El camino sigue
Se trata de un fenómeno “sui generis”, un neoautoritarismo electoral, caudillista y militarista, que combina prácticas claramente autoritarias con la aceptación retórica y relativa de los valores y reglas de la democracia, el mantenimiento formal y, en buena parte aparente, de las instituciones del Estado de derecho y un relativo respeto por ciertas y limitadas libertades civiles y políticas.
Las leyes, las regulaciones y los procedimientos son los instrumentos más efectivos para estrangular a la oposición. A manera de ejemplo, bastaría recordar que a las gobernaciones y alcaldías opositoras no se les pasa los recursos que constitucionalmente se le deben y que “curiosamente” la Fiscalía persigue, por alguna supuesta irregularidad, sólo a alcaldes y gobernadores opositores o disidentes.
Este peculiar sistema ha sido estudiado por especialistas de la ciencia política, desde la clásica “Democracia Totalitaria” de Talmon hasta los trabajos de Fareed Zakaria y Marina Ottaway sobre la “Democracia Illiberal” y el Semiautoritarismo” y el más reciente: Dictator’s Learning Curve del periodista William Dobson.
A todo esto hay que agregarle que Venezuela es un petroestado que ha disfrutado en los últimos lustros de los más ingentes y sostenidos recursos fiscales de su historia. Estos recursos no sólo han sido utilizados para políticas distributivas clientelares y discriminatorias, económicamente ineficientes y no sostenibles a largo plazo, pero muy eficaces políticamente, entre los estratos menos favorecidos.
En los países de América Latina que han introducido la reelección presidencial, como Brasil y Colombia, se aprobaron leyes que regulan la participación del presidente-candidato para evitar o reducir sus obvias ventajas. En Venezuela, no sólo no hay ninguna regulación especial sino el chavismo utilizó todos los recursos del Estado sin límite, control o escrúpulo alguno para la campaña electoral.
Además los empleados públicos y todos aquellos que dependen directa o indirectamente del Estado fueron amenazados e intimidados, haciéndole creer que, por la presencia de las capta huellas en el voto electrónico, el sufragio ya no era secreto. No hay fraude electrónico, hay un descomunal abuso de poder. Si hubiese podido evitarlo Chávez nunca hubiese concedido las gobernaciones de los estados más importantes del país, como Zulia y Miranda.
Así las cosas, Venezuela se parece estructuralmente a la Rusia de Putin, otro neoautoritarismo electoral cum petroestado. Es interesante recordar que la fenecida URSS tuvo su momento de máxima expansión geopolítica en los años ‘70 del siglo pasado, durante la “bonanza” petrolera y entró en crisis terminal en los’80, años de bajos precios del petróleo. Sin embargo, mientras Putin sigue “ganando” elecciones con más del 70% de los votos.
Chávez ha bajado su votación del 63% del 2006 al 54% y la alternativa democrática ha subido del 37% al 45%, un crecimiento del 53%. Esto se debe a muchos factores, uno de ellos es que mientras Rusia no ha tenido nunca una experiencia democrática Venezuela la tuvo durante los 40 años de la República Civil (1958-98). Enfrentar a este tipo de régimen neoautoritario no es fácil, pero ciertamente es indispensable la unidad de la alternativa democrática, sin unidad sólo hay suicidio político y exilio. También los tiempos de la lucha tienden a ser largos, salvo “circunstancias” imprevisibles.
El PAN en México insistió por décadas en la ruta electoral, frente a un fraude evidente y descarado, pero mantuvo al partido movilizado y organizado, hasta que primero tuvieron que concederle unas gobernaciones y alcaldías y finalmente llegó a la presidencia. La incapacidad, ineficiencia, despilfarro y corrupción del régimen son tan grandes que hacen prever tiempos más cortos. Hay que defender los espacios conquistados. Capriles, con unos pocos meses de campaña electoral, con recursos limitados y frente al “monstruo” cum petroestado, logró lo que logró. La lucha sigue y hay un camino en Venezuela.
@sadiocaracas