Entretenimiento
Ojos
ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ¿Para qué tiene que repetir quince veces la palabra “ojos»? No entiende. Todo se le hace especialmente oscuro a pesar de la excesiva claridad de las luces de mercurio. Hoy, justamente hoy, cuando le resulta en verdad muy importante comprender lo que tiene ante sí. ¡Si pudiera saber, por lo menos, de qué se trata! ¡Si alcanzara a discurrir en forma coherente y llevar al papel una opinión que no parezca vacía! Y le toca esa explosión de disparates.
ojos de medianoche prestados a la multitud mientras cabalgaba sobre algún albor vagamente poblado por ruidos mecánicos y cantos de perros realengos y horizontales los pesados lentes de culo de botella que ya no pueden cubrir ni cambiar la luz de los ojos. Trato todavía de explicarme las razones de aquel empeño y sigo sin entenderlo. Porque quise que mis pies trazaran su propio rumbo, dejé que trazaran su propio rumbo, su propia rumba junto al maloliente río. Mal lo asiente. Mal siente lo que siente. Siente. Siéntese. Sí en té. Te creemos. Excrementos. Sin razón. Me soñé soñé soñé soñé soñé por un instante cien fantasmas rumbo a la mar, decidido a no parar en recodo alguno del río ni a violar cadáveres ni a las vermívoras garcitas blancas de lóbregas riberas mucho después de la desgraciada hora en que mi madre tomó la decisión de no abortarme. Era apenas otra raya dibujada por aquellos helados faroles que se iban quedando atrás con cada paso y vigilaban mi avance como estúpidos detectives de alguna serie de televisión. Cansado estaba de aquellos viajes hacia ninguna parte, hacia luces clandestinas escondidas bajo mantos de palabras. Era como un deseo de dejar huellas para siempre en el pavimento de una calle muchas veces recorrida. Hoy los arqueólogos fabrican complicadísimas teorías acerca de la vida y la muerte en los muy remotos tiempos del Homo atómicus, a partir de su huella. Un cuidadoso análisis de los coprolitos descubrió que había comido Diablitos Underwood, la mejor forma de comer jamón. Quise ser siempre uno de esos espermatozoides desperdiciados desperdigados despernancados en una masturbación o en una relación casual con una chiva o con una vaca o con una gallina o ante la infranqueable barrera de látex lubricado por aceites naturales que le da seguridad señora pero los sueños sueños sueños sueños sueños siguen y sólo pueden ser convertidos en hechos por los espermatozoides que concluyeron su carrera contracorriente no contranatura ni contralmirante ni contramedida ni contrapeso ni contrario sensu uniéndose al óvulo fértil que con el tiempo se oirá llamar madre excepto en los casos en los que el resultado termina convirtiéndose en expósito y es adoptado por cualquier pareja caritativa cuya imposibilidad fisiológica de procrear ha devenido en deseo de llamar hijo a una criatura huérfana o parida por vientre desnaturalizado y la realidad que siempre me ha pegado en la nuca cuando es posible pegarme en la nuca está aquí en forma de río en forma de calle en forma de luces de mercurio que fabrican una ilusión de día artificial para que yo pueda pasear en la noche sin razón alguna como brisa mosquitera para infestar menesterosos con cada uno de los golpes que dan mis tacones en el suelo para recordarme que estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo si es que estoy vivo porque ya sólo sé que la realidad es un puente sobre el río Guaire en donde navega la mierda de todos los caraqueños o de casi todos los caraqueños puesto que hay muchos que defecan y