¿Revolución rojita sin escuelas?
La propaganda oficialista respecto a la relevancia que la revolución da al sistema educativo no pasa de ser otro fraude de este gobierno ineficaz y charlatán. La alharaca montada con las gritadas Escuelas Bolivarianas, lejos de incorporar a más niños al sistema escolar para proveerlos de educación integral, ha generado una aterradora estampida de impúberes hacia las calles. Extracto del informe sobre el escenario del sistema escolar publicado por La Memoria Educativa Venezolana, en el cual se analizan las cifras oficiales sobre la primera etapa de escolaridad, resalta cómo 1.835.760 (35,5%) niños entre 0 a 8 años están fuera del sistema escolar.
Como si fuera poco, 117.117 planteles públicos no poseen directores ni suficientes docentes titulares. De 350.000 maestros a nivel nacional, 142.405 son interinos ya que los concursos de ingresos y ascensos se suspendieron en el año 2000. ¿Eso a quién le preocupa? A todo el mundo menos a los descomedidos del régimen que no tienen mesura en utilizar la figura del maestro interino como instrumento de chantaje para manipular los nombramientos a favor de fanáticos oficialistas. El talento docente es lo menos.
¿Ello qué significa? Nada menos que la bancarrota de nuestro régimen escolar y la proliferación de la ociosidad perniciosa. El régimen no tiene la más ligera noción, tampoco le importa, las tareas que a nivel mundial se le está adjudicando al sistema educativo. El nuestro, por contrario, por razones obvias, se malogra y por ende pierde la excelsitud de concretar las mínimas normas de rendimiento. La mayoría está al tanto de la ineficiencia de nuestro sistema educativo, de la merma de horas de clases efectivas y pésima calidad de los programas bolivarianos. En el fondo impera una Indolencia que sugiere la tácita institucionalización, velada e indefinida, de una huelga educativa a nivel nacional; no decretada pero funcional.
No hay duda que la manipulación, por demás cruel, de los actuales programas, bajo la conducción del gobierno autocalificado como revolucionario, es la adaptación a conductas que se corresponden con el denuedo autoritario del comandante. A nuestros jóvenes les invade el pavor porque intuyen que la escuela, tal como se está conformando, no les brinda suficiente preparación para enfrentar los conflictos de hoy y los que adivinan para mañana. Basta observar el esmero de los textos bolivarianospor halagar la figura del jefe mientras omite la ilustración formativa.
El Gobierno, como fue estructurado, bajo la égida de un autócrata, está impedido de entender los cambios sociales que están ocurriendo en el mundo. El sistema escolar, luego de 14 años de revolución, al igual que otras instituciones, está fatalmente manipulado y alejado de la tecnología indispensable para alcanzar el progreso. Brasil aprendió la lección y gracias a ello ha podido sacar de la pobreza a más de 30 millones de personas.
Lastimosamente es muy poco lo que la escuela de hoy puede aportar para garantizar nuestra sobrevivencia tecnológica. Ella misma se percibe deficitaria respecto a los avances a nivel mundial. Entretanto el régimen insiste en reforzar prejuicios que nos arrastran al retraso cultural y entrar en conflicto con el submundo. En otras palabras, la escuela inmersa en un continuo proceso de adaptación defectuosa.
La buena escuela es clave para cubrir las insuficiencias de la política social en su conjunto. Al mismo tiempo, una política social sin una estrategia educativa integrada es impensable. La ficción montada por el régimen respecto a la suficiencia de haber transformado la escuela para masificarla, omitiendo la calidad, lleva a nuestros muchachos a mantener expectativas erróneas respecto a su futuro. Basta observar la impericia de los llamados médicos integrales, graduados a granel, para corroborarlo.
Henrique Capriles deberá desde ya convocar a los entendidos en la materia si queremos salir en este círculo vicioso que nos lleva al peor retraso formativo de nuestra historia.