Constelación del cambio
Queda todavía mucho petróleo para volcarlo, como siempre, en gasto clientelar a la calle y es posible que hasta el 11 de junio continuemos en la incertidumbre sobre la capacidad real del Presidente para asumir otra contienda electoral, pero nada de lo sucedido hasta ahora puede, ni podrá, explicar y entrever la constelación del cambio.
Tenemos mucho tiempo, sí, atrapados en nuestros complejos históricos, pero el cambio es, precisamente, el desvío y la ruptura del hilo de la historia, las intervenciones espontáneas, repentinas, la aparición de algo que desconocíamos, de una nueva cualidad que sin saberlo nos atrapa. A pesar de su naturaleza sorpresiva, el cambio se invoca y se propicia.
Hugo Chávez es la perpetuación de un espíritu que ha estado presente a lo largo de toda nuestra historia, es José Tomás Boves, Pedro Carujo y José Tadeo Monagas, es Pedro Pérez Delgado, Cipriano Castro y Carlos Andrés Pérez. Henrique Capriles desconcierta porque no es ninguno de ellos, es un espacio de confluencia que convoca a otros espíritus que hasta ahora habían estado ausentes.
La espiral del silencio da cuenta de principios y valores que se mantienen latentes en el inconsciente de los individuos y que repentinamente surgen para traer cambios sorpresivos en la psicología colectiva. Toma cuerpo en figuras que no se avienen a lo esperado. La ruptura del silencio responde a periodicidades y saturaciones. Marca el fin de períodos de embelesamiento y letargo colectivo. Ocurre, por lo general, después de largos años de destrucción. Si algo ha caracterizado a la Revolución Bolivariana es su capacidad destructiva, el daño y deterioro institucional y hasta físico que notamos en el entorno geográfico.
A pesar de que los países no se acaban, ya no hay suficiente sangre para saciar la sed devoradora del Estado. La destrucción llama en silencio a la creación. Más allá de las voces estridentes, se está constelizando el renacer de otra consciencia colectiva en Venezuela.