viva, que la convierten en producto de una visión del mundo.
En la medida en la que el arquitecto entienda mejor la realidad e integre esa comprensión a su ejercicio, sus decisiones como diseñador, el modo como selecciona técnicas, materiales, su propuesta de modos de construir, tendrá una expresión particular, propia, y podrá ser original. de firmes raíces culturales. Ya no se tratará de repetición o de imitación sino de una forma de invención, difícil de alcanzar para la mayoría, pero posible como aporte personal. Todo un espacio de revisión para una crítica que aspire a señalar un camino diferente.
Aterrizando aquí
Vistas las cosas así, me parece claro que el surgimiento de un modo de abordar la arquitectura en sintonía con las expectativas éticas inspiradas por el rechazo ante un estado de cosas, poco tiene que ver con consignas y mucho con un cambio en la formación y el desarrollo del pensamiento del arquitecto. Tanto como respuesta al impacto de lo más cercano, local, como a lo que se aspira a compartir con el mundo más amplio.
Lo menos claro es cuales son los instrumentos que utilizará para expresarse. No podrá ser la “justificación ideológica”, ni en el sentido de dar por bueno lo hecho evocando códigos morales, ni de la condenación por razones análogas.
Ambos sesgos se han hecho presentes aquí con motivo de la Sede que se construye para el Museo de Arquitectura en la Avenida Bolívar. Tan acomodaticios son los argumentos de su proyectista (¡el Director del Museo!) como los de los voceros del Colegio de Arquitectos. Sin darse cuenta han representado en clave local, la caricatura de una situación global que ha empobrecido la producción de arquitectura. Se ponen por un lado los afanes “creativos” como razón positiva de errores de diseño y concepción, mientras que por el otro se apela a la descalificación personal-política o se sacan a relucir normas burocráticas que se han usado también para empobrecer, soslayando un debate sobre el objeto y el proceso que lo originó.
Vemos aquí hecho claro, entre nosotros, el fondo de la cuestión, terreno muy difícil y hasta escabroso, el de la necesidad de pedirle a la crítica, ejercida no sólo como comunicación hacia afuera sino como instrumento de formación de un pensamiento, referirse sin complejos al valor que se le asigna al objeto.