ponen a desecar sus deposiciones frente a sus miserables casuchas de cartón y tablas con techos de zinc. Algún día. Algún día las convertirán en proyectiles para tirárselos a los banqueros y los explotadores. La calle se queda atrás como la luz que permite comprender los juegos de los puntillistas y sumergirse en un inmenso mar contaminado que confunde el rojo con el verde y el amarillo con el violeta y el azul con el marrón y los va convirtiendo todos en un gris amalgamado de tibia neblina, de océano nauseabundo. Pero en realidad estaba en la calle Londres y era de noche y los colores eran los mismos de siempre y los sonidos también. Pero, entonces. De repente. Allí estaba. Ojos. Los Ojos. Negras vestiduras como de viejo enterrador de la comarca. Cursi. Relamido. Re La Mi Do. Do Mi Re La Do Sol Fa. Fa Do. Hey Jude. Cansino. Torpe. Esmirriado. Los lentes de culo de botella alejaban sus ojos convirtiéndolos en centros de diana, cada uno en el punto impersonal de aquellos círculos concéntricos. Cir Culos. Sir Culo con centro se concentra en su culo. Lady Cecilia sings a song thinking about shit. Sinking in the shit Lady Cecilia sung a song in her sickness tra la la tra la la. Cansancio. Desgano. Lecturas inútiles. Sin saber por qué, sintió una bocanada de odio: Aquel huevón era el culpable de todas sus desgracias. Por su culpa estaba varado en la Facultad de Ingeniería, desperdiciando energías en un mundo de disimulos para poder nadar en poesía, en literatura. Y allí es ta ba, con su as pec to de fra ca sa do a ma nuen se, su len ta par si mo nia de fal so in te lec tual, parsimonio matrimonio matrimonia momia momia mirando los faroles desde sus culos de botella. Lo acechó como un felino a su presa desprevenida. El hombre apenas alcanzó a alzar una mano como queriendo evitar el primer golpe y el segundo y el tercero y el cuarto quinto sexto octavo nono no no no no no y luego se dejó llevar y se entregó a la furia bestial del otro quizá sin saber que hasta ese momento le duraba la vida. Fue entonces cuando creí despertar de una pesadilla. Pero no era sueño. Vi el cuerpo. Sin lentes. Sin culos de botella. Los ojos muy abiertos y muy miopes y muy muertos. Y eran ojos de ingeniero que ya no verían puentes ni postes ni vigas. Ojos que estaban empezando a descomponerse, a entrar en el mundo de lo mineral. Y también estaba yo, estudiante de ingeniería, capaz de calcular, de racionalizar, de entender lo que no tenía explicación. A pocos pasos esperaba el espacio en donde vaciaban un enorme muro para embaular la quebrada y evitar para siempre las inundaciones que tanto daño habían hecho ese mismo año. El encofrado se veía listo para recibir su carga de cemento y piedras y agua y él lo sabía. Arrastró el cuerpo y lo colocó en su enorme ataúd. Lo acomodó bien para que ningún fragmento delatara su presencia cuando retiraran la madera que hacía de molde. Allí quedó, en su magnífica tumba de progreso. Al día siguiente no fui a la universidad. Me quedé supervisando desde la ventana de mi cuarto el vaciado del concreto y me dormí cuando estuve plenamente seguro de que ya el cuerpo estaba sepultado y envuelto por aquella mortaja de hormigón. Luego retiraron el encofrado y cubrieron el muro con tierra que llevaron en enormes camiones y la tierra con un parque infantil que pronto sería destruido por los chicos malos. Pero mi conciencia no quedó enterrada allí, en el concreto, metro y medio por debajo del nivel de la calle y por eso he venido a poner la denuncia. El detective se quedó mirándolo en silencio. Espere