Rodolfo de Anda; Patricia Bunt, y Griselda Guevara…Ya Tan Lejos
Una tras otra, los últimos tiempos, se nos han ido acumulando las tristezas fúnebres. En diciembre pasado partió definitivamente de esta vida que compartimos poco pero intensamente una de mis primas más queridas, la de talante más combativo. Griselda Guevara luchó contra un cáncer durante 30 años y en esas tres décadas de altibajos en el desquite con el dolor, aguzó los sentidos hasta el delirio, disfrutando de las cosas nimias como si fueran las más significativas. Nos dejó esa lección y su recuerdo solo me viene a la memoria a través de su bella sonrisa, una marca indeleble en el rostro.
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Apenas hace unos días también murió el gran periodista que fue don Rubén Díaz de la Garza y este fin de semana nos cayó de sopetón la noticia de la muerte de una amiga de jubilosa condición. Patricia Bunt, sicóloga y escultora, entre otras ocupaciones, además de mamá; de oficio inquieto y extremo, como buena mujer emprendedora. Patricia fue, sobre todo, dueña celosa de su tiempo libre desde hace más de 20 años. Su marido había ganado el suficiente dinero en su profesión de abogado como para tener el buen juicio de retirarse temprano a navegar por los mares durante casi un lustro –si no me equivoco- en un velero ya mítico, anclado ahora en la bahía de Santa Lucía (de donde partían y arribaban los galeones durante la colonia española). De Patricia podrían redactarse ricas, intensas impresiones, comenzando por las que pasan por su inagotable curiosidad y una creatividad talentosa. Todo ello navegado entre elegancia y pertinencia; fue mujer de trato muy fino –esa rara condición que hoy en día desconocen los más jóvenes-. Sabía contradecir con maneras suaves y afirmar las cosas que cuentan con humor y mirada inteligente, enmarcada en dos cejas verdaderas, las que huyen de las criminales depilaciones que falsifican las facciones. Como ven, su remembranza despliega velas de enorme simpatía y admiración. Patricia Bunt nos deja también una obra plástica significativa, emparentada con Brancusi, en sus mejores momentos. Varios espacios públicos y algunas significativas colecciones privadas conservan ya la huella de sus afanes y entusiasmos. Nunca le faltó inspiración. Casi desde niña habitó una de las más espectaculares casas del mundo. Fue vecina de Lola Olmedo y de sus xoloitzcuintles, en la mítica avenida Inalámbrica, frente al despeñadero de la “Quebrada”, allí donde Diego Rivera pintó puestas de sol irrepetibles y Carlos Pellicer escribió su mas misterioso poema con tres pies: paisajístico, sensual y místico. Patricia Bunt se ha ido envuelta en la belleza de su imagen intemporal. Sigo escuchando su risa vigorosa.
Ya Rodolfo de Anda fue para mi esposa y para mi uno de esos viejo-nuevos amigos a los que uno descubre emboscados en una entrañable simpatía. Cómo lamentamos no habernos deparado antes con él. Lo conocimos gracias a su hermano del alma, el otro actor de talento y gran carácter que es Andrés García. Con Margarita Portillo fuimos invitados a guarecernos en una palapa, del sol a plomo del mediodía más luminoso de nuestro universo, en Pié de la Cuesta. Allí albergaba Andrés a don Rodolfo, su cómplice en los instantes más sueltos de la vida y en la reflexión de sus intensas empresas creativas. Desde la primera conversación con Rodolfo nos sedujo lo que llaman “don de gentes”, esa suerte de calor humano que se prodiga poco ya en los tiempos que corren. Observaran el “saudosimo” en que me sumen pérdidas del calibre del hijo del “Charro Negro”, esa legendaria figura de nuestras pantallas que encarnó el señor De Anda, quien venía de una familia que adoptó hace varias generaciones el exigente oficio de las cámaras.
Ahora lamento no haberme levantado de esas largas e intensas reuniones para poner por escrito las brillantes anécdotas con que nos iba deleitando don Rodolfo, entre alcoholes finos o no, a las orillas del mar bravío de Pie de la Cuesta o durante su visita a nuestra casa en “Los Murciélagos”, frente a la Roqueta. Escuchamos por última vez el timbre grave de su voz apenas hace 3 meses. En la boda del hijo de Margarita Portillo tuvimos la suerte de que nos sentaran juntos. Hablamos de sus dolencias como si fueran de otra persona. Mantenía el brillo intenso de los ojos y la respuesta rápida y siempre inteligente a las “chanzas” y a los retruécanos desenfundados como pistolas de los vaqueros mexicanos que inmortalizó en las pantallas de miles de cines en América Latina. Hombre de pinta imponente, don Rodolfo estaba allí para gozar la vida sin concesiones. Su recuerdo se impregna de un acendrado sentimiento de generosidad. Se daba a manos llenas y no sonreía, se carcajeaba de la vida. Con su partida se quedó aparcado un proyecto. Hablamos de una película documental dirigida por él, a partir de una idea que desarrollamos con Andrés García. Me había propuesto animarlo a realizar una larga entrevista sobre su trayectoria que incluyera sus emblemáticos personajes de Chanoc y Pedro Navajas. Las cámaras dirigidas por Rodolfo de Anda seguirían la entrevista en una arena de lucha libre, entre los pescadores de la cala frente a las “Hamacas” en la bahía de Acapulco, o con Andrés conduciendo uno de esos bólidos criminales por la Costera y demás escenarios que recordaran las aventuras de héroes populares que tanta falta hace revivir en estos días de desesperanza. Para concluir este breve homenaje me pareció oportuno dejarle la palabra a don Joaquín Antonio Peñalosa, autor de un soneto perfecto que incursiona en las despedidas definitivas:
POR SI VIENE A LA HORA SEÑALADA
COMO EL PERFUME INUNDA LA AZUCENA,
POR SI ME DEJA MUDO CON LA PENA
DE IRME DE PRISA POR LA MADRUGADA;
POR SI LA VOZ ME QUEDA APRISIONADA
EN UN VIOLENTO ACOSO DE COLMENA,
POR SI LA MUERTE TODO ME ENAJENA,
HASTA EL DISCURSO QUE HAY EN LA MIRADA,
NO HE DE ESPERARME, NO; YA ES TANTO Y TANTO
VIVIR SIN EMPEZAR LA DESPEDIDA
NI ENSAYAR DE UNA VEZ EL DURO ABRAZO,
QUE POR AHORRARME TIEMPO Y A TI LLANTO
VOY A DECIRTE ADIÓS DESDE LA VIDA,
POR SI ACASO NO PUEDO, POR SI ACASO