Reverencia

Ha sido una experiencia hermosa profundizar en el significado del Temor del Señor según el fundamento bíblico. A medida que hemos ahondado hemos considerado tres pilares que sostienen este concepto, a saber la reverencia, la rendición y la sumisión. En el sentido práctico de la vida de comunión con Dios, cada uno de estos pilares se convierte en una práctica espiritual, la cual más que manifestarse en un acto en sí mismo, comienza con una disposición o actitud del ser.
Hoy queremos conocer los tesoros que se encuentren en el significado de reverencia; queremos fluir como la corriente de un río en las diferentes expresiones de los autores de las Sagradas Escrituras sobre este concepto fundamental en la comprensión del Temor del Señor. La palabra original en el Hebreo es Yir’ah (יִרְאָה) – la cual se traduce como “miedo o temor”, pero implica asombro, admiración reverente y respeto profundo. Es la palabra que se usó para describir la reacción de Moisés cuando Dios le habló en el monte de Horeb, en medio de una zarza ardiente: “Y también dijo: «Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo Yir’ah (temor) de mirar a Dios”. Éxodo 3:6. También es la palabra usada en Proverbios 9:10 “El Yir’ah (temor) del Señor es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”.
En griego la palabra Phobos (φόβος) – en algunos contextos significa miedo, pero en relación con Dios implica respeto reverencial. Esta fue la palabra que usó el autor de la epístola a los Hebreos (12:28) al escribir: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor”. Fue también, la reverencia expresada por Pedro cuando Jesús, el Maestro, les dio aquel regalo conocido como La pesca milagrosa. Cuando Simón Pedro vio que las redes se rompían de tantos peces que contenían, se arrodilló y le dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él”. Lucas 5:8-9.
Así pues, la reverencia en estos pasajes nos muestra una actitud que implica ese enorme sentimiento de sentirnos tan pequeños, pero al mismo tiempo tan plenos en Su presencia. Es la manifestación de humildad del corazón que descubre en la majestad de Dios su insignificancia por méritos humanos; pero, al mismo tiempo, su redención por el Todopoderoso. Un ejemplo de esta reverencia lo encontramos en el profeta Isaías, en aquella reveladora visión donde vio al Señor Dios: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo”… Entonces dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos”. Isaías 6:1,5.
Quienes han experimentado la presencia de Dios en su vida saben que ese temor reverencial está íntimamente ligado a la adoración. Como un día expresó San Agustín: “Nada es más digno de la reverencia de nuestra alma que Dios mismo. Por eso, la adoración es la respuesta natural de un corazón que conoce Su grandeza”. Es eso lo que le sucede a nuestra alma cuando tiene encuentros con la grandeza de Dios en la naturaleza: Es la adoración que produce un cielo lleno de destellos de luces anaranjadas en un atardecer en la playa; la admiración cuando contemplamos el rostro de un bebé; cuando nos quedamos en silencio ante la imponente montaña; cuando encontramos el amor en una mirada profunda que nos deja sin palabras. Entonces, nuestro ser entero se llena de gratitud hacia Dios y nuestra alma desea adorarle. Como lo expresa el Salmo 95:6 “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante del Señor nuestro Hacedor”.
Jonathan Edwards (1703-1758) fue un teólogo y filósofo estadounidense, graduado en Yale a los 17 años, quien llegó a ser presidente del College of New Jersey, hoy la Universidad de Princeton, una vez dijo: “La verdadera adoración surge cuando el corazón está lleno de un santo temor y asombro por la majestad de Dios.” Por su parte, el escritor A.W. Tozer quien dejó un legado de más de 40 libros sobre la vida cristiana, entre ellos La búsqueda de Dios y el conocimiento del Dios Santo, también expresó la relación intrínseca entre la reverencia y la adoración: “Dios nunca puede ser conocido sin reverencia. Donde no hay reverencia, no hay verdadera adoración”. La adoración sin reverencia se vuelve un ritual vacío, mientras que la reverencia sin adoración es incompleta. Es lo que expresa Isaías (29:13) “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Con Dios todo se trata siempre del corazón. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Qué atesoramos en nuestro corazón?
Cuando el corazón tiene una actitud de reverencia hacia Dios, esta reverencia conlleva a una vida piadosa. La consecuencia del temor reverente a Dios transforma enteramente nuestra manera de vivir. Cuando Dios entregó a Moisés la tabla con la inscripción de los Mandamientos, el pueblo tuvo mucho temor de Dios porque hubo manifestaciones de la naturaleza como relámpagos con gran estruendo. “Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis”. Este pasaje es maravillosamente revelador. Ante todo, Moisés le dice al pueblo “No temáis”, es decir, no tengan ese miedo aterrador o paralizante. Por el contrario, Dios los visitó para que viéndolo, y escuchándolo, se llenen de reverencia por Él, para que Su temor, esa sabiduría que nace en nuestro corazón al conocerlo, esté delante de ustedes. Entonces, caminen en santidad por su reverencia a la grandeza y majestad de Él.
La reverencia es, por lo tanto, el fundamento sobre el cual se edifica una relación genuina con Dios. Como lo expresa el Salmista (25:14) “La comunión íntima del Señor es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”. La reverencia como pilar fundamental del temor del Señor es el reconocimiento de la grandeza de Dios, la clave para la verdadera adoración y el camino a una vida santa. El creyente que camina en reverencia experimenta la paz, la sabiduría y la presencia de Dios en su vida.
“En el temor del Señor está la fuerte confianza; y esperanza tendrán sus hijos. El temor del Señor es manantial de vida, para apartarse de los lazos de la muerte” .
Proverbios 14:26-27.
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