Unas horas con Micaela Cruz, bruja de los Valles del Tuy
Irrumpo en el rancho o casa de doña Santa a eso de las 10 de la mañana del jueves. No hay nadie en la sala, pero como espera mi visita, oigo su voz llamándome desde un cuarto: “Entre, hijo”. Traspaso la cortina de plástico que hace de puerta y la encuentro frente a un altar, arrodillada, rezando, persignándose, alzando y bajando la cabeza, mientras repasa con los dedos las cuentas de un largo collar de semillas negras que usa como rosario. En el altar, la Reina María Lyonza, el Negro Felipe, José Gregorio Hernández, El Libertador, el Catire Páez, el ánima de Juan Salazar, las Siete Potencias e imágenes cuyos trazos no acierto a explicarme ni a identificar.
Hay también cualquier cantidad de objetos: velas prendidas, inciensarios humeantes, estatuillas de metal, madera o trapo, muñecas a lo Reverón, pencas de sábila, un unicornio no precisamente azul y una jaula con un pajarillo color rojo encendido que sigue silencioso, y sin moverse, los ritos de doña Santa.
Se voltea, y antes de decirme una palabra, me santigua, ensalma o despoja y luego me toma de la mano y dice: “Venga, hijo, qué bueno que llegó, vamos a la sala que tenemos mucho que conversar”.
Es una presencia morena, robusta, de sesenta largos y bien tallados años, pelo abundante, canoso y encrespado, con arrugas que no le afean sino profundizan el rostro, que reí o llora con igual intensidad, con un pie en el barrio Cartanal de Santa Teresa del Tuy, y otro en los talleres donde piensa que el Señor moldea los destinos del mundo y ese don de decir lo que piensa que la tiene fuera del starship nacional de la brujería, la videncia y el espiritismo.
-Llegó tarde hijo- comienza mientras me acerca la especialidad de la casa: un café negro hirviendo endulzado con papelón y servido en una jícara donde antes estuvo la pulpa de un coco seco-Lo esperé a las siete, como quedamos, para desayunar con arepitas y café con leche.
-Doña Santa –comienzo- salí a las 5 de la mañana de mi casa, pero en la Valle-Coche me detuvo una tranca de taxistas que protestaban por la inseguridad, después, antes de llegar al distribuidor de Charallave, había una protesta de refugiados porque no les habían entregados sus casas, y al final, ya llegando a Santa Teresa, me agarró un tiroteo entre dos pandillas que se peleaban, al parecer, un botín.
-Eso lo vi en la madrugada en un trance -dice- y cuando no lo sentí llegar, me angustié mucho y fui a rezar para que me lo trajeran con vida.
-¿A quién le rezó doña Santa? Quiero saber a quien, o quienes, debo la vida
-A las ánimas del purgatorio, y primero que ningunas, a las de mis dos únicos hijos, asesinados en la flor de la vida, el primero, Yorman de Jesús, en un atraco a dos esquinas de aquí, y el segundo, Johny Rafael, en un tiroteo también en el barrio, usted sabe, una bala perdida, y todo en menos de un año. Pero también perdí a mi hija, Yuzveli, que del horror agarró sus cachachás y se fue con su marido y mis tres nietos (mis ojos) a vivir a Colombia.
Toma una manga del camisón o saya de tela rústica que la cubre de los hombros hasta unos pies que dejan asomar unas cotizas de cocuiza y se seca un hilillo de lágrimas que pronto va rodando a torrentes. El silencio es perfecto. El calor también y el vuelo de un insecto que planea sin decidirse a aterrizar sobre la cabellera de doña Santa.
-Dígame hijo periodista- irrumpe entre sollozos- ¿qué pasó el domingo 7 en la noche con nuestros 7 millones y medio de votos? ¿Por qué desaparecieron, en menos de dos horas, como si se los hubiera tragado la tierra? ¿Se evaporaron o se los dieron al otro candidato?.
-Usted sabe lo que pasó doña Santa: no pudimos con tantos electrodomésticos, casas, plata, becas y ayudas que se cambian por votos.
-¿Electrodomésticos, casas, platas, becas, ayudas? Pues será en otros barrios o pueblos porque aquí no le dieron nada a nadie. Aquí seguimos tan o más pobres que antes. Lo que si hay es plomo del bueno: y muertos y heridos, y secuestrados y desaparecidos.
-Entonces ¿por qué votaron por Chávez… por amor?