aquí, musitó más que dijo y subió a grandes zancadas por las gastadas escaleras. El estudiante de ingeniería aguardó, oyendo una tras otra las denuncias de robos, agresiones, abusos y violaciones que poco a poco le fueron tornando el lugar en azul. Venga mañana, ciudadano, le dijo secamente el detective. El Inspector estaba muy ocupado y no hay información ni denuncia sobre alguna persona desaparecida con esas características, ciudadano y otros diez o doce o trece o catorce venga mañana, ciudadano, vinge meñene, coadedenu, vongi miñini, cuedidina, vungo moñono, caidodone, vangu muñunu, ceoduduni, vinge meñene, coadedenu, vongi miñini, cuedidina, vungo moñono, caidodone, vangu muñunu, ceoduduni, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano y ni una palabra en los diarios. Nadie extrañaba a un cansino personaje con lentes de culo de botella y ocultos ojos de ingeniero que contrastaban con un cuerpo de intelectual agotado. Nadie. Salvo yo. Lo reclamaba en mis horas de insomnio y frente a las miradas de pavor de mis padres o las de conmiseración del siquiatra o las de las enfermeras que ya para entrar a mi habitación se quitan los anteojos para que no vuelva a hablarles de los culos de botella y de los Ojos. Ojos. Los Ojos. Abiertos. Ciegos. Lus Ujus. Eboirtus. Coigus. Las Ajas. Ibourtas. Cuogas. Les Ejes. Obaurtes. Cauges. Lis Ijis. Ubeartis. Ceais. Los Ojos. Abiertos. Ciegos. Porque yo sé que me miran y sé por qué no pueden dejar de clavarse en mi conciencia, Y sé que me miran siempre, a toda hora, me ven sin parpadear y me castigan. Son los ojos malditos del infierno, de mi infierno, un tártaro sin llamas, habitado por ánimas en pena, como la mía, y por ojos, ojos malditos que, nada más que para hacer más terrible mi espantosa penitencia, no se quitan nunca de aquellos ojos de medianoche prestados a la multitud mientras cabalgaba sobre algún albor vagamente poblado por ruidos mecánicos y cantos de perros realengos y horizontales los pesados lentes de culo de botella que ya no pueden cubrir ni cambiar la luz de los ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos
Sus ojos encerrados, casi ocultos, en los círculos concéntricos de sus complicados lentes de culo de botella que reflejan, azules y verdes, todas las luces y todos los colores. Por más que trata de asir algo de aquel mundo de letras, todo se le desliza como arena húmeda. Son guerrilleros que se ocultan en la selva y se ríen de sus pesares.
No. No entiende. Definitivamente no puede entender las razones que pudo haber tenido el autor del cuento.
No es policial. Ni de denuncia. Es simple. O complicado. O las dos cosas a la vez. ¿Para qué las repeticiones y las palabras de más? ¿Por qué eso de cambiarles las vocales a unas palabras como para que el lector se quede lelo? ¿Qué sentido tiene haber escrito así, cuando se hubiera podido organizar todo de otra forma? ¿Por qué se empeña en autor en destruir la sintaxis, en retorcer la escritura? ¿No será para burlarse de sus ojos de búho agotado?
Muchas, demasiadas cosas se le escapan. Necesita que alguien le dé la pista, como siempre. Pero esta vez le toca abrir camino y no sabe cómo. Y no se atreve a pedir ayuda porque teme una celada.
Una primera lectura y nada. Puede ser narración circular. Hay demasiados detalles que se le escapan, y demasiados elementos borrosos. Todo, todo se le aleja sin que pueda remediarlo. Diría que es una buena pieza. Sobre todo por ser la primera del autor. El primer texto que publica, aunque desde hace años se habla de él como escritor.
