Sierra de Órganos:La Cuernavaca carioca desvastadas
Interrumpo la redacción de la segunda parte de mis apuntes sobre Cartagena de Indias motivado por la pena de asistir -a través de la televisión- al desastre natural que tiene lugar en estos días en la región serrana de Río de Janeiro. Mientras redacto estas líneas continuaba lloviendo torrencialmente en esa comarca de reminiscencia alpina tan próxima al más emblemático paraíso turístico sudamericano, Rio de Janeiro.
Teresópolis, Nueva Friburgo y sobre todo Petrópolis se podrían considerar también equivalentes a nuestra Cuernavaca de la eterna primavera; han sido refugio inmemorial para los cariocas que escapan de los calores que exceden los 40 grados a los que puede llegar los termómetros en el litoral. Hablo de un enclave montañoso localizado a vuelo de pájaro del Pan de Azúcar, a tan solo dos horas en auto de las playas de Copacabana.
Petrópolis ha venido siendo recinto oficial de veraneo para los gobernantes brasileños desde los tiempos del emperador don Pedro Segundo, de quien toma su nombre la más célebre de sus ciudades serranas. Don Pedro, al construir el gran palacio que aun permanece en pié, la convirtió en la capital del imperio durante los veranos. Hasta allí se trasladaba la corte, permaneciendo hasta cinco meses seguidos durante 40 años de los 49 que duro su reinado. El cuerpo diplomático acreditado en el país también se asentaba en la ciudad durante su vigencia como capital del estado de Rio de Janeiro, de 1894 a 1903.
En sus anales históricos ha quedado registrado que una de las visitas extranjeras más célebres a la región la habría realizado Maximiliano de Habsburgo, quien estuvo a punto de cambiar su destino -y tal vez el de nuestro país- si hubiera prosperado el flirteo que sostuvo con su prima, la hija del emperador.
En Petrópolis vivió exiliado el célebre escritor austriaco, nacionalizado británico, Stefan Zweig. En un rapto de desesperación, al considerar que el nazismo se adueñaría del mundo, se suicido allí junto a su esposa. También residió en la vieja capital serrana, como cónsul de Chile, la gran poeta y premio Nobel, Gabriela Mistral (de manera coincidente, su único hijo adoptivo se suicidaría también en Petropolis durante un fatídico viernes 13, jornada supersiticiosa en que la gran escritora no se levantaba de la cama).
Carlos Lira, uno de los grandes músicos de la Bossa Nova, me contó que Vinicius de Moraes acepto escuchar, en una grabadora antidiluviana, una serie de composiciones suyas que permanecían en espera de letra. El autor de la Garota de Ipanema, para su estupor, le habría dicho: estas melodías tuyas son un libreto de ópera que se llamará “Pobre muchacha rica” y te las entregaré dentro de dos meses para que les hagas los arreglos correspondientes. Carlinhos se emocionó con el entusiasmo del portentoso poeta y diplomático –el blanco más negro del Brasil- y cumplido el plazo fue llamado por Vinicius a su casa de campo de Petropólis, hasta donde se había trasladado con una guitarra y dos cajas de whiskie para concentrarse en la escritura de lo que acabó siendo una de las más hermosas colecciones de piezas musicales La serie luego daría paso a la redacción de una pieza de teatro y al argumento de una película protagonizada por Djavan.
La poética Sierra de la Estrella, el esplendoroso escenario a donde muchas parejas de enamorados se escapan desde Río para ir a cenar fondues y beber vino tinto en rústicas pensiones que rememoran los chalet suizos, ha estado a punto de ser barrido del mapa por un fenómeno atmosférico que solo puede ser producto del cambio climático. Y lo peor de todo no son solo las ingentes pérdidas materiales. Lamentablemente, la trágica cuenta no se detiene: a casi diez días de los monumentales corrimientos de tierras, ya se contabilizan más de 700 muertes, 200 desaparecidos y 22000 desabrigados.
«Si el paraíso existe en algún lado del planeta, ¡no podría estar muy lejos de aquí!» Stefan Zweig.
Desde hace casi una semana sigo atentamente por satélite los noticieros de “O Globo”. Son buenos ejemplos de profesionalismo y despliegue de medios responsables en el periodismo de nuestro continente. Es admirable y debería despertar entre nosotros verdadera envidia, el tono digno y respetuoso con se enfocan hechos tan dilacerantes; lo digo, comparándolo con un lamentable estilo de periodismo que suele “amenizar” con música de fondo, entre violines lastimeros, y vocecitas dramáticas y entrecortadas, las catástrofes que ocurren también en estas latitudes.
La cuestión no pasaría de un lamentable enfoque de mal gusto por parte de los productores de varios de nuestros noticieros, pero es grave y lamentable porque representa una indebida explotación de los sentimientos; incrementa raitings sacando partido de las desgracias ajenas y establece una distancia infranqueable con la verdadera, dura realidad.