El círculo perverso
Hay algo muy perverso en la psicología colectiva, algo que nos cierra la salida, que nos devuelve irremediablemente al origen de los problemas que queremos superar. Sabemos que la inseguridad es el tema que más preocupa a los venezolanos, el trauma que más sufrimos y penamos.
Sabemos, además, que el mal ha crecido exponencialmente en los 12 últimos años, que el morbo se ha propagado como nunca antes en la historia y el territorio nacional. La inseguridad, sin embargo, en lugar de perjudicar a quienes ejercen el poder, incrementa la popularidad del Presidente y aumenta la aprobación de la gestión gubernamental.
¿Paradoja? ¿Locura? Los analistas explican el fenómeno aduciendo que la violencia y la inseguridad no tienen responsables visibles en el gobierno y que la víctima de un crimen, de un atraco o de un secuestro, enfoca su rabia y su dolor en el autor directo del hecho, en el delincuente o el malandro.
Cuando un trauma social, cuyo origen político es muy difícil percibir, monopoliza la atención de la gente, los problemas atribuidos directamente al gobierno pasan a segundo lugar.
La investigación psicológica ha descubierto el círculo vicioso perverso que existe entre inseguridad, dependencia y poder.
Aun en jóvenes universitarios cultos y modernos que puestos a elegir entre un líder racional democrático y un líder autoritario populista votan mayoritaria y normalmente por el primero, la introducción de imágenes de terror y de muerte en el ambiente electoral y el discurso político voltea el resultado de la elección a favor del segundo. Pensar en la muerte aumenta la necesidad de protección y estimula el espíritu gregario. El recuerdo de la finitud de la vida incrementa la dependencia y el sectarismo.
El sentimiento de inseguridad y desamparo nos hace sensibles a líderes autoritarios carismáticos. Si un gobernante inescrupuloso utiliza imágenes de muerte o da rienda suelta a la violencia, el rechazo al clima de zozobra se trasformará en apoyo al personalismo totalitario.