Calle Londres (ojos) es el título del texto que ocupa tres páginas de la revista El Fauno de Abril (Maracay, Estado Aragua, Venezuela. Número 3, julio y agosto de 1982, 48 pp.), con una muy buena ilustración. Tampoco demasiado en la nota ubicada en la penúltima página. Hay algunos elementos, claro, pero casi todos le resultan, como el texto, incomprensibles. Sólo puede descubrir que escribió en primera persona que de repente se convierte en tercera o hasta en cuarta. Definitivamente perdido. No le puede ver sentido alguno a esas digresiones ¿futuristas? Futurismo como que es otra cosa. ¿Marinero? ¿Marinata? El poeta le ordenó hacer una nota. Una calamidad. Hay que hacerlo. Pero ¿cómo? Elogiará la prosa, claro, pero eso no es suficiente. Muy poco sabe de lenguaje, si es que sabe algo. Quiere ser crítico y por salir de él lo nombraron crítico literario del diario, con la promesa de publicar una nota cada quince días. Lee y relee y en cada lectura se le hace el cuento más borroso. Hasta que siente como un rayo. Por fin, en esa parrafada panfletaria encuentra algo a qué aferrarse. El autor elimina arbitrariamente los signos de puntuación en algunos pasajes, para acelerar el ritmo de la narración y así imbuir al lector, el cual, en el caso que nos ocupa, bien puede corresponder a la definición de “lector-hembra», en la velocidad pasmosa de las imágenes, del lector. Es algo, pero muy poco. Falta. Falta mucho.
Se quita los lentes de culo de botella. Se seca el sudor. No sabe qué escribir para el diario sin que se note que ni entendió lo que acababa de leer ni mucho menos le gustó. El compromiso es demasiado grande para sus manos y sus ojos. El autor es amigo del poeta y el poeta es delicado cuando se trata de amigos y hasta fastidioso. Y hace calor. Sale a caminar. A pasear su soltería por las calles. A ver los mismos colores y las mismas sombras que debe haber visto el personaje imaginado por el cuentista en aquél, su primer texto publicado.
Apenas alcanza a alzar una mano como queriendo evitar el primer golpe y el segundo y el tercero y el cuarto quinto sexto octavo y luego se deja llevar y se entrega a las patadas y los rodillazos y los cabezazos que como fiera poseída le propinan y no puede tampoco sentir -ya rendido por completo a aquellas luces y sonidos alterados- las garras que lo aferran por el cuello y cortan para siempre la vida inútil del hombre cuyos ojos, grandes y negros, de ingeniero, han abandonado para siempre sus corazas de culo de botella para, de ahora en adelante, no ver absolutamente nada. Ni siquiera aquellos besos finales que la muerte, serena y hasta amistosa, le acaba de dar en plenos ojos. Los ojos abiertos. Los ojos. Ojos. Ojos. Ojos. Ojos. Ojos. Ojos.
ojos de medianoche prestados a la multitud mientras cabalgaba sobre algún albor vagamente poblado por ruidos mecánicos y cantos de perros realengos y horizontales los pesados lentes de culo de botella que ya no pueden cubrir ni cambiar la luz de los ojos. Trato todavía de explicarme las razones de aquel empeño y sigo sin entenderlo. Porque quise que mis pies trazaran su propio rumbo, dejé que trazaran su propio rumbo, su propia rumba junto al maloliente río. Mal lo asiente. Mal siente lo que siente. Siente. Siéntese. Sí en té. Te creemos. Excrementos. Sin razón. Me soñé soñé soñé soñé soñé por un instante cien fantasmas rumbo a la mar, decidido a no parar en recodo alguno del río ni a violar cadáveres ni a las vermívoras garcitas blancas de lóbregas riberas mucho después de la desgraciada hora en que mi madre tomó la decisión de no abortarme. Era apenas otra raya dibujada por aquellos helados faroles que se iban quedando atrás con cada paso y vigilaban mi avance como estúpidos detectives de alguna serie de televisión. Cansado estaba de aquellos viajes hacia ninguna parte, hacia luces clandestinas escondidas bajo mantos de palabras. Era como un deseo de dejar huellas para siempre en el pavimento de una calle muchas veces