Kenneth Framton: Ochenta
Hace poco más de dos meses me enteré de que Kenneth Frampton cumpliría ochenta años el pasado 20 de Noviembre. Como debía ir en visita familiar a la ciudad donde vive desde hace ya muchos años, Nueva York, quise felicitarlo personalmente porque lo conozco desde cuando visitó varias veces a Venezuela, y podría decir que existe una mínima amistad. Vino por primera vez a Venezuela en 1979 invitado por el Instituto de Arquitectura Urbana (IAU), sede de eventos de mucho interés antes de naufragar en la confusión venezolana, lo cual confirma que nuestra enfermedad social es de vieja data. Frampton vino después varias veces, dos de ellas a causa de asuntos en los que se involucró con quien esto escribe. Creo que dijo aquí cosas importantes, calibró nuestras inquietudes y podría decirse que nos dejó algunas claves para el debate. Que se extinguieron.
Confié en ese tiempo, gracias a la oportunidad que se le abría con esas visitas y en virtud de sus posiciones como crítico, que Frampton podría llegar a ser algo así como un mensajero de las inquietudes de acá en el ámbito más amplio en que le correspondería moverse. Porque él iba a consolidarse a fines de los setenta y comienzos de los ochenta como uno de los pocos intelectuales de importancia que fue capaz de distanciarse de los lugares comunes del «mainstream» de la crítica, plantándole cara a tesis muy populares en los setenta y primeros ochenta. Como muestra de ello recuerdo una charla ante un grupo de estudiantes de nuestra facultad en la UCV, la cual comenzó diciendo que el postmodernismo no era más que un tigre de papel. Y tuvo toda la razón.
Honestidad.
Su honestidad intelectual le colocó en posición incómoda frente al star-system neoyorkino que vive de un refinamiento bastante lejano a su personalidad, y fue el único crítico importante que se acercó en ese tiempo a visiones regionales (o personales) de la disciplina que señalaban en dirección contraria a las modas reinantes. Acuñó el término «Regionalismo Crítico», que implicaba la existencia de aproximaciones a la arquitectura ajenas a la ansiedades de los centros de poder y prestigio. Y destacaba el valor referencial de arquitectos importantes de la segunda modernidad post-Kahn, como Jorn Utzon, de quien mostraba con insistencia, como lo hizo en una conferencia aquí en Caracas, la iglesia de Bagsvaerd, cerca de Copenhagen (1976), como ejemplo alejado de los historicismos y citas que llenaban el panorama.
Ignoro si es su mérito haber acuñado el término «tectónico» para identificar una visión de la arquitectura en la que lo constructivo (tectonicus, del latín) su manifestación, era el núcleo de toda propuesta formal, pero lo usó con mucha propiedad para distinguir esa visión, característica del movimiento moderno, de otras más propias del siglo diecinueve y de los academicismos anteriores, que reprocesaban la tradición clásica jerarquizando los elementos del edificio y revalorando la ornamentación. Lo hizo, me parece, más para encontrarle lugar teórico a las tendencias que se estaban expresando desde los ochenta en adelante que porque se estuviese sumando a un revisionismo de la tradición moderna, pero era de destacar su discurso riguroso, un tanto difícil, que terminó expresándose de la mejor manera en su libro «Studies in Tectonic Culture» publicado a principios de la presente década.
Ingenuidad.
Y decía que tuve la ingenua esperanza de que el conocimiento de Frampton sobre la realidad venezolana en los tiempos de sus visitas a nuestro país, asociado a su relevante posición en Columbia University podía tener algún papel instrumental en la valorización de nuestra arquitectura puertas afuera. Fue la misma ingenuidad que me llevó a pensar lo mismo respecto a Rafael Moneo en Harvard, también nuestro invitado en ese tiempo y avisado observador. Pero no me daba cuenta de que el vehículo que le da verdadera consistencia a las inquietudes de los arquitectos es la construcción. Y habrían de venir muchos años, décadas, en las que los arquitectos de aquí apenas si podrían construir. Una sociedad estancada en muchos sentidos cerró y sigue cerrando las puertas a muchos de sus mejores arquitectos. Si Frampton fue en su momento, uno de los primeros en valorar a arquitectos como Alvaro Siza, Rafael Moneo, Bohigas o Sáenz de Oíza ello ocurrió no porque fueran promesas sino porque en sus países estaban muy activos y se les había abierto un panorama claro. Pero la situación nuestra era diferente, anunciadora de esa versión del fracaso en la que estamos hoy. Y pude entender después algo que he repetido muchas veces: se empezó a hablar de arquitectura española o portuguesa cuando se pudo hablar de España y Portugal como países integrados a la escena cultural internacional, sin atenuantes políticas o económicas. Por contraste, pese a todos los talentos y potencialidades individuales de entonces, Venezuela rezumaba contradicciones y confusión. Algo evidente para cualquier visitante reflexivo y por supuesto para alguien de la perspicacia de Kenneth Frampton.
Todo lo vivido en más de treinta años en la lucha por la arquitectura aquí, es el escenario de nuestras relaciones con este personaje excepcional. Eso pesa en él tanto como en nosotros, pero no impidió que nos viéramos en plan de viejos conocidos para desearle feliz cumpleaños y evocar episodios pasados, hablar de amigos comunes y dejar deslizar algún juicio de valor sobre arquitectos y arquitecturas. Lúcido como siempre, entrañable en su distancia inglesa y de semblante más o menos inalterable. Él pagó el desayuno mientras le tomaba una foto. No fue tacañería mía sino el deseo de ilustrar este pequeño reconocimiento
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