Opinión Nacional

El Estado: Ese gran desafío

Hay demasiadas razones para no ver en este apocalíptico jolgorio de fin de mundo llamado Socialismo del Siglo XXI ni el más mínimo atisbo de socialismo. Ni del utópico ni del científico. Ni una sola gota de marxismo leninismo. Ni nada que pueda relacionar este abracadabra de despilfarro, juerga, analfabetismo, autocracia, militarismo, corrupción, capricho y velorio, con el ascético proyecto que echaran a andar Carlos Marx y Federico Engels a mediados del siglo XIX y llevaran a la práctica en el siglo XX varios países del Tercer Mundo, incluidos Rusia y China. Y al que bien se puede adosar incluso el caudillismo bananero castrista, que de la mano del Ché Guevara quiso estatizar la economía en el más centralista, riguroso y estalinista sentido del término. Con consecuencias catastróficas, como era de esperar.

El marxismo leninismo partía de un presupuesto de alta filosofía: la realización objetiva del espíritu universal en el Estado burgués – Hegel – y la del cumplimiento mesiánico y milenarista en su apropiación por el proletariado(Marx). O, en su defecto, por el Partido que asumiera su representación (Lenin). Visto que en Rusia y en China el proletariado industrial era una minoría ínfima en medio de sociedades feudales o semifeudales, la tarea quedó encomendada a los autócratas bolcheviques en la mejor tradición de Iván el Terrible. La hicieron realidad al precio de millones y millones de cadáveres. Y un fracaso espeluznante. De la que ni China se salvó, que debió maridarse con el capitalismo más salvaje antes de reventar en mil pedazos.

Cuando Hegel escribía La Fenomenología del Espíritu, en la que describiera con minuciosidad germánica al Estado como objetivación mediatizada de la historia universal, en Venezuela gobernada Emparan. Y el Estado era una quisicosa gelatinosa envuelta en un débil aparato de administración colonial. Según nos cuenta Fernando Coronil en su estupendo libro EL ESTADO MÁGICO, – vale decir: el petrolero -, no se puede hablar en rigor de Estado en Venezuela hasta que se lo sacara de la manga el tirano Juan Vicente Gómez, auxiliado por la erupción petrolera en el Pozo La Rosa, en Cabimas. Y tiene fecha de nacimiento: el 22 de diciembre de 1922.

Y aún así: quienquiera que lea La Fenomenología del Espíritu llegará a la inevitable conclusión de que un Estado como el que describe Hegel, o el que anatemizan Marx y Engels calificándolo de boa constrictor, incluso el que asalta Lenin para llevarlo al paroxismo totalitario con la intención milenarista de evaporarlo, jamás alcanzó a existir en la Venezuela pre y post saudita. Lo que bien merece nos copiemos de la fórmula orteguiana para describirlo en su relación con nuestra informe sociedad: eso que ha fungido de Estado ha sido la coronación de una Venezuela Invertebrada. Como bien lo intuyera Uslar Pietri citando a Myrdall.

Sólo un Estado de pacotilla, una aglomeración tribal de intereses dispersos, habituados a resolver las apetencias grupales asaltando el botín petrolero por la mera calle del medio, puede haber hecho posible el régimen de iniquidades que estamos viviendo. Pues en Venezuela no existe propiamente ni un Estado –con mayúsculas – ni consiguientemente una “concentración de Poderes” de tomo y lomo, como el hitleriano o el soviético. Lo que existe es la fagocitosis de todos los invertebrados y débiles organismos de control político, financiero y administrativo por parte de una suerte de pater familias, de un patriarca, de un caudillo que sedujo a las mayorías con la cumplida promesa de romper la botija petrolera y tirar una de las más fastuosas fortunas de que se tenga memoria en la historia de América Latina a la voracidad de propios y extraños en una suerte de delirante piñata colectiva. 14 años de irresponsable repartija y saqueo de recursos.

¿Estado éste del chavismo? ¿Fuerzas Armadas las venezolanas que gritan Patria, Socialismo o Muerte? ¿Justicia la circense de Luisa Estela Morales que escancia en la sala plenaria de su Tribunal Supremo “uh, Ah, Chávez no se va”? ¿Parlamento el de Diosdado Cabello, en el que el 48% detenta el 65% de los curules y obedece arrodillado las órdenes de su superior jerárquico? ¿Poder moral el que administran las señoras del presidente que prohíjan todas sus obscenas inmoralidades? ¿Fiscalía la de Luisa Ortega Díaz y todos sus antecesores, que investigan por el fulgor de los ojos de los indiciados? ¿Contraloría la del sueño eterno de quien falleció en vida antes de estirar la pata?

Permítanme que exprese la mayor de mis dudas. Esta quisicosa que comanda Hugo Chávez es un tragicómico remedo de Estado. Si lo fuera no hubiera resistido un día más de esos dos años de descalabro saldados con la Rebelión Popular del 11 de abril de 2002 y Chávez estaría, en el más afortunado de los casos, preso o viviendo en Varadero. De entonces a esta parte, lo poco que entonces mantenía las formas de un Estado moderno – construido por los firmantes del Pacto de Punto Fijo a partir de los frágiles elementos articulados desde la dictadura de Gómez en adelante – se diluyó en las aguas del deslave. Lo que quedó fue un conglomerado de brutales intereses inmediatistas que actúan a la orden del saqueo y el sálvese quien pueda de quien monopoliza los cañones. La propia barbarie. Una fantasmagoría que flota por sobre nuestras miserias mientras la sociedad civil y los trabajadores petroleros hacen lo que pueden por darnos ingresos que nos permitan presumir de cierto estatus de Nación. Si sobreviniera el Apocalipsis agotando el chorro petrolero, esa fantasmagoría se desinflaría como por arte de encantamiento. Estaríamos a un paso de Haití.

Me atrevo a señalarlo, porque asumir este desastre y construir un Estado moderno, como Dios manda, será la primera obligación histórica de quienes asuman la dirección de los asuntos públicos cuando esta quisicosa termine por esfumarse. Ojalá luego del 7 de octubre, si es que la mafia dominante acepta dejar todos los resortes de dominio que ha usurpado y utiliza exclusivamente para su enriquecimiento y provecho personal. Reconstruir el dañado y expoliado tejido social, sometido a la violencia y a la brutalidad del anarquismo caudillesco. E iniciar la tarea de construir un verdadero Estado nacional. Sin magia ni parásitos, sin conculcadores ni corruptos de oficio. Sin tortas de reparto y vendedores de ilusiones. Sin choferes de ómnibus a cargo de nuestras relaciones internacionales ni tirapiedras o capitanes voraces a cargo de la seguridad interna. Un Estado como los que presiden las grandes naciones de la región. Como el que con el auxilio de Andrés Bello construyeran los chilenos en el Siglo XIX. Nadie puede esperar que sea la obra de una generación. Pero es imperativo hacernos a esa gran tarea fundacional. Casi que con dos siglos de atraso. Es la gran tarea a emprender en el tiempo que resta.

¿Seremos capaces? Es la gran interrogante. Comenzar por plantearse el desafío es el primer paso por la buena senda. Dios quiera que el camino elegido sea el correcto.

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