recorrida. Hoy los arqueólogos fabrican complicadísimas teorías acerca de la vida y la muerte en los muy remotos tiempos del Homo atómicus, a partir de su huella. Un cuidadoso análisis de los coprolitos descubrió que había comido Diablitos Underwood, la mejor forma de comer jamón. Quise ser siempre uno de esos espermatozoides desperdiciados desperdigados despernancados en una masturbación o en una relación casual con una chiva o con una vaca o con una gallina o ante la infranqueable barrera de látex lubricado por aceites naturales que le da seguridad señora pero los sueños sueños sueños sueños sueños siguen y sólo pueden ser convertidos en hechos por los espermatozoides que concluyeron su carrera contracorriente no contranatura ni contralmirante ni contramedida ni contrapeso ni contrario sensu uniéndose al óvulo fértil que con el tiempo se oirá llamar madre excepto en los casos en los que el resultado termina convirtiéndose en expósito y es adoptado por cualquier pareja caritativa cuya imposibilidad fisiológica de procrear ha devenido en deseo de llamar hijo a una criatura huérfana o parida por vientre desnaturalizado y la realidad que siempre me ha pegado en la nuca cuando es posible pegarme en la nuca está aquí en forma de río en forma de calle en forma de luces de mercurio que fabrican una ilusión de día artificial para que yo pueda pasear en la noche sin razón alguna como brisa mosquitera para infestar menesterosos con cada uno de los golpes que dan mis tacones en el suelo para recordarme que estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo estoy vivo si es que estoy vivo porque ya sólo sé que la realidad es un puente sobre el río Guaire en donde navega la mierda de todos los caraqueños o de casi todos los caraqueños puesto que hay muchos que defecan y ponen a desecar sus deposiciones frente a sus miserables casuchas de cartón y tablas con techos de zinc. Algún día. Algún día las convertirán en proyectiles para tirárselos a los banqueros y los explotadores. La calle se queda atrás como la luz que permite comprender los juegos de los puntillistas y sumergirse en un inmenso mar contaminado que confunde el rojo con el verde y el amarillo con el violeta y el azul con el marrón y los va convirtiendo todos en un gris amalgamado de tibia neblina, de océano nauseabundo. Pero en realidad estaba en la calle Londres y era de noche y los colores eran los mismos de siempre y los sonidos también. Pero, entonces. De repente. Allí estaba. Ojos. Los Ojos. Negras vestiduras como de viejo enterrador de la comarca. Cursi. Relamido. Re La Mi Do. Do Mi Re La Do Sol Fa. Fa Do. Hey Jude. Cansino. Torpe. Esmirriado. Los lentes de culo de botella alejaban sus ojos convirtiéndolos en centros de diana, cada uno en el punto impersonal de aquellos círculos concéntricos. Cir Culos. Sir Culo con centro se concentra en su culo. Lady Cecilia sings a song thinking about shit. Sinking in the shit Lady Cecilia sung a song in her sickness tra la la tra la la. Cansancio. Desgano. Lecturas inútiles. Sin saber por qué, sintió una bocanada de odio: Aquel huevón era el culpable de todas sus desgracias. Por su culpa estaba varado en la Facultad de Ingeniería, desperdiciando energías en un mundo de disimulos para poder nadar en poesía, en literatura. Y allí es ta ba, con su as pec to de fra ca sa do a ma nuen se, su len ta par si mo nia de fal so in te lec tual, parsimonio matrimonio matrimonia momia momia mirando los faroles desde sus culos de botella. Lo acechó como un felino a su presa desprevenida. El hombre apenas alcanzó a alzar una mano como queriendo evitar el primer golpe y el segundo y el tercero y el cuarto quinto sexto octavo nono no no no no no y luego se dejó llevar y se entregó a la furia bestial del otro quizá sin saber que hasta ese momento le duraba la vida. Fue entonces cuando creí despertar de una pesadilla. Pero no era sueño. Vi el cuerpo. Sin lentes. Sin culos de botella. Los ojos muy abiertos y muy miopes y muy