Juanita palabra y silencio
He de partir con palabras del Maestro Prieto, que acá, acostado en tu hamaca, señaló a su hija mayor, solía repetir como para que lo oyéramos pero que también lo oyeran los cielos. El maestro era muy especial, decían que era ateo, yo digo que no, que amaba a Dios porque amaba a los hombres y luchaba para que fuesen libres y amaba la palabra y la verdad que a ella ponía. El era un ser especial, inspiraba fe, brindaba amor. Y aquí llegaba, cuando en sus luchas recorría nuestros suelos y se hospedaba en casa, la casa del alma, donde habitaron mis padres, sus abuelos, en nuestra casa de memorias y reclama comidas marineras, pero con la sazón nuestra, que siempre como el primer banquete degusta. Hablaba de todo, con todos, cosas buenas y de cuanto bueno tendríamos que hacer para superar los males que tanto pesaban ya en la era. Injusticias, carencias en la educación, falta de planes, y, mas pero sobre todo, de la honestidad que se empezaba a ir y, decía el maestro, cuando se va la honestidad no quiere regresar, tenemos buscarla para traerla. Pues, sí, quiero repetir sus sentencias, sus versos, quien sabe que era, solo que sus palabras eran y el con ellas, apenas recuerdo que reclamaba para sí, partir como los marineros, llenos de amor ligeros de equipaje.
Así me voy, llena del amor de ustedes, el peso de mi equipaje todo lo dejo a ustedes en el amor que aquí les dejo y en cada uno, en cada una queda. Como saben, nacida de estas tierras soy y me criaron las palabras y cantos de mi padre, su sabiduría, la prudencia y la ternura de mi madre, sus abuelos. De papá escuché los cuentos más virtuosos de sirenas que con él dialogaban sobre cosas del mar y de la tierra. Bellas en amar, solo que a ellas, según papá, las hacía más felices la mar para vivir en ellas de tan libre manera que nada de esto ni aquello se supiera, toda la libertad jugaba en ellas y jugaban con ellas cubiertas por la inmensidad y belleza de sus aguas sin fin y sin comienzos. La tierra era otra cosa, muy pequeña y solemos sus habitantes incurrir en desvelos por lo que pasa en ellas. Así escuchamos tantas veces a papá, que ustedes también se solazaron con ellas cuando tras la estrella polar iniciaba su viaje, largo y sostenido, el les cantaba y contaba para que soñando se durmieran.
En la memoria ha de quedar Beni, no se si lo recuerdan, sobre sus lomos aprendieron a nadar ustedes y con él se iban a buscar en las aguas del golfo las estrellas que de vuelta traían en cada mano para dar el color a las flores, y alimentar con ellas las canciones del arcoíris que luego el abuelo, tal entienden mas fácil, mi papá, salía a pasear altivo unido mas que cabalgando a Beni, paso elegante como de un ballet que no se agota y vibra, y sobre él, el arcoíris tejido con estrellas. Así se movía mi vida, pero tanta belleza reclama la dar pasos mas afuera, para que de otros también fuera. Me refugié en la palabra que me sirvió por siempre, como aprendí de Prieto, no de arma para vociferar, herir, odiar ni de herramienta para el engaño, solo medio para alcanzar, con la razón, la verdad, por el recto camino transitando. Por cada centímetro de reclamos de la gente, que por justicia claman, escuché y atendí con atención del alma a cada quien y por ellos, con ellos y a veces sola, fui quitando el abrojo del camino y pudimos sobre riesgos que nunca pocos fueron, alcanzar beneficios que permitieran que la dignidad y en bienestar juntos estuvieran en cada quien sin importar quien era. No me anima la vanidad ni menos la soberbia al contar esta historia, sino porque es bueno y es sano y es bello, como quien dice a cada hijo, nieto y los que vendrán luego, y a cada amigo y a cada familiar y al ser anónimo también para su bien, dejar el inventario de cuanto por amor al otro hicimos, tal como si de alguna manera cumpliésemos con las leyes de Dios. Segura estoy y quiero que lo guarden sin dudas ni temores, esta ley, que Dios nos hizo buenos, a todos hizo buenos, corresponde a nosotros cumplir o violar sus mandatos, que él dispuso para que por nuestra cuenta justos fuéramos, y nos concedió la libertad de ser honestos, buenos, rectos, pero también se puede escoger lo perverso. Como decía Prieto en broma y verso, Mandinga ayuda tanto para que se haga esto. Pero un desgarrador zarpazo llegó a mi existencia con el viaje en catástrofe de Alonso, cuya grandeza humana quedó grabada en cada hijo que con amor hicimos, tal vez su dignidad lo invitó al viaje y la siguió inmenso y muy altivo. Lo recuerdo sin tristezas ni nostalgias porque su grandeza es, anida y vive en cada quien que de él fuera su hijo.
Dios dispuso que siguiese mi vida y siguiese su voluntad y entonces me refugié en el silencio. No había miedo ni cobardía en ello, solo la prudencia que la razón y el tiempo se encargan de traernos. Fue así como volví a amar con la pureza de siempre y como Dios dispone. La alegría volvió a pasear por las praderas y en los caminos volví a encontrar la primavera. Un nuevo hijo vino y ahora son uno, todos en mi identidad, tal es en cada hijo todos los hijos y en todos los hijos, el hijo. Ahora el viaje se apresura, también debo hacer correr a la palabra. Se que Dios ha dispuesto que al ir hacia El nos obliga a ir limpios y en el mas allá solo el amor a él garantiza la vida, solo él es amor y a él daremos la integridad y la totalidad de lo que por su virtud somos nosotros. Allá estarán con él los seres que amamos si justos fueron y se van primero o después lleguen, mas ya no serán nuestros, serán seres únicos en el amor a Dios para de ese modo ser perfectos. En el mundo de Dios no cabe el mundo humano por bueno y bello que pudiera haber sido.
Debiera decir a cada hijo cuanto como mamá aun quiero que hagan. Algún regaño podría inventar para evitar que el dios del vino no los haga posesos de sus vuelos. Pero no, lejos de eso, porque cada quien de todos ustedes bien lo ha hecho. Los más severos jamás encontraron en mí ningún defecto, algún reproche natural fue bueno y los menos austeros se sonrieron del reproche ajeno. Pero todos conmigo celebramos amarnos como Dios ha dispuesto. Perdón he de pedir, pero una notas mas quiero agregar al testamento, no se exactamente por qué, tampoco se pregunten, pero a ti, mi mayor hija, Merly, quiero pedirte que serena dispongas de tus manos para que en el viaje me vea siempre bella, sin vanidad mas sin falsa modestia y pedirte algo mas, mayor y mas inmenso, que erguida sobre todas las penas conserves la sabiduría y el amor de tu palabra para el consejo a todos que en mi viaje te dejo y a todos quienes de ti brotaron como un sueño. Sea Dios con todos.
Cerró los ojos y se quedó dormida, lucia bella, tranquila de lejos un violín tocado con el alma en las manos del nieto le abría las puertas de los cielos.