Se queda perpleja, pero no sorprendida, en el silencio de quien ordena una respuesta ya urdida para una pregunta esperada, agacha la cabeza, se pasa una mano por la oreja y se arrellana en la silla de aluminio y plástico que se esfuerza en sostenerla:
-Una buena pregunta -comienza- Si, señor. ¿Por qué votan por Chávez si lo que les da es hambre, ranchos, males servicios, inseguridad? ¿Se tratará de una brujería, quizá? Imagínese: 8 millones y medio de personas embrujadas ¿Miedo, quizá? Pero eso es peor, porque es admitir que somos un pueblo de cobardes, de cobardes y antivenezolanos. ¿Y el fraude, que también es sospecha de cobardía, porque se le hace fraude al que se lo deja hacer? Y así corren las preguntas y las respuestas, periodista, algunas arbitrarias, otras improvisadas, otras aéreas y ninguna cerca de la verdad?
-Entonces ¿cuál es la verdad?
-La verdad -dice- es que esta guerra se realiza en dos planos: el celestial y el terrenal, el astral y el físico, el espiritual y el material: allá arriba se enfrentan el ejército de la Luz contra el de las Tinieblas, el del Bien contra el del Mal, el del Arcángel Miguel contra el de Satanás, el de Jesús contra el de la Bestia 666…Y los ejércitos, partidos o poderes de aquí no son sino réplicas, o copias de los de allá. Ninguno de los dos ejércitos por si solo está en capacidad de vencer y solo los que unan los ejércitos celestiales originales con sus terrenales replicantes, se alzarán con el triunfo.
-¿Cree usted doña Santa qué Chávez y los chavistas si están uniendo los dos ejércitos, coordinando el del más allá, con el del más acá?.
-Si no lo están haciendo, lo están intentando y les está dando resultados. Venga usted de noche, en la medianoche o la madrugada, por este u otro barrio de Miranda, Caracas, Aragua, Vargas, para que vea como se desplazan las huestes de santeros, paleros o macumberos haciendo ceremonias, ritos, invocaciones y registrando cementerios, altares y lugares diablificados para llamar a sus espíritus, fuerzas y lanzarlos contra la oposición.
¿Entonces?
-Eso fue lo que pasó el 7 de octubre: los espíritus del mal actuaron, no para hacer el fraude, sino para hechizar a la oposición para que se lo dejara hacer: ¿Usted vio a ese muchacho Capriles aceptando los resultados? Perdóneme, pero es no era Capriles, a ese muchacho le hicieron “algo”. ¿Y el doctor Aveledo, y el doctor Barboza, y Julio Borges, y Leopoldo López, y Henry Ramos (tan combativo él), y de repente actuando tan mansamente que no parecían ni sus sombras, sino malas copias de si mismos
-Todos, todos hechizados, según usted.
-Tomados, invadidos, inundados por el enemigo malo que los puso a hacer lo que menos hubieran querido hacer en sus vidas: reconocer el triunfo del dictador Chávez.
-Entonces, según usted…¿Si hubo fraude?
-Bueno, pudo o no pudo haber: pero eso no es lo relevante: la clave está en el maleficio que se hizo para que la oposición se lo dejara hacer.
-Entonces ¿qué hacemos doña Santa?
-Lo primero, que me traiga para acá ese muchacho Capriles y esa gente de la MUD y del Comando Venezuela para ensalmarlos y despojarlos de tan maléfica pava. Después prepararlos con una contra. Y por último, buscarles los médium que los conecten con los guerreros originales, con los de la Luz, los del Bien, los de Jesús, porque acuérdese: ellos no son sino replicantes.
Estoy agotado, escaldado, hackeado, debo estar pálido y con síntomas de asfixia porque doña Santa me dice preocupada:
-¿Le pasa algo mi hijo periodista? ¿Le duele la cabeza? ¿Quiere una pastillita, un bebedizo, un conjuro?
-No doña Santa -intento levantarme- quiero irme. Ya es demasiado. Es la una y tengo una cita en Caracas. Anoto todo y trataré de cumplir lo que me pide.
-Váyase y vuelva, hijo. Y tráigame pacá esa gente para ponerlos finos. Dígales que van a ser recibidos por la “Hermandad de la Luz” en pleno. Unos 600 brujos que trabajan en los dos planos y cuyo capitán es el Arcángel Miguel. Me quedaron muchas cosas que decirle. No le brindo almuerzo porque desde que se fue mi hija no volví a cocinar. Vivo del puro café. Y si me da hambre, voy a la bodega y como empanaditas, arepas, cachapas. Pero avíseme con tiempo cuando regrese para prepararle algo.
Cuando prendo el cacharro y me despide desde la puerta le grito:
-Doña Santa ¿votará el 16 de diciembre?
-Claro, hijo, siempre que hay que votar.
-¿Aunque le hagan fraude?
-Aunque me hagan fraude… hay que poner a esos carajos chavistas a trabajar…aunque sea haciendo fraude.
Y los dos, al unísono, soltamos la única carcajada de la conversación.