muertos. Y eran ojos de ingeniero que ya no verían puentes ni postes ni vigas. Ojos que estaban empezando a descomponerse, a entrar en el mundo de lo mineral. Y también estaba yo, estudiante de ingeniería, capaz de calcular, de racionalizar, de entender lo que no tenía explicación. A pocos pasos esperaba el espacio en donde vaciaban un enorme muro para embaular la quebrada y evitar para siempre las inundaciones que tanto daño habían hecho ese mismo año. El encofrado se veía listo para recibir su carga de cemento y piedras y agua y él lo sabía. Arrastró el cuerpo y lo colocó en su enorme ataúd. Lo acomodó bien para que ningún fragmento delatara su presencia cuando retiraran la madera que hacía de molde. Allí quedó, en su magnífica tumba de progreso. Al día siguiente no fui a la universidad. Me quedé supervisando desde la ventana de mi cuarto el vaciado del concreto y me dormí cuando estuve plenamente seguro de que ya el cuerpo estaba sepultado y envuelto por aquella mortaja de hormigón. Luego retiraron el encofrado y cubrieron el muro con tierra que llevaron en enormes camiones y la tierra con un parque infantil que pronto sería destruido por los chicos malos. Pero mi conciencia no quedó enterrada allí, en el concreto, metro y medio por debajo del nivel de la calle y por eso he venido a poner la denuncia. El detective se quedó mirándolo en silencio. Espere aquí, musitó más que dijo y subió a grandes zancadas por las gastadas escaleras. El estudiante de ingeniería aguardó, oyendo una tras otra las denuncias de robos, agresiones, abusos y violaciones que poco a poco le fueron tornando el lugar en azul. Venga mañana, ciudadano, le dijo secamente el detective. El Inspector estaba muy ocupado y no hay información ni denuncia sobre alguna persona desaparecida con esas características, ciudadano y otros diez o doce o trece o catorce venga mañana, ciudadano, vinge meñene, coadedenu, vongi miñini, cuedidina, vungo moñono, caidodone, vangu muñunu, ceoduduni, vinge meñene, coadedenu, vongi miñini, cuedidina, vungo moñono, caidodone, vangu muñunu, ceoduduni, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano, venga mañana, ciudadano y ni una palabra en los diarios. Nadie extrañaba a un cansino personaje con lentes de culo de botella y ocultos ojos de ingeniero que contrastaban con un cuerpo de intelectual agotado. Nadie. Salvo yo. Lo reclamaba en mis horas de insomnio y frente a las miradas de pavor de mis padres o las de conmiseración del siquiatra o las de las enfermeras que ya para entrar a mi habitación se quitan los anteojos para que no vuelva a hablarles de los culos de botella y de los Ojos. Ojos. Los Ojos. Abiertos. Ciegos. Lus Ujus. Eboirtus. Coigus. Las Ajas. Ibourtas. Cuogas. Les Ejes. Obaurtes. Cauges. Lis Ijis. Ubeartis. Ceais. Los Ojos. Abiertos. Ciegos. Porque yo sé que me miran y sé por qué no pueden dejar de clavarse en mi conciencia, Y sé que me miran siempre, a toda hora, me ven sin parpadear y me castigan. Son los ojos malditos del infierno, de mi infierno, un tártaro sin llamas, habitado por ánimas en pena, como la mía, y por ojos, ojos malditos que, nada más que para hacer más terrible mi espantosa penitencia, no se quitan nunca de aquellos ojos de medianoche prestados a la multitud mientras cabalgaba sobre algún albor vagamente poblado por ruidos mecánicos y cantos de perros realengos y horizontales los pesados lentes de culo de botella que ya no pueden cubrir ni cambiar la luz de los ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos ojos
Sus ojos encerrados, casi ocultos, en los círculos concéntricos de sus complicados lentes de culo de botella que reflejan, azules y verdes, todas las luces y todos los colores. Por más que trata de asir algo de aquel mundo de letras, todo se le desliza como arena húmeda. Son guerrilleros que se ocultan en la selva y se ríen de sus pesares.
No. No entiende. Definitivamente no puede entender las razones que pudo haber tenido el autor del cuento.
