La juramentación
Uno de los países más ricos y prósperos del planeta, Estados Unidos de América, se prepara para celebrar mañana 20 de enero, la juramentación de su presidente, Barack Obama. A pesar del carácter muy pragmático de los estadounidenses, que los ha llevado a una constante búsqueda para inventar y producir gran cantidad de las cosas que simplifican nuestra vida diaria, no se les ha ocurrido deshacerse de formalidades, aparentemente inútiles, como esa de juramentar a un presidente que va para un segundo mandato.
A los que han inventado cosas tan prácticas y útiles como el automóvil y el Internet, no se les ha ocurrido hasta ahora suprimir la juramentación de los presidentes. ¿Por qué?
Hay una razón. En un libro reciente, «Por qué fracasan las naciones», sus autores, Daron Acemoglu y James Robinson, concluyen y reafirman lo que es una creciente certeza en las ciencias sociales: que la naturaleza y solidez de las instituciones es tal vez la variable que mejor explica el progreso y bienestar de los pueblos. No es el clima o la ubicación geográfica, no es la religión, no es la abundancia de recursos naturales, no es la cultura o la etnicidad, no es la personalidad de la gente, ni su laboriosidad o espíritu empresarial; es más bien, el tipo y calidad de las instituciones lo que determina el progreso y el bienestar de los pueblos. No hay países ricos con instituciones pobres.
Si las instituciones son pobres, también es pobre la sociedad a las que ellas pertenecen. Por eso, cuando Nicolás Maduro, vicepresidente de la República, dice que la juramentación del presidente es una mera formalidad, deja ver, una vez más, su concepción de las instituciones: éstas son formalidades de las cuales se puede prescindir cada vez que nos estorben. Dejó ver por qué el país es pobre; dejó ver qué es lo que en buena medida nos separa del desarrollo y del progreso: la naturaleza y solidez de nuestras instituciones.