No es policial. Ni de denuncia. Es simple. O complicado. O las dos cosas a la vez. ¿Para qué las repeticiones y las palabras de más? ¿Por qué eso de cambiarles las vocales a unas palabras como para que el lector se quede lelo? ¿Qué sentido tiene haber escrito así, cuando se hubiera podido organizar todo de otra forma? ¿Por qué se empeña en autor en destruir la sintaxis, en retorcer la escritura? ¿No será para burlarse de sus ojos de búho agotado?
Muchas, demasiadas cosas se le escapan. Necesita que alguien le dé la pista, como siempre. Pero esta vez le toca abrir camino y no sabe cómo. Y no se atreve a pedir ayuda porque teme una celada.
Una primera lectura y nada. Puede ser narración circular. Hay demasiados detalles que se le escapan, y demasiados elementos borrosos. Todo, todo se le aleja sin que pueda remediarlo. Diría que es una buena pieza. Sobre todo por ser la primera del autor. El primer texto que publica, aunque desde hace años se habla de él como escritor.
Calle Londres (ojos) es el título del texto que ocupa tres páginas de la revista El Fauno de Abril (Maracay, Estado Aragua, Venezuela. Número 3, julio y agosto de 1982, 48 pp.), con una muy buena ilustración. Tampoco demasiado en la nota ubicada en la penúltima página. Hay algunos elementos, claro, pero casi todos le resultan, como el texto, incomprensibles. Sólo puede descubrir que escribió en primera persona que de repente se convierte en tercera o hasta en cuarta. Definitivamente perdido. No le puede ver sentido alguno a esas digresiones ¿futuristas? Futurismo como que es otra cosa. ¿Marinero? ¿Marinata? El poeta le ordenó hacer una nota. Una calamidad. Hay que hacerlo. Pero ¿cómo? Elogiará la prosa, claro, pero eso no es suficiente. Muy poco sabe de lenguaje, si es que sabe algo. Quiere ser crítico y por salir de él lo nombraron crítico literario del diario, con la promesa de publicar una nota cada quince días. Lee y relee y en cada lectura se le hace el cuento más borroso. Hasta que siente como un rayo. Por fin, en esa parrafada panfletaria encuentra algo a qué aferrarse. El autor elimina arbitrariamente los signos de puntuación en algunos pasajes, para acelerar el ritmo de la narración y así imbuir al lector, el cual, en el caso que nos ocupa, bien puede corresponder a la definición de “lector-hembra», en la velocidad pasmosa de las imágenes, del lector. Es algo, pero muy poco. Falta. Falta mucho.
Se quita los lentes de culo de botella. Se seca el sudor. No sabe qué escribir para el diario sin que se note que ni entendió lo que acababa de leer ni mucho menos le gustó. El compromiso es demasiado grande para sus manos y sus ojos. El autor es amigo del poeta y el poeta es delicado cuando se trata de amigos y hasta fastidioso. Y hace calor. Sale a caminar. A pasear su soltería por las calles. A ver los mismos colores y las mismas sombras que debe haber visto el personaje imaginado por el cuentista en aquél, su primer texto publicado.
Apenas alcanza a alzar una mano como queriendo evitar el primer golpe y el segundo y el tercero y el cuarto quinto sexto octavo y luego se deja llevar y se entrega a las patadas y los rodillazos y los cabezazos que como fiera poseída le propinan y no puede tampoco sentir -ya rendido por completo a aquellas luces y sonidos alterados- las garras que lo aferran por el cuello y cortan para siempre la vida inútil del hombre cuyos ojos, grandes y negros, de ingeniero, han abandonado para siempre sus corazas de culo de botella para, de ahora en adelante, no ver absolutamente nada. Ni siquiera aquellos besos finales que la muerte, serena y hasta amistosa, le acaba de dar en plenos ojos. Los ojos abiertos. Los ojos. Ojos. Ojos. Ojos. Ojos. Ojos